miércoles, 18 de mayo de 2022

CREENCIAS

  

(Ella) era en cambio goda de ultraderecha, una conservadora de racamandaca: ferviente, ardorosa y apasionada seguidora de Laureano Gómez.[1]                                 

 De la lectura de ese libro, bastante bueno por demás, me hizo recordar el odio heredado, particularmente en materia de religión y política, que fueron principios adquiridos por abuelos y padres, casi por ósmosis, como se solía hacer en aquellas épocas anteriores a este siglo (hoy siguen lo mismo pero más sutiles, sutilmente involucradas en las redes sociales).

 Muchos de ellos sin tener idea de la significancia ideológica que cada una de ellas podía representar en materia política. Naturalmente me califiqué como godo, pero en últimas sin tener conciencia ideológica o práctica para serlo, simplemente uno debía estar en alguna de las dos tendencias dominantes, y nunca de las rojas de comunistas, socialistas o anapistas, líbrenos el señor, por ser inaceptable.

 Decía que era herencia propia de la época y que venía a su vez del siglo anterior, dónde se era más provinciano que un provinciano. Se tenía que estar en algún partido, así de simple y hasta recuerdo haber visto, en una época bien lejana, algún recibo en el que se descontaba un porcentaje del sueldo de mi papá a favor del partido. Era godo, de los de su época, aunque moderado, supongo que ahora pensando a modo de hijo, aunque el tema político nunca se tocó en la casa y eso que mi mamá se decía liberal, no sé si por llevar la contraria, sinceramente no lo sé.

 Lo que sí sé es que a mí generación le tocó la transición de pensamiento político, tal como se había heredado. Dejamos de pensar en ello con el tiempo, supongo; dejamos diluir la amistad sin ser factor importante o necesario el vínculo político. Y poco a poco dejó de interesarnos la política, como conversatorio diario, vivíamos nuestro propio afán.

 Y los partidos de igual manera dejaron diluir sus propios ideales, como ocurrió en todo el mundo, pues perdieron su filosofía, por irse tras el poder, cuando ganaban, o contra el poder, cuando perdían, todo se centró como vocación, en todos ellos, en repartir el botín y cobrar sus cuotas. Ya hoy no se vota por partidos sino por caras, si nos caen o no bien. A eso se ha reducido todo, pues los idearios ya no existen, a pesar de estar escritos en sus estatutos, que no son otra cosa que un viejo saludo a la bandera que nadie acata, que nadie recuerda.

Quiero romper con toda mi vida anterior, que hasta ahora ha sido una inutilidad y una mentira. Te confieso que aún no sé cómo se rompen las mentiras.[2] 

Tomado de Facebook
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[1]  Líbranos del bien. Alonso Sánchez Baute

[2] Crónica sentimental en rojo. Francisco González Ledesma.


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