Debía hacerme un examen de laboratorio, sin afanes, sin
madrugadas. Hoy según turno de llegada, previo digiturno. Hay turnos de toda
clase, para toda clase y demasiado preferenciales, en algunos casos, pero me
estoy desviando.
Subir las escaleras, dirigirse al digiturno, tratando de adelantar
con paso largo a quienes eventualmente podrían ser mi competencia en tiempo y
espacio. Delante una madre de edad avanzada y la hija, de mi edad, supongo.
Aceleré el paso para evitar que tomaran un turno antes que yo, como ven, ágil y
raudo. Y les superé; sin embargo, en la señora mayor había un algo –de esos
algos que son indescriptibles pero que llaman la atención, tal vez la dignidad
de toda una señora- y por ese algo decidí cederles el turno, sabiendo que yo no
tenía afán. Una sonrisa de agradecimiento de esa señora fue suficiente para
sentirme satisfecho y pensar que efectivamente no tenía ningún afán, porque
precisamente ese día desayunaba y quedaba desocupado.
Tomé el mío, el R-40 y me quedé a un lado esperando, ya que no
quería sentarme, por el momento. Me puse a ver a la gente, cosa que me agrada
siempre que estoy en estas circunstancias, matando el tiempo, tratando de
adivinar, por sus caras, gestos y posiciones, cómo les va en la vida o al menos
en esos instantes.
Estando en esas llegó una señora que ayuda con los digiturnos y al
ver a la señora del cuento le dijo que a ellas les correspondía otro tipo de
papelito y digitando les dio el que correspondía. Luego, viéndome a mí allí
parado en espera de la nada, me preguntó por el número que tenía, como le dije
que el 40 me dio el 39 que era el que inicialmente tenía la señora. Para mis
efectos 39 o 40 era lo mismo, minuto más o menos daba lo mismo. Estando en esas
y ya sentado, por el cansancio y aburrimiento de la espera, una muchacha que
estaba al lado me preguntó si tenía el 31. Volví a corroborar el mío y le dije
que era el 39. Parece que el 31 estaba adormilado o centrado en su celular y
había exasperado a mi compañía.
R-39, avisó la pantalla. Fui atendido y me llamó la atención que
la hija de la señora aludida estaba preguntando en una caja vecina por su turno
que ahora iba en T-183 y ellas tenían el T-178 pero nunca habían aparecido en
pantalla. La hija de la señora, por eso sería hija, mantuvo postura en el
reclamo y, por el contrario a lo que sucede en estos casos, la clase se notó,
por su decencia y el tono de su voz, a pesar de que hizo énfasis en que la
habían saltado sin haber anunciado nunca su turno. Nunca perdieron la calma (me
hace recordar mi caso en que siempre que me siento ofendido por desconocimiento
de mi derecho hago reclamo en viva voz y generalmente termino energúmeno, es
decir, siempre pierdo la compostura. Odio verme atacado sin razón e
impunemente. Dirá que es fosforito Hernández,
oigo decir.)
Tomaron mi muestra de sangre y salí y madre e hija seguían allí,
sin perder la compostura. La madre con ese nosequé y ese algo que la hacía
distinguida entre el resto de seres humanos. La hija igualmente.
Y pensé en la ironía de la vida, por equivocación o por lo que
fuera, fui atendido como primero habiendo sido segundo. Y me quedó un amargo
sabor al ver esta situación aparentemente injusta.
Foto: JHB (D.R.A.)
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