miércoles, 25 de octubre de 2023

JUAN

            Entré a un cementerio, cámara en mano, como suelo hacerlo cada vez que se presenta la oportunidad al visitar pueblos nuevos, son muchas las curiosidades que uno se encuentra allí. Hacer cuentas de cuánto vivió, ver las diferentes decoraciones sobrias o extravagantes, de encontrar en fin nombres o apellidos raros, curiosos o chistosos, al menos para uno, tales como Carro o Amor, como me encontré en esta oportunidad.

 

            No sé si tanta visitadera a cementerios e iglesias se deba a un morbo oculto, al ocultismo propio de esos lugares, a lo misteriosos que son, a su propia estática, su propio olor y, curiosamente, en el caso de las iglesias procuro siempre tomar una foto del altar mayor en su completitud; sin embargo, en casi todos los casos la foto sale borrosa, movida o descentrada y no sé por qué, creo que es la misma iglesia la que se venga de mí, como represalia, tácita o expresamente no dicha, por mis mundanos pensamientos, pero es así, aunque sigo insistiendo para ver si logro vencer los sortilegios.

 

            Y hablando de curiosidades, no recuerdo en qué cementerio ni de qué pueblo (tal vez Espenuca, Galicia), tomé la foto que ilustra este blog, coincidiendo con una lectura que hacía poco había hecho: Apenas traspusieron el umbral (del cementerio de asquenazíes  en Cuba)—¡Oh, los que entráis, dejad toda esperanza!—[1].

 

            Cuando descargué la foto en cuestión, para hacer los arreglos del caso para darle algo más de vida, fuera de la ironía, solo apareció mi nombre y el DEP, por el viejo conocido RIP o el aquí yace.

 

            Lo primero que pensé es que se me presentó como un recordatorio, pero no sé de qué, si de mi propia fragilidad, de mi deseo, de su aproximación o simplemente una mera venganza, como creo que tienen los altares mayores contra mi cámara (nótese que desplacé la responsabilidad en un objeto) y de ser así, sigamos con la ironía, me dije.

 

            Fueron muchos los pensamientos que se agolparon, pero pretendiendo dejar de filosofar, solo pude decidir: Deje así y descanse en paz!

 

asumió la noción de que cada acto de la vida de un individuo tiene connotaciones cósmicas. «¿Comerse un pan, jajám?», una vez, siendo aún muy niño, osó preguntarle Elías, al oírlo hablar en sus clases sobre aquel tema. «Sí, también comerse un pan… Solo piensa en la infinidad de causas y consecuencias que hay antes y después de ese acto: para ti y para el pan», había respondido el erudito. Pero además había adquirido del jajám la amable convicción de que los días de la vida eran como un regalo extraordinario, el cual precisaba disfrutarse gota a gota, pues la muerte de la sustancia física, como solía afirmar desde su púlpito, sólo significa la extinción de las expectativas que ya murieron en vida. «La muerte no equivale al fin», decía el profesor. «Lo que conduce a la muerte es el agotamiento de nuestros anhelos y desasosiegos. Y esa muerte sí resulta definitiva, pues quien muere así no puede aspirar al retorno el día del Juicio… La vida posterior se construye en el mundo de acá. Entre un estado y otro solo existe una conexión: la plenitud, la conciencia y la dignidad con que hayamos vivido nuestras vidas, en apariencia tan pequeñas, aunque en realidad tan trascendentes y únicas como…, como un pan.»[2]

Foto JHB



[1] Herejes. Leonardo Padura.

[2] Herejes. Leonardo Padura.

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