Luego de publicado el blog en que me preguntaba cómo hacían ciertas
personas para dormir a pesar de conocer que sus actuares no los realizaban de
conformidad con la pulcritud que todos quisieran tener, me vi atacado por mi
alter ego –conciencia, llamarían otros, o mi otro yo que de vez en cuando me
asalta con sus propias inquietudes, dudas o simplemente tratando de hacerse
notar y sentir-.
Como decía, luego de publicado y en cualquier momento –como acostumbra
asaltarme cuando quiere hacerse patente- se me aproximaron en mis pensamientos
un: “Bien pendejo que es usté, que cómo duermen todos esos? Facilito, con un
sueño profundo, roncando sin cesar, duermen mejor que usté mismo. Mientras usté
se desgasta pensando en ellos, ellos duermen plácidamente, porque usté es
invisible y no puede contra ellos.”
Y en efecto, tenía razón, todo es cuestión de costumbres. El que es no deja
de serlo y eso no impide que bien camuflados vivan como cualquier mortal. La
conciencia? Esa es fácil de domesticar, basta con habituarla a determinadas
rutinas y termina sin poder distinguir, aceptando como bueno todo lo que se le
diga que es bueno. A uno lo asusta un muerto, pero si se vuelve
consuetudinario el verlos, hasta el muerto deja de dar miedo, o que lo digan médicos,
legistas y encargados de funerarias. O el militar, el primer muerto duele, pero
de ahí para adelante, ya dejan de ser torturadores de la conciencia y entrar a formar parte
del trabajo.
Y eso me lleva a pensar en la programación cerebral, en lo que llaman
conductas que son hábitos atávicos de los que no podemos deshacernos tan
fácilmente. Nada más ver un partido de fútbol americano o rugby –y el fútbol
pareciéndose cada vez más-, es un deporte de, con el perdón de los antepasados,
cromañones, neardentales, peleándose por la presa, a punta de golpe, el fuerte
es el que sobresale, los débiles… somos los que no dormimos.
Quisiera uno ser el salvador del mundo, pero la voz vuelve a resonarme con
ese: ‘Bien pendejo, déjese de pensar solo pendejadas.’ Esos hábitos atávicos
vienen de siempre y con ellos han educado generaciones. Uno cree que es de
ahora la corrupción, en el microcosmos que es ciudad, que coincide con el
otro microcosmos llamado país, por ser su centro. Lo que pasa es que uno vino a
conocerlo con la sofisticación de la época. En cuanto a mí, vine a conocer esa
plaga, porque nunca tuve contacto anterior, ya mayorcito. Sin embargo, todos
esos males no son originados en estos pueblos, porque la ley ‘se obedece pero
no se cumple’ ya desde la misma conquista española, fecha en la que nos fue transmitida. Nada
más saber la corrupción de las cortes, no solo española, que a su vez se habían
alimentado de la misma corrupción de la iglesia de la edad media y si se sigue
de para atrás, los mismos romanos y griegos, todo lo que me lleva a simplemente
deprimirme pensando que es un mal de siglos, para concluir que ‘mal de muchos,
consuelo de tontos’.
Mucho bobo, cuélese. Y por qué no pasó por la puerta de atrás? Pero si es
un momentico nada más. No se deje, no sea pendejo. Hágase el bobo y sin querer
queriendo. Diga que tiene afán. Haga valer que es viejito de tercera edad, no
sea bobo. Y por qué no lo empujó?
Todas esas palabras desde siempre repetidas, una y otra vez, desde niños,
van reforzando el pensamiento del menor esfuerzo, del ser avivato, de no
dejarse. Nos enseñaron también la contradicción entre pensamiento, palabra y
obra. Para ciertos efectos, unas cosas son buenas, otras malas. Así como sus
consecuencias. Los comunistas enseñaron a la humanidad que una mentira repetida
indefinidamente se convierte en verdad, y con todo, lograron probar que era
cierta esa premisa.
Precisamente vi una película en que un niño –gringo, naturalmente, porque
la película era de Hollywood, traducía algo así como el carrito rojo- bajo su insistencia permanente por ayudar al
prójimo logró crear una fundación de ayuda a los menesterosos o más
necesitados, palabras más, palabras menos. Esa insistencia del niño por lograr
lo que se le metió en la cabeza, dio origen a que pensara que había dos
aristas, del mismo lado. Para unos, su terquedad; otros pueden llamarla persistencia.
Terquedad, palabra de la que subyace un aspecto negativo. Persistencia, para
alabar. Y queda uno con la duda, terquedad o persistencia? Vaya a saber, o a
buscar una mejor explicación.
‘Y es que acaso quiere cambiar el mundo?’ me oigo decir. ‘Cómo diablos
cambiar al mundo?’ –replico. Tercia alguien más dentro de mí: ‘Déjense de
pendejadas, ni el uno puede, ni el otro tampoco.’
Y pienso, solo para mí: ‘pues sí, no puede hacer nada y pudiendo, tampoco
lo haría, entonces cuál el problema? Duerma y deje dormir, que nunca podrá
cambiar el mundo.’ Descorazonador raciocinio, pero en últimas, sí, tiene toda
la razón, más bien disfrute los pocos años que aún le quedan, que así ha sido,
así será. Recuerdo el grafiti, una golondrina, no hace un carajo! Y si existe
Dios, que Él sea el árbitro de su propia indecisión –me oigo concluir-.
Y que cada cual rinda sus propias explicaciones ante el Señor, si es que
realmente llega a existir.
“Pero sus frases fueron truncadas
Y sus palabras cambiadas,
Y el verbo se hizo mentira
Para mejor ocultar la verdad.”
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