Se me ocurrió pensar en que nunca nos enseñaron a
aceptarnos tal cual como éramos y, hoy, me refiero a la apariencia física.
Nunca nos enseñaron a aceptar lo que somos, feitos, pero ya se sabe que toda
arepa tiene su tiesto.
Muy por el contrario, supongo que desde muy niños nos
dijeron lo bonitos que éramos, pues eso es lo que dice toda madre, a pesar de
lo feo que realmente se sea.
No somos tan lindos como nos dijeron nuestras madres y
ahora de viejos, menos, los achaques no vienen solos. Las madres pueden
engañarnos, los espejos no.
Que el pelo es demasiado crespo o muy lacio. Que es muy
negro o tiene la cara aindiada, que los pies son muy feos o que es muy
quijarón.
Y por su parte uno piensa que así nadie me va a querer, a
pesar de que la historia demuestre lo contrario, pues cada tiesto tiene su
arepa, como ya dije. Nada más ver a alguien apuesto con novia fea o novia
bonita con esperpento a bordo. Y ese complejo de belleza y el reconocimiento de
la fealdad, por supuesto, hacen que la aceptación de uno mismo se vea por los
pisos. Quién se va a fijar en mí, se dice en la juventud y en la vejez se
sonríe uno pícaramente recordando que la fealdad tuvo sus resultados.
Hoy, en la vejez, cuando ya no se tiene nada qué perder,
piensa uno en que qué lástima que no le enseñaron a aceptarse tal como la
naturaleza había destinado, tal vez hubiera sido otro cantar.
Ahora ya me había puesto como loco, en parte
porque me sentía culpable, lo cual era una estupidez porque no tenía nada de
que arrepentirme.
Tomado de Facebook
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