Si uno muestra miedo, se la montan. El miedo se huele, y el que olfatea lo sabe y se aprovecha. Igual cosa ocurre con la sumisión. Aunque también es cierto que ésta está acompañada de la primera. Cosas de la vida.
Por
eso no hay que demostrar miedo ni sumisión. Es como pasar por una calle y ver a
un malencarado con intenciones, verdaderas o imaginarias, de hacer algún daño.
Aprendí desde hace ya mucho tiempo que en estas circunstancias es mejor poner
igual cara de pocos amigos, cara de que no le tengo miedo y cara de que no se
meta conmigo porque también le arranco a la pelea, a pesar de estar uno cagado
del susto. Pero funciona.
Pero
lo curioso es que con las computadoras y las impresoras no funciona el truco.
Tienen un no sexto sino como un octavo sentido (por eso serán femeninas, las
palabras, digo). Nada más saben que uno las necesita con urgencia, se ponen
lentas para arrancar, se ralentizan automáticamente, es como si la cámara que
tienen incluida informaran a la RAM que hay miedo de por medio (y entre miedo y
medio hay trastoque de letras). La impresora igualmente queda notificada: se
traba el papel, el papel no entra, traquea, se hace la boba, en una palabra.
Y
del afán solo queda el cansancio, porque ellas terminan haciendo su voluntad y
uno con la piedra alborotada no sabe si cogerlas a golpes o tirarlas contra la
pared, pero nos detiene no la razón sino el costo que representaría su
reposición.
Aunque
inicialmente dije que el truco citado no funcionaba con éstas, pero en realidad
como que sí hay truco. Es poner cara de indiferentes ante la ausencia de
funcionamiento, es decir en voz alta: no tengo afán. Es mostrar impasibilidad,
en una palabra. Y como que, en estos casos, la cosa cambia y todo vuelve a
funcionar como es debido. No sé si sea cierto, pero me ha funcionado.
Y
todo esto para concluir como el titular: ni miedo ni sumisión, que se jodan!
Dícese
vulgarmente con relación al individuo, que nadie escarmienta en cabeza ajena;
debe añadirse que las colectividades políticas no experimentan ni en la suya
propia.[1]
Me pareció espectacular este artículo y muy cierto. Me arranco más de una carcajada. Blanca Flor
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