Aprenda cada cual a
marchar
por el camino que más le
convenza.
Sixto Proercio
Olvidamos nuestro pasado,
porque nunca nos lo contaron. Muchas veces lo dieron por sentado y por eso no
lo contaron. Otras, porque no lo sabían tampoco. Otros más, por vergonzosos,
por penosos y uno que otro, por simple tabú familiar.
De esta manera no sabemos
con certeza de dónde venimos. Tampoco nos previnieron y por eso están ellos
exentos de culpa.
No tuvimos entonces
pasado, a duras penas conocemos algunos retazos de la historia de nuestros
padres, hilachas de la de nuestros abuelos y la de los demás ancestros de ahí
para atrás, imposible saber.
Por eso no tenemos pasado
histórico porque no conocemos un pasado ancestral ni sus historias.
Y solo hablando de una
línea, materna o paterna inmediata, porque luego hay que duplicarla por la otra
línea y así en cada paso que se dé hacia atrás. Un ejercicio extenuante he de
confesar, si fuera posible. Eso me lleva a los árboles genealógicos, donde uno
solo ve fechas y nombres, pero no virtudes ni
defectos, afortunadamente. Allí la desgracia de quienes tienen sangre
real, porque allá en la lejanía los antepasados se reconocían también por el
apodo: Juana la Loca, Alfonso X el Sabio -a este le fue bien, todo un
intelectual-, el Prudente, el Hechizado, el Pasmado, el Honesto, el Justo, el
Hermoso, el Piadoso, el Lento, el Impotente, el Jorobado, el Craso (por lo
gordo), el Malo, el Emplazado y no sigo y sólo son españoles, advierto.
Y de seguir queriéndolo
complicar, piénsese lo anterior respecto de los quinientos y pico de años desde
el descubrimiento. Y antes, porque sangre indígena tenemos, así algunos quieran
renegar. Con todo, me pregunto: Acaso importa?
En dónde el español se
combinó genéticamente con el indígena ancestral, termina uno desconociendo con
cuántos genes diferentes nos diferencian, diferentes religiones, razas,
pensamientos y sentimientos tan dispares, cómo todo eso llegó a mí.
Sangre de un desconocido
mezclada con la de una desconocida, de una familia reconocida con la otra más o
menos reconocida, mezcladas con más desconocidos durante más de cinco siglos,
generando este desconocido que se pregunta: cuál es ese pasado mío?
De estas tierras de dónde
provendré? Familia cundiboyacense, chibcha, muisca o mosca, como se bautizaban
los pacíficos pobladores de esta zona, sin saber si se habían mezclado a su
vez, por sometimiento, por conquista o por amor con otras tribus, porque por la
línea materna debe provenir lo motilón.
Estos ancestros no tenían
tierra, la tierra era de nadie, porque no era de ellos, era la tierra de la
tierra y fueron mis ancestros de más de quinientos años, hasta que los
españoles, como sabios, como cultores de la cultura decidieron que la tierra sí
tenía dueños, ellos y la tierra no era de la tierra, era del que se adueñara de
ella, a las buenas, a las malas o con la trampa posible.
Y del lado europeo?
Español e italiano, hasta moro y judaizante, supongo, recordando que Europa
para épocas de bárbaras naciones no eran propiamente las naciones de las que
tenemos presente hoy, eran condados, ducados y reinos en eterna pelea, papas
que no tenían hijos, pero sí sobrinos, amalgama que de igual manera da mucho
qué pensar.
Una mezcla del uno con el
otro, el otro con el uno, a qué mezcla han llegado, a qué mezcla me han traído.
Solo puedo decir que soy
cero pureza.
Tengo algo de malicioso,
pendenciero, malpensante, desconfiado, judía confeso o converso, parlanchín,
exultante, pendejo y hasta vergonzante, rastrero, taimado y tramposo, todo eso
y mucho más, en diferentes dosis, en diferentes porcentajes, todo por la genética,
sin mentar la amalgama de colores que me han llevado al color que actualmente
tengo, gris amarillo ceniciento!
Y no sé nada de mis
ancestros, como es poco lo que sé de mis padres, como poco han de saber mi hijo
del suyo, porque nadie conoce la historia completa del otro, como el otro no
sabe de la suya misma, como no sé de la mía, por tratar de ocultar, por
ocultarme verdades que no quiero saber, como de dónde provengo, porque dentro
de los ancestros han de aparecer piratas y meretrices, putas y serenateros,
presos y aún filósofos si por ellos entendemos a los romanceros y bufones,
pudiendo todos desdecir de una sangre que no tengo pero de la que me envanezco
sin merecerla y, queriendo o no, su gota de sangre en mí está.
Y por toda esta
maledicencia soy espurio que no tiene idea de sus orígenes, ni mediatos ni
inmediatos, e ignora además a cada uno de su progenie.
Y también, sin base ni
soporte, me considero bogotano, porque siempre veía la línea paterna, olvidando
los orígenes de la materna, lo que me lleva a la conclusión que solo soy hijo
de inmigrantes nativos, un inmigrante más en este mundo, cuando solo bastaba
con ser un judío errante, sin patria, sin origen.
Cómo pretendo exigir
entonces lo que no soy pero que he aparentado durante tanto tiempo?
FOTO: JHB. (D.R.A.)
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