Sin darme cuenta, caí en la nota de que el mal que nos aqueja, o al menos a mí, es la inconstancia, la falta de constancia o la procrastinación, si se prefiere, que naturalmente lleva la una a la otra, o viceversa, como se quiera.
Tenemos
las herramientas, está claro, pero por olvido, pereza o cualquier otra razón
que quiera argüirse para evadir la verdadera responsabilidad o solución, no
recordamos o no queremos recordar que tenemos ese algo que nos sirve o ayuda a
superar ese algo que queremos superar.
Un
ejemplo, tener el cuello estresado o soportando el peso del mundo que no nos
corresponde, tenemos la herramienta que nos puede aliviar, así sea
momentáneamente, que no es otra que la infaltable bolsa de agua caliente, pero
no la usamos u olvidamos que la tenemos, a pesar de estar a la vista o por ahí
en cualquier lugar, y a pesar de ellos no la usamos, sabiendo que esa es la
solución para el alivio del mal que aqueja.
Y
aún usándola una vez, la pereza dominante nos limita mentalmente a continuar
usándola hasta que el mal desaparezca o al menos aminore notoriamente.
Eso
demuestra lo inconstantes que somos, lo perezosos al que nos ha llevado la falta
de constancia, pudiendo convertir en costumbre lo que necesitamos para aliviar
las cargas del mundo.
No
hay de otra, somos inconstantes y nos escudamos en la procrastinación. Válgame
Dios.
… cuando ya se había paseado entre las
galerías blancas y verdes del recinto, durmiendo en una celda en la que otros
presos habían dejado escrito en la pared que «lo mejor y lo peor del ser humano
es que se acostumbra a casi todo».[1]
[1] Puerto escondido. María Oruña.
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