miércoles, 6 de septiembre de 2017

AL QUE LE VAN A DAR, LE GUARDAN


Debía hacerme un examen de laboratorio, sin afanes, sin madrugadas. Hoy según turno de llegada, previo digiturno. Hay turnos de toda clase, para toda clase y demasiado preferenciales, en algunos casos, pero me estoy desviando.

Subir las escaleras, dirigirse al digiturno, tratando de adelantar con paso largo a quienes eventualmente podrían ser mi competencia en tiempo y espacio. Delante una madre de edad avanzada y la hija, de mi edad, supongo. Aceleré el paso para evitar que tomaran un turno antes que yo, como ven, ágil y raudo. Y les superé; sin embargo, en la señora mayor había un algo –de esos algos que son indescriptibles pero que llaman la atención, tal vez la dignidad de toda una señora- y por ese algo decidí cederles el turno, sabiendo que yo no tenía afán. Una sonrisa de agradecimiento de esa señora fue suficiente para sentirme satisfecho y pensar que efectivamente no tenía ningún afán, porque precisamente ese día desayunaba y quedaba desocupado.

Tomé el mío, el R-40 y me quedé a un lado esperando, ya que no quería sentarme, por el momento. Me puse a ver a la gente, cosa que me agrada siempre que estoy en estas circunstancias, matando el tiempo, tratando de adivinar, por sus caras, gestos y posiciones, cómo les va en la vida o al menos en esos instantes. 

Estando en esas llegó una señora que ayuda con los digiturnos y al ver a la señora del cuento le dijo que a ellas les correspondía otro tipo de papelito y digitando les dio el que correspondía. Luego, viéndome a mí allí parado en espera de la nada, me preguntó por el número que tenía, como le dije que el 40 me dio el 39 que era el que inicialmente tenía la señora. Para mis efectos 39 o 40 era lo mismo, minuto más o menos daba lo mismo. Estando en esas y ya sentado, por el cansancio y aburrimiento de la espera, una muchacha que estaba al lado me preguntó si tenía el 31. Volví a corroborar el mío y le dije que era el 39. Parece que el 31 estaba adormilado o centrado en su celular y había exasperado a mi compañía.

R-39, avisó la pantalla. Fui atendido y me llamó la atención que la hija de la señora aludida estaba preguntando en una caja vecina por su turno que ahora iba en T-183 y ellas tenían el T-178 pero nunca habían aparecido en pantalla. La hija de la señora, por eso sería hija, mantuvo postura en el reclamo y, por el contrario a lo que sucede en estos casos, la clase se notó, por su decencia y el tono de su voz, a pesar de que hizo énfasis en que la habían saltado sin haber anunciado nunca su turno. Nunca perdieron la calma (me hace recordar mi caso en que siempre que me siento ofendido por desconocimiento de mi derecho hago reclamo en viva voz y generalmente termino energúmeno, es decir, siempre pierdo la compostura. Odio verme atacado sin razón e impunemente. Dirá que es fosforito Hernández, oigo decir.)

Tomaron mi muestra de sangre y salí y madre e hija seguían allí, sin perder la compostura. La madre con ese nosequé y ese algo que la hacía distinguida entre el resto de seres humanos. La hija igualmente.


Y pensé en la ironía de la vida, por equivocación o por lo que fuera, fui atendido como primero habiendo sido segundo. Y me quedó un amargo sabor al ver esta situación aparentemente injusta.

Foto: JHB (D.R.A.)

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