Yo en
el pasado no soy yo el actual.
Es
ese otro que fue, pero que ya no es.
Sin
embargo, no ha dejado de ser.
Me he
completado, pero también he dejado de ser,
un
poco, o tal vez mucho,
qué
importa.
Lo
importante es ser.
Ser
como ayer, si hubo ayer.
Ser
como hoy, que es lo único existente.
Soy
yo,
pero
no lo soy en realidad.
Fui,
pero ya no.
Hoy
soy diferente, no como el de ayer,
porque
he cambiado,
he
ido cambiando en ciertas cosas, es verdad.
En
otras, me he mantenido estático.
El
recordatorio es el espejo.
Me
recuerda que he cambiado, que vivo cambiando,
que
no soy el de ayer.
Ese
que tenía pelo, que no tenía tanta arruga.
Sólo
el espejo es consciente del cambio,
pero del
de hoy, porque del de ayer, también lo olvidó.
Todo
cambia, nada es estable,
sin
ser inestable, sin entenderse éste,
es
solo cambio, de ayer a hoy,
de
ese medio metro de antaño, el niño,
al
metro y medio de joven,
al
adulto crecido,
al
viejo de hoy que se está encogiendo.
De
eso se trata, de cambios.
Y no
es solo el yo.
Son
todos esos yoes que me han acompañado en la vida,
que
me han enriquecido o me han amargado.
Son
un conjunto de yoes en el mío,
en el
mismo yo
y por
eso no puedo desprenderme del yo en el pasado,
porque
ese ha ayudado y también perjudicado
a
este yo de hoy,
a ese
que no tiene un yo del mañana,
al
que solo tiene el yo del hoy,
alimentado,
eso sí, por el yo del ayer.
Ni
modo!
Será
que es el presente y su aceptación,
a lo se
reducirá el todo?
Foto: JHB (D.R.A.)
[1] Una frase que
le oí a la monja budista Jeong Kwan. Netflix. Chef’s Table. Interesante
programa y la frase me sirvió de inspiración para este blog.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario