lunes, 29 de enero de 2024

CONFESIONARIO

                 La virtud del confesionario es que, al menos antaño, impedía que la conversación no se viera sonrojada en virtud de las confesiones y pesares allí arrojados. Y el cuento venía a cuento a que estando en alguna lectura leí que el confesionario realmente era el sitio donde se reunían los pecadores anónimos. De allí su misterio, el anonimato, aún a pesar de que el confesor lo conociera a uno, no por eso dejaba de ser anónimo, pues el cura de tantos pecadores confesando sus pecados (que en últimas se resumían a confesar sus pendejadas) estaba cansado de tanto blablablá.

 

                No recuerdo bien si dentro de la carrera sacerdotal a los curas los entrenaban en materia de confesionario a determinar el tipo de ofensa que oían y de esa manera, según la respectiva tipología, tenían un listado para la correspondiente penitencia y así ahorraban tiempo. No sé si sea cierto, es solo un recuerdo de algo que alguna vez leí u oí. En esa medida, los pecadores quedaríamos alienados, digo, alineados a ciertos estándares y bastaría con decir: Tema A, subtema c, primera entrada. Aunque pensándolo, ya debería haber confesionarios anónimos por redes sociales y automáticamente le saldría a uno la respectiva penitencia. Deben modernizarse, me digo y se sigue siendo anónimo y no se vería la sonrojada de la confesión.

 

                A mi memoria vino la última confesión que pude haber tenido, creo que hace más de cincuenta años y creo recordar que me confesaba porque tenía que confesarme, es decir, tenía que demostrar con mis actos que estaba allí arrodillado ante un confesor inventando algún pecado para poder obtener la absolución que me permitiría que un profesor me dejara en paz. Siendo así, creo que nunca me he confesado como Dios manda y eso que he tenido pecados (o pendejadas, como se quiera) de pensamiento, palabra y obra y por mi culpa, por mi grandísima culpa, si sigo con los rituales religiosos correspondientes.

 

                Como acto religioso definitivamente una pérdida de tiempo, debería ser más un acto siquiátrico, ahí sí se divertirían los curas, me digo.

 

                En fin, pendejadas mías, como mis pecados.

 

¿Eres creyente?

—No puedo no creer.[1]

Tomado de Facebook
420199096_1880229385708692_8253790933661923113_n



[1] Ian Rankin. El libro negro.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario