Por alguna pendejada mía me volví a acordar de la trillada libertad. No sé si fue por haber visto algún noticiero en donde los cínicos izquierdosos estaban gritando que la querían, que no se la limitaran, naturalmente con los ánimos caldeados, con la agresividad que les caracteriza. Pensaba en la incoherencia de su propio pensamiento; si no la tuvieran no podían estar por ahí pregonando sus propias verdades, compuestas naturalmente de principios mentirosos, pues ellos, a partir de ellas suelen crear sus propias verdades. (Como se observará, yo poco de comunismo y socialismo de teorías recogidas, prefiero la vida calma).
Y al pensar en la libertad pensé
también en el orden y al pensar en éste, pensé en la seguridad. Y de ahí mi
pensamiento saltó a la consabida pregunta: Y para qué la libertad sin orden? Y
para qué la libertad sin seguridad? Lo que me llevó a pensar que la libertad,
en sí misma, no es nada, es una mera palabra que, como la palabra derecho no
tienen significancia, se vuelven insignificantes, al quererlos sin límites aquellos
de los que hablo, pues ellos sí son los únicos que pueden ponerles límites, a
su antojo, a su acomodo. Pero no se han dado cuenta que tienen toda la libertad
para ellos, pueden gritar todas las sandeces posibles y aún así joden y
envenenan.
Pero continuo antes de que toda la mala leche se me salga. Yo, antes que libertad, deseo orden. Antes de libertad, prefiero la seguridad. Porque con orden y seguridad, la tal libertad es un añadido más. Prefiero la vida con orden y con la seguridad de poderla vivir sin angustias, sin resquemores. De allí que la tal libertad es algo secundario, pues con orden y seguridad puedo ser libre de hacer lo que quiero, sin joder a los demás. Lo único que quiero en mi vida es estabilidad. He dicho.
… que hacer hablar al silencio y que las
palabras cuenten cosas con significados ocultos. Tenemos que intentar ver a
través de los hechos, ponerlos de cabeza para hacerlos ponerse de pie.[1]
[1] La quinta mujer. Henning
Mankell.
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