viernes, 4 de agosto de 2017

VACUIDAD


Se estaba haciendo viejo porque lloraba sin pudor. (1)

Entre la soledad y el cambio de paisaje hay un relevo de pensamiento, de estar pensando tantas pendejadas. Así planteado, se siente en la distancia la inmortalidad, esa tan difícil de explicar.

Es el sentimiento de no pensar, de simplemente volverse observador de cuanto lo rodea, sin juzgamientos, sin prepotencia, sin crítica. Es fundirse con el paisaje mismo.

Es notar lo que nunca se nota, tal vez por su eventual insignificancia respecto de la importancia que nos hemos dado nosotros mismos.

Ver el vuelo incierto de una mariposa, contemplar la infinidad de variedades que de ella pueden surgir, pudiendo comprobar que la una es diferente a la otra, raza distinta de la siguiente, maravillándose de su propia pequeñez, descubriendo también su importancia del instante, ser consciente de que hacen parte de la vida, que la comparten con algo mayor llamada naturaleza, de allí su importancia, la que tienen de ellas mismas, la que comparten con nosotros, los desagradecidos de siempre.

Ver pasar moscas y abejas compartiendo, coexistiendo por su propio interés, por el de su progenie. Así mantienen el equilibrio. Al menos eso esperan.

Y yo, creyéndome más, creyéndome superior, por ser pensante (me dijeron desde chiquito, nunca lo he podido comprobar), por ser mayor, no por serlo realmente, sino solo por prejuicio. Eso nos enseñaron: Somos los amos de la naturaleza y disponemos a nuestro antojo, a nuestro capricho, a nuestro interés, aún a pesar del vecino.

A estas reflexiones se llega lejos de la ciudad, en medio de la soledad y gracias al cambio de paisaje, donde la nimiedad adquiere su importancia.

En el camino de la conversación me reencontraré.


Los pesos compartidos se hacen más livianos,
 pero he dado mi palabra a Juan de guardar secreto. (2)



Foto: JHB (D.R.A.)



(1) Julia Navarro. La hermandad de la sábana santa.
(2) Ibídem.

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