Dice la RAE
que libro es entre otras: Conjunto
de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman
un volumen. 2. m. Obra científica, literaria o de cualquier otra índole con
extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro
soporte.
Con esta simple palabra con el
solo hecho de oírla creo reconocer que de alguna manera el diccionario se va
quedando atrás, por noción y por técnica, dados los avances de esta modernidad,
pero supongo que la academia debe estar trabajando a buena velocidad para
actualizarse, para bien o para mal.
Quienes vivimos la edad del
libro, como documento de papel impreso en tinta, incluida encuadernación,
independientemente de su contenido, reconocemos al oír mencionar su nombre de
qué se trata el asunto y siempre a nuestra cabeza su sola mención la relacionamos
con esa impresión que podemos palpar, con ese olor a papel, nuevo, recién
salido de la imprenta, con olor a tinta. O con ese otro olor, de libro viejo,
para cuando no podíamos adquirir la versión nueva; con olor a biblioteca, olor
a viejo, sin querer demeritarlo, no con ese olor que se supone nos identifica a
los viejos, sino de aquel otro, de anaquel, a papel de antaño, de hojas…
difícil de explicar, pero que cualquier viejo como yo sabe entender, ese olor
tan característico que solo los viejos lectores podemos recordar gracias al
recuerdo.
Hoy, por el contrario, la noción
de libro es tan intangible como la misma noción. Ya no necesitamos papel para
poseerlo, para tenerlo, para degustarlo. Ya no hay olor a tinta o a papel,
nuevo o añejo, ni a lomo, ni a olor a biblioteca. Es un intangible que se
visualiza a través de una pantalla, cuyas hojas (otra noción que se va
desvaneciendo de su sentido primitivo); decía que cuyas hojas se deslizan con
la rapidez con que el dedo o el afán lo permitan, sin sentirse ni palparse la
hoja.
No se tomen mis comentarios como
una queja, como añoranza o comentario de viejo, porque no es así. Aunque
advierto que cuando comenzaron a salir los libros digitales, con sus
consiguientes tabletas y programas que permitían leer, fui uno de los que rechazó
de plano cualquier intento para acceder a ellos, fui uno de los que rechazaban
la idea de la suplantación. Parecía, aunque en esa época no lo era, como un
viejito de antaño, que no entiende razones, arraigado en sus creencias, que se
negaba categóricamente a aceptar la modernidad. Lo fui, he de confesarlo y
hasta recalcitrante, si se quiere, hasta que me atreví a probar la nueva
tecnología, con remilgo, con prurito y hasta con temor. Pero logré acomodarme a
la tecnología y a sus avances. Cedí a la tentación y hoy por hoy solo leo
libros digitales, ya que a los otros, los libros de antaño tan queridos es muy
poco lo que me les acerco, entre otras razones, por el precio, si he de
confesarlo, pues de ser así hoy no podría darme el lujo de leer entre tres y cuatro
libros mensuales y además he de reconocer que gracias a las páginas (de
internet, aclaro), gratuitas por demás, han permitido tener a mi alcance una
infinidad de libros para lo que resta de mi vida, si Dios lo permite, diría un
buen católico.
Todo está a mi alcance y gratis,
sin necesidad de ser pirata bajando libros -como en su momento también lo fui-,
pues ahora tan solo acudo a la tecnología que me los facilita.
En fin, el cuento de la palabra
venía a cuenta de la necesidad de avanzar también lingüísticamente, tarea de
las academias, pues a pesar de que se conserven las palabras de libro, tomo,
hoja, ya no son las mismas que antaño conocí, a pesar de la coexistencia que se
mantiene, es claro.
En fin, tampoco es el fin del
mundo, me digo, con este punto y aparte, continuaré con mis lecturas digitales.
Y puedo cambiarte el nombre
Pero no cambio la historia
Te llames como te llames
Para mí tú eres la gloria.
Wikipedia trae una
definición más interesante: Un libro (del latín liber, libri)
es una obra impresa, manuscrita o pintada en una serie
de hojas de papel, pergamino, vitela u otro
material, unidas por un lado (es decir, encuadernadas) y protegidas con
tapas, también llamadas cubiertas. Un libro puede tratar sobre cualquier tema.
Según la definición de la Unesco, un libro debe
poseer veinticinco hojas mínimo (49 páginas), pues de veinticuatro hojas o
menos sería un folleto; y de una hasta
cuatro páginas se consideran hojas sueltas (en una o dos hojas). También se
llama «libro» a una obra de gran extensión publicada en varias unidades
independientes, llamadas tomos o volúmenes. Otras veces se llama
«libro» a cada una de las partes de una obra, aunque físicamente se publiquen
todas en un mismo volumen (ejemplo: Libros de la Biblia). No obstante,
esta definición no queda circunscrita al mundo
impreso o de los soportes físicos, dada la aparición y auge de los nuevos
formatos documentales y especialmente de la World Wide Web. El libro digital
o libro electrónico, conocido
como e-book, está viendo incrementado su uso en el mundo del libro y en la
práctica profesional bibliotecaria y documental. Además, el libro
también puede encontrarse en formato audio, en cuyo caso se denomina audiolibro.