viernes, 3 de junio de 2016

QUE CÓMO DUERMEN SIN CONCIENCIA? FACILITO!

Luego de publicado el blog en que me preguntaba cómo hacían ciertas personas para dormir a pesar de conocer que sus actuares no los realizaban de conformidad con la pulcritud que todos quisieran tener, me vi atacado por mi alter ego –conciencia, llamarían otros, o mi otro yo que de vez en cuando me asalta con sus propias inquietudes, dudas o simplemente tratando de hacerse notar y sentir-.

Como decía, luego de publicado y en cualquier momento –como acostumbra asaltarme cuando quiere hacerse patente- se me aproximaron en mis pensamientos un: “Bien pendejo que es usté, que cómo duermen todos esos? Facilito, con un sueño profundo, roncando sin cesar, duermen mejor que usté mismo. Mientras usté se desgasta pensando en ellos, ellos duermen plácidamente, porque usté es invisible y no puede contra ellos.”

Y en efecto, tenía razón, todo es cuestión de costumbres. El que es no deja de serlo y eso no impide que bien camuflados vivan como cualquier mortal. La conciencia? Esa es fácil de domesticar, basta con habituarla a determinadas rutinas y termina sin poder distinguir, aceptando como bueno todo lo que se le diga que es bueno. A uno lo asusta un muerto, pero si se vuelve consuetudinario el verlos, hasta el muerto deja de dar miedo, o que lo digan médicos, legistas y encargados de funerarias. O el militar, el primer muerto duele, pero de ahí para adelante, ya dejan de ser torturadores de la conciencia y entrar a formar parte del trabajo.

Y eso me lleva a pensar en la programación cerebral, en lo que llaman conductas que son hábitos atávicos de los que no podemos deshacernos tan fácilmente. Nada más ver un partido de fútbol americano o rugby –y el fútbol pareciéndose cada vez más-, es un deporte de, con el perdón de los antepasados, cromañones, neardentales, peleándose por la presa, a punta de golpe, el fuerte es el que sobresale, los débiles… somos los que no dormimos.

Quisiera uno ser el salvador del mundo, pero la voz vuelve a resonarme con ese: ‘Bien pendejo, déjese de pensar solo pendejadas.’ Esos hábitos atávicos vienen de siempre y con ellos han educado generaciones. Uno cree que es de ahora la corrupción, en el microcosmos que es ciudad, que coincide con el otro microcosmos llamado país, por ser su centro. Lo que pasa es que uno vino a conocerlo con la sofisticación de la época. En cuanto a mí, vine a conocer esa plaga, porque nunca tuve contacto anterior, ya mayorcito. Sin embargo, todos esos males no son originados en estos pueblos, porque la ley ‘se obedece pero no se cumple’ ya desde la misma conquista española, fecha en la que nos fue transmitida. Nada más saber la corrupción de las cortes, no solo española, que a su vez se habían alimentado de la misma corrupción de la iglesia de la edad media y si se sigue de para atrás, los mismos romanos y griegos, todo lo que me lleva a simplemente deprimirme pensando que es un mal de siglos, para concluir que ‘mal de muchos, consuelo de tontos’.

Mucho bobo, cuélese. Y por qué no pasó por la puerta de atrás? Pero si es un momentico nada más. No se deje, no sea pendejo. Hágase el bobo y sin querer queriendo. Diga que tiene afán. Haga valer que es viejito de tercera edad, no sea bobo. Y por qué no lo empujó?

Todas esas palabras desde siempre repetidas, una y otra vez, desde niños, van reforzando el pensamiento del menor esfuerzo, del ser avivato, de no dejarse. Nos enseñaron también la contradicción entre pensamiento, palabra y obra. Para ciertos efectos, unas cosas son buenas, otras malas. Así como sus consecuencias. Los comunistas enseñaron a la humanidad que una mentira repetida indefinidamente se convierte en verdad, y con todo, lograron probar que era cierta esa premisa.

Precisamente vi una película en que un niño –gringo, naturalmente, porque la película era de Hollywood, traducía algo así como el carrito rojo- bajo su insistencia permanente por ayudar al prójimo logró crear una fundación de ayuda a los menesterosos o más necesitados, palabras más, palabras menos. Esa insistencia del niño por lograr lo que se le metió en la cabeza, dio origen a que pensara que había dos aristas, del mismo lado. Para unos, su terquedad; otros pueden llamarla persistencia. Terquedad, palabra de la que subyace un aspecto negativo. Persistencia, para alabar. Y queda uno con la duda, terquedad o persistencia? Vaya a saber, o a buscar una mejor explicación.

‘Y es que acaso quiere cambiar el mundo?’ me oigo decir. ‘Cómo diablos cambiar al mundo?’ –replico. Tercia alguien más dentro de mí: ‘Déjense de pendejadas, ni el uno puede, ni el otro tampoco.’

Y pienso, solo para mí: ‘pues sí, no puede hacer nada y pudiendo, tampoco lo haría, entonces cuál el problema? Duerma y deje dormir, que nunca podrá cambiar el mundo.’ Descorazonador raciocinio, pero en últimas, sí, tiene toda la razón, más bien disfrute los pocos años que aún le quedan, que así ha sido, así será. Recuerdo el grafiti, una golondrina, no hace un carajo! Y si existe Dios, que Él sea el árbitro de su propia indecisión –me oigo concluir-.

Y que cada cual rinda sus propias explicaciones ante el Señor, si es que realmente llega a existir.
   
“Pero sus frases fueron truncadas
Y sus palabras cambiadas,
Y el verbo se hizo mentira
Para mejor ocultar la verdad.”

 


(Eliette Abécassis. Qumrám)




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