miércoles, 10 de abril de 2019

AVATAR


Pero ningún hombre puede luchar contra su destino, ¿no? No podemos ponernos delante del caballo al galope de la Fortuna y hacerlo detener. Es una caprichosa. Podemos gritar, luchar, conquistar y matar, pero la diosa Fortuna gobierna la nave y lleva el timón dirigiendo nuestras vidas mientras nosotros nos enfrentamos a su tormentoso mar del azar.(1)

En un programa sobre clonación y el deseo humano de eternizarse, se mencionó el deseo de convertirnos en avatares para evitar precisamente los avatares de la vejez. Ante la duda de la palabra decidí verificar su significancia.

Identidad virtual que escoge el usuario de una computadora o de un videojuego para que lo represente en una aplicación o sitio web. Así definido por el doctor Google.

No conforme con esa definición, cuyo sentido no era propiamente el que buscaba, porque lo había entendido como el alter ego que queremos tener, así sea en otra dimensión, encontré que el término es más viejo: Como avatar se conoce, desde el punto de vista de la religión hindú, la manifestación corporal de una deidad, especialmente — aunque no únicamente — Visnú. La palabra, como tal, proviene del sánscrito avatâra, que significa ‘descenso o encarnación de un dios’. En este sentido, el hinduismo concibe al avatar como ser divino que desciende a la tierra en forma de persona, animal o de cualquier otro tipo de cuerpo, con la finalidad de restablecer el dharma, o ley divina, y salvar al mundo del desorden y la confusión generada por los demonios.(2)   

Y todo deviene del deseo humano de ser dios, con todo lo que ello podría significar, pero que básicamente está contenido en el deseo eterno de poder y dinero, aspectos a los cuales se reduce nuestra mezquindad, al menos para aquellos que están embebidos en ello –lo digo, porque no los tengo-. No me veo yo o la humanidad sometida, paupérrima, en la miseria a eternizarse en esa situación, un deseo que resultaría masoquista, me digo.

Pensando el hombre en inmortalizarse o en hacerse eterno, aunque el primero basta con pasar a la historia y no todos los inmortalizados han sido buenos (de Hitler y Stalin a Escobar y toda la gama de asesinos que la historia se ha encargado de inmortalizar) porque de villanos y héroes está llena la historia.

Pero quién eternizará a un pobre o a un mendigo o a mí, sin ir más lejos? Sólo se puede pensar que son los ricos y poderosos los que desean vivir en la inmortalidad. Entonces sólo unos cuantos podrían obtenerla. Ver a Santodomingo, Ardila Lulle o a Sarmiento Angulo haciendo la cola respectiva y a Uribe, en su deseo de eternalizarse. Naturalmente la apuesta al azar es riesgosa, porque no saben si la fortuna o el poder los van a acompañar por toda la eternidad y no me los imagino siendo pobres o sin poder dentro de doscientos años, porque el azar y el destino son cosas curiosas que no se ajustan a la voluntad humana. Nada les garantiza que todo ande bien. Llegado el momento de ser pobres ansiarán la muerte, salvo que les vendan el alma al diablo que si es cierto lo que dicen, el diablo mantendrá fortuna y poder eternos, sin derecho al retracto, porque el diablo no es tan pendejo como lo pinta el doctor Fausto, porque con el diablo trato es trato y no vale corte internacional alguna.

En mi caso diría: no, gracias, a pesar de que la vida me ha tratado bien, muy bien, creo que si llego a los ochenta sería más que suficiente y, por el contrario, debería existir la alternativa en que uno mismo pudiera apagar su botón de vida cuando vea que ya es inútil seguir viviendo.

Todo son perspectivas de vida.

Los ricos siempre creen que pueden pagar su salvación en el más allá.(3)

Óleo sobre papel, espátula. JHB (D.R.A.)


(1) Matilde Asensi. El regreso de Catón.
(3) Julia Navarro. La hermandad de la sábana santa.

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