Es una verdad grande y sublime
que el hombre no comprenda la vida
más que durante los días de su vejez,
cuando la vida huye y no le ocurre ya nada.
Oriana Fallaci. Un hombre.
Cuántos
pasos dados, cuántos caminos pisados, cuántos por hábito, cuántos por
necesidad.
Los
que han valido la pena, los obligados, los desesperados, los anhelados, los
desobligantes, los asimilados.
Todos
los pasos nos dieron personalidad, nos la forjaron y también la desvirtuaron en
algunas oportunidades; nos obligaron ser, nos obligaron a serlo.
Pasos
de ayer.
Los
de hoy, ya despaciosos, desorientados a veces, en otras temerosos, por fuerza
de la rutina, a fuerza de esperanza, de la que no llega.
La
mayoría irrelevantes ya, sin sentido otros. Rutinarios o vergonzantes, al verse
señalados por pasos jóvenes que a su paso pasan.
Pasos
y caminos casi todos inconscientes, inconsistentes, irremediables, pero
sorprendentes también.
Y
pensar que todo inició con el primer paso, el que no se quería dar, por miedo de
ser precisamente el primero, y luego, no querer parar, para que no fuera el
último, pero había que parar, para el momento en que nuevamente era necesario
un primer paso para dar.
Leí otra columna de Fernando
Araújo Vélez, (Si
volviéramos. http://www.elespectador.com/opinion/si-volvieramos), quien tiene
la capacidad de inspirarme. He de reconocer que siempre le rehuí, por aquello
de apellido y procedencia, por la mala costumbre de prejuzgar, pero desde que
le conocí cada semana espero su escrito dominical (“Como pasa la mayoría de las
veces, rechazamos las ideas de otros a la primera pero, al cabo del tiempo, si
eres un poco auto-crítico, te das cuenta que tienes que escuchar... -Hunter, James. La Paradoja-.” Me
inspiró Araújo, e igualmente el recuerdo de un escrito de Ángela Botero, 'Calles'.
La más larga caminata comienza con un paso.
Proverbio hindú.
Foto: JHB (D.R.A.)
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