"Nos tocó la guerra. Nos tocó una guerra que no quisimos,
que no pedimos, por la que no votamos.
Nacimos en medio de una violencia a cuentagotas
que ha alimentado el miedo y ha lesionado la confianza entre
nosotros.
Nos tocó una guerra que se coló para siempre en el relato de
nuestras vidas y marcó la memoria de todos los que aprendimos a
narrarnos como hijos de un país violento.
Tuvimos la Colombia que nos tocó. ”
#48millones #Manifiesto www.48millones.co
A raíz de un comentario insulso en Facebook por la supuesta
firma de la paz en la Habana, hice un comentario igualmente insulso y personal,
que decía: “Tengo mis dudas, que ando
digiriendo, para no ser de los arrepentidos del mañana. Ante la duda, abstente”.
Ese día naturalmente era de aquellos de efervescencia y calor
que tanto gustan a los colombianos, porque da lugar a sudar patriotismo gratuito,
a abrazarse con el primero que uno se encuentra sin importar quién sea, a poner
sonrisa de patria boba, era el día en que supuestamente se firmaba la paz en la
Habana (que al fin de cuentas no era tal firma, todo gracias a la
desinformación, que la firma era para el 20 de julio en el sitio que luego se
escogería –y ya empezaron todos los pueblos a gritar: yo, yo, como si la ciudad
hiciera la diferencia-).
Y alguien me contestó: “Después no se queje. No es hora de dar reversa. Qué país
le piensa dejar a sus hijos?” De
apresurado, porque me picaron el ego, respondí: “El país que vivieron mis bisabuelos, mis abuelos, mis padres, la Colombia
de toda la vida, la que siempre ha sido robada, maltratada, violada y que aun
sigue de pie. Ese país que ha soportado todo y que tendrá que seguir soportando
todo.”
Una vez digerí la pregunta clave, me
quedé pensando en aquellas preguntas que no podemos responder, en aquellas
preguntas que entrañan razones filosóficas que no llevan a ningún lado, de aquellas
que, en una palabra, son retóricas y no tienen respuesta. O de aquellas que
solo tienen la respuesta que la gente quiere oír, porque si se da otra
diferente, uno pasa a ser un traidor a la patria, uno de los “otros”, sin saber
qué son los “otros”.
Qué país le
piensa dejar a sus hijos? Me sostengo en
la respuesta apresurada. Cuál les dejo? El mismo que me dejaron, el mismo que
les dejaron a ellos, el mismo que recibieron de la independencia –si es que mis
raíces llegan tan lejos-, el mismo de hoy, el mismo que les ha visto nacer,
todos, en su proporción y de acuerdo a las circunstancias de cada época.
Quién soy yo para entregar un país diferente? Acaso está
en mis manos entregar un país diferente? Son preguntas que me hago una y otra
vez y solo puedo llegar a la misma conclusión: el mismo país de hoy, con sus
virtudes y defectos, con sus gracias y sus desgracias, porque no soy yo, ni
está en mí poder entregar un país diferente. Solo soy yo, un ser invisible aún
para las redes sociales y las telarañas internéticas. No soy nadie, soy
invisible, como he venido pregonando, mi opinión no importa, tal vez sólo me
importe a mí. Y no me vengan con la retórica de que mi voto hace la diferencia.
Mi voto, no hace un carajo, como lo he corroborado a lo largo de mi vida.
Si estuviera en mis manos, si tuviera el poder y me
importaran los tales derechos humanos –tal como me importan, realmente-, no
tendríamos hampones, ya los habría fusilado. Los políticos, hace rato habrían
volado en átomos –literalmente-. Sería el perfecto dictador, bienvenidos los
que aquí están conformes, los demás, hay muchos países que los acogerían, como
los han acogido a tantos más. Los torcidos, se van muriendo uno a uno, solitos.
Abro paréntesis mental: A propósito, me gustó un discurso o unas declaraciones
que hizo Putin (Sí, Putin, el ruso) que les decía a los islamitas o mahometanos,
palabras más, palabras menos, que si estaban en Rusia debían someterse a sus
leyes (no el estado ruso al islam), a sus autoridades, pero que si no estaban
de acuerdo, eran libres de irse, porque solo eran invitados y como tales serían
tratados. Así es, así debe ser. El invitado respeta las reglas de casa y se
somete a ellas, no al contrario. Cierro paréntesis mental.
Una especie de paraíso terrenal me gustaría dejar, pero…
Pero… como no puedo decidir nada, absolutamente nada,
pues simplemente repito: les dejo el país que es ahora, el que será mañana y el
que los albergará en el futuro, ninguno otro, porque no está en mis manos
darles un país diferente. Ya lo quisiera, no sólo para ellos, también para mí,
en estoy soy incluyente y me incluyo, porque me gustaría un país en donde se
pudiera vivir con ganas, sin miedos de ninguna especie, sin temor a que se
roben los impuestos, que éstos sean invertidos en lo que deben invertirse, en
el bienestar de todos, y como Lincoln dijo: de todos, para todos y con todos (a
pesar de que no me gusta la democracia, porque la mayoría casi nunca tiene la
razón, como dijera alguien importante que en este momento olvido, pero podría
ser Churchill).
Entonces, qué país le voy a dejar a mis hijos? Simplemente
el país que la democracia así quiera; que veo, sin mayor malicia ni deseo, es
el mismo que he vivido yo, un país de opuestos, como actualmente cualquier país
del mundo, con sus mismos vicios y virtudes simultáneamente, país de
contradicciones. Y me pregunto adicionalmente (venenoso, el hombre, me dice uno de los egos), qué país me dejaron?
Qué país recibí? (visto desde esa perspectiva, dice mi yo que aún cree en la
esperanza, no fue tan malo, década del
50, cambio radical de pensamiento, palabra y obra, hasta los días de hoy con
toda la tecnología en su furor, qué más puede pedirle a la vida?). No me
quejo, entonces, con Amado Nervo y En paz, culmino por hoy:
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje la miel o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales coseché siempre rosas.
Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada
me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Sí, nada te debo, nada me debes!
Foto: JHB (D.R.A.)
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