viernes, 31 de octubre de 2025

CULPA AJENA

            Sin querer, asumí una culpa ajena, ante la evidencia que se dejaba ver por no haber contexto. Y además, para empeorar las cosas, no cabía la posibilidad de exculparme en esta incómoda situación.

             Pedí el ascensor y alguien salió a toda prisa, sin saludar, como se suele hacer ahora, y como suele suceder cuando uno está en otro piso, le advertí que no era el primer piso sino el sexto. El otro, medianamente ofendido o eso creí en ese momento, me dijo apresuradamente que venía a ese piso. Sin más, entré al ascensor para dirigirme al primer piso.

             Entré, como dije, en él y nada más cerró sus puertas un olor envolvente a peo, de esos que predicen diarrea, invadió todo mi espacio. En ese momento llegó a mi pensamiento un dicho coreano que oí en Netflix que decía que: tras el peo venía la cagada.

             Para colmo, el ascensor, en vez de bajar subió unos pisos ante algún llamado inesperado y para mi desgracia se subieron tres personas más, no una, tres.

             El olor era notorio y envolvente y yo, el único pasajero que respiraba por la boca para no oler el efluvio ajeno, puse cara de yo no fui.

             Cómo explicarles que el olor no provenía de mí sino de otro personaje que ya había bajado. Eso me puso en gran dilema. Pensé en advertirles que no había sido yo. Pero cómo hacerlo. La única opción que tuve fue la de hacerme el pendejo, tal como los otros hicieron pero con mirada castigadora y acusante, y me pareció sentir que entre miradas ellos se dijeron que el viejito que les acompañaba, o sea yo, era simplemente un cochino que ya no dominaba sus esfínteres. Nada qué decir, nada qué agregar.

             De esa manera asumí un culpa ajena de la que yo mismo también había sido víctima, pensando que en el futuro esas personas solo pensarían de mí en ese viejito cochino o de pronto, alguno de ellos se atreviera a preguntarme: cómo le fue en su cagada?

             Qué vaina, me dije, si soy inocente y sólo víctimas de las circunstancias, o un daño colateral, como se dice ahora. Espero que al menos el victimario no haya podido llegar a su destino a salvo, al menos que ese fuera el castigo del universo, por enlodar a un inocente. 

     El caso era que cuando uno estaba al otro lado de la mesa y necesitaba a un abogado, quería al más astuto y retorcido que existiera. Allí se cumplía el proverbio: quien se acuesta con perros se despierta con pulgas.[1]



[1] Perseguidas. Karin Slaughter.



Tomado de Facebook
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