Hoy, como ayer y tal vez como siempre, lo cotidiano lo damos por hecho. Con tanto avance ya ni nos preguntamos cómo funciona algo, ya no nos extrañamos por las novedades, ya hemos perdido la capacidad de admiración y, por el contrario, estamos pendientes de qué más novedades entrarán en este universo de continuo cambio.
Pero,
con todo, sigo extrañándome de lo intangible que hay detrás de todos estos
inventos. Me admiro al ver cómo un aparato funciona sin conexión eléctrica (si
para el efecto excluimos las pilas). Antes sin saber demasiado veíamos cómo el
teléfono conectado a un cable que se conectaba a otro más allá transportaba el
sonido y viajaba a través de ellos. Hoy, ni cable hay. Viaja por el espacio,
entrecruzándose con otras llamadas, igualmente invisibles, más todas las
conexiones con el internet que si se hicieran evidentes solo veríamos líneas,
tipo láser, atravesando el espacio de aquí para allá, llevando información
(sonidos, imágenes y secretos).
Es
cosa para admirarse, si uno pudiera entender un poco el cómo lo hacen. Así como
pudiera expresar mi admiración a quien hizo el cuerpo humano, perfección de
perfecciones, no hay pieza que no encaje, que no sirva, todos conectados con
todos generando una máquina y, si voy al extremo de la admiración, cómo toda
esa máquina obedece a otro algo que resulta más intangible que el mismo Dios,
es decir el cerebro y, por ende, el pensamiento. Y no solo el ser humano, todas
las cosas, especialmente las vivientes, que no deberíamos dar por hecho sino,
tal vez, expresando agradecimiento por tanta perfección a la vista.
Cosas
cotidianas que damos por sentado y por eso hemos perdido la capacidad de
admirarnos.
Si no lo sabes, no lo ves.[1]
No hay comentarios.:
Publicar un comentario