Las historias ajenas son enriquecedoras al menos para dejar volar
mi imaginación, de pronto como musa para cualquier escrito.
Me encanta oír las historias ajenas, ver y sentir cómo la historia
es contada, a pesar de la subjetividad que lleva implícita, cómo es compartida,
evolucionando a medida que pasa el tiempo de narración.
Cada relato dentro de la misma historia, deshilvanada a veces,
otras sin sentido, aún con sonsonete, pero es una historia digna de oír, no
importa el contenido, no importa el sentido; el sentido se lo pone el narrador,
es su historia, su verdad.
No importa quién la cuente o en dónde es oída. La aventura del
amigo, las embarradas de la vida, el comentario del vecino y aún la
conversación totalmente ajena, la oída como espectador anónimo en una
cafetería, en el bus, en el aburrimiento en la cola de un banco o en la
antesala de la cita médica.
Cada historia tiene su cuento, su personalidad, su alma, escondida
pero que tímidamente aflora a la conversación, se deja llevar, vuela, entretiene,
trae recuerdos, porque de eso se trata la historia, del pasado. Sólo del
pasado, porque del futuro ni modo, el futuro es sólo sueño, es historia
inconclusa que aún no se ha escrito, que sólo se escribirá cuando se haya
convertido en pasado, mientras sólo un sueño, una esperanza, una ilusión, un
deseo.
Por su parte, la historia es solo pasado, lo ya acontecido, lo ya
sucedido, lo que es posible escribir.
Y el hoy? Sólo diversión de escuchar historias ajenas, sin ser uno
parte de la conversación.
Ayer estábamos más lejos, pero hoy estamos más cerca.(1)
Foto: JHB (D.R.A.)
(1) Proverbio oriental?
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