Sin querer, asumí una culpa ajena, ante la evidencia que
se dejaba ver por no haber contexto. Y además, para empeorar las cosas, no
cabía la posibilidad de exculparme en esta incómoda situación.
Pedí el ascensor y alguien salió a toda prisa, sin
saludar, como se suele hacer ahora, y como suele suceder cuando uno está en
otro piso, le advertí que no era el primer piso sino el sexto. El otro,
medianamente ofendido o eso creí en ese momento, me dijo apresuradamente que
venía a ese piso. Sin más, entré al ascensor para dirigirme al primer piso.
Entré, como dije, en él y nada más cerró sus puertas un
olor envolvente a peo, de esos que predicen diarrea, invadió todo mi espacio.
En ese momento llegó a mi pensamiento un dicho coreano que oí en Netflix que
decía que: tras el peo venía la cagada.
Para colmo, el ascensor, en vez de bajar subió unos pisos
ante algún llamado inesperado y para mi desgracia se subieron tres personas más,
no una, tres.
El olor era notorio y envolvente y yo, el único pasajero
que respiraba por la boca para no oler el efluvio ajeno, puse cara de yo no
fui.
Cómo explicarles que el olor no provenía de mí sino de
otro personaje que ya había bajado. Eso me puso en gran dilema. Pensé en
advertirles que no había sido yo. Pero cómo hacerlo. La única opción que tuve
fue la de hacerme el pendejo, tal como los otros hicieron pero con mirada castigadora
y acusante, y me pareció sentir que entre miradas ellos se dijeron que el
viejito que les acompañaba, o sea yo, era simplemente un cochino que ya no
dominaba sus esfínteres. Nada qué decir, nada qué agregar.
De esa manera asumí un culpa ajena de la que yo mismo
también había sido víctima, pensando que en el futuro esas personas solo
pensarían de mí en ese viejito cochino o de pronto, alguno de ellos se atreviera a preguntarme: cómo le fue en su cagada?
Qué vaina, me dije, si soy inocente y sólo víctimas de
las circunstancias, o un daño colateral, como se dice ahora. Espero que al
menos el victimario no haya podido llegar a su destino a salvo, al menos que
ese fuera el castigo del universo, por enlodar a un inocente.
El
caso era que cuando uno estaba al otro lado de la mesa y necesitaba a un
abogado, quería al más astuto y retorcido que existiera. Allí se cumplía el
proverbio: quien se acuesta con perros se despierta con pulgas.
Tomado de Facebook
560138636_4265248100414386_7675014729996503265_n
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Para ser incluido en entregas personalizadas pueden solicitarse en: jhernandezbayona@gmail.com