Oí que alguien decía. En efecto, todo es pasajero, hasta la muerte. La partida de cualquier ser querido deja un vacío grande, en los primeros días se siente con demasiada fuerza. Igualmente pasa cuando se termina con la pareja, cuando se queda uno sin empleo, cuando pierde la oportunidad.
Aunque en todos esos momentos se
siente la eternidad de la ausencia (del ser querido, de la pareja, del empleo,
de lo perdido) y las palabras de consuelo terminan oyéndose como consolación
sin sentido y se hace eterna la situación, más cuando van pasando los días sin
posibilidad de solucionar nada. Pero así mismo, a medida que pasan los días y
los días y los días, la desesperación va desvaneciéndose y, si se quiere, se
inicia la aceptación y con ella viene la conformidad que va asentándose con el
paso del tiempo.
Y la eternidad sentida inicialmente
se vuelve pasajera, porque en la vida todo es pasajero y nada es eterno, a
pesar de que la eternidad sí lo es, pero eso ocurre más allá de esta vida.
No son palabras expresadas de forma
alguna motivacional, como suele ocurrir hoy -lejos de mí ni intentarlo-, sino
simples palabras que vistas desde mi perspectiva y desde la lejanía de la
juventud pasada, veo que en efecto, en la vida todo es pasajero, hasta la vida
misma, en la que este pasajero quiere estar preparado.
«Tus
recuerdos serán como los trazos que deja un ave al cruzar el cielo en
silencio», le había dicho Dios. «Los verás aparecer
y desaparecer. Y no serán más que recuerdos».[1]
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