viernes, 23 de septiembre de 2016

SENSACION


Se comprende siempre después,
puesto que comprender a tiempo
sirve para obstaculizar el destino ya escrito.

Oriana Fallaci. Un Hombre.

Hay sensaciones que uno no termina de entender. Ni siquiera se comprende de dónde nacieron, de cuál recóndito mundo surgieron.

Hoy centraré en esas sensaciones que tienen el dejo de la incomprensión, de la molestia, del acompañamiento indeseado.

Es levantarse, como cualquier día, pero desde antes de abrir los ojos esa sensación indeseada de acompañamiento impertinente, transformador del día y si ese día es gris, sirve de perfecto acompañante de enterrador vestido de negro en espera del traslado del cadáver.

Es sentir una sensación de culpa, por una acción no realizada, es de acompañamiento de temor infundado, yo no he hecho nada, se dice uno, pero aún y a pesar del conjuro, la sensación sigue en acompañamiento, como quien no desea soltar la presa.

Incomodidad injustificada e impensada es lo que genera y ninguna prueba de inocencia permite deshacerse de ella. Es un cirirí de conciencia inconsciente, porque no se sabe por qué carajos tiene uno esa sensación.

Malestar, incomodidad, imposibilidad de rechazarla, de evaporarla y sólo queda preguntarse, con la misma incomodidad, qué fue lo que hice? Por qué esta sensación? Preguntas semejantes a las que se hace un inocente que no sabe por qué lo están culpando, al no haber hecho nada.

El peor de los estados es sentir un algo, que no se sabe a ciencia cierta qué es, ni por qué, ni para qué, solo sentir ese algo volando alrededor, quitándole a uno la seguridad del paso bien dado, generando la inquietud del próximo paso de caída, impidiendo tener certeza de sí mismo, de uno mismo yendo al abismo.

Sensación intranquilizadora que intranquiliza hasta el espíritu, lo pone en duda, lo lleva a dudar aún sobre la propia existencia, sin pudor, sin remilgos, sin rubor.

Y yo qué hice? Es pregunta que inicia el estado de duda.

Será? Otra pregunta que asalta sin gracia la tranquilidad de la vida.

Pero qué fue lo que hice? Pregunta que de la mano lleva a la culpa, porque  de antemano y prejuzgando, la sensación va echando culpas a diestra y siniestra, porque alguien debe tenerla. Y el yo qué hice queda como confesión de lo no hecho, de lo no actuado, pero sí de lo sentido, sin razón, sin sentido.

De tanto preguntar, ya hilvanado el sentimiento, la sensación, sin respuesta, porque no la hay, como proceso kafkiano, termina preguntándose y yo qué putas hice? Si no hice nada? O fue por algo que no hice?

Esas son sensaciones odiosas, que hace odioso el día, hasta que así como llegaron se van, luego de hacer estragos, de dejar la duda, de sembrar la culpa, estrago es estrago, a nadie hay que culpar, pero la sensación se alarga, no se va, se esfuma sin disculpa, sin vergüenza, sin reparo y lo deja a uno metido en un lío, del que quisiera salirse, al haber entrado sin invitación, más bien arrojado sin consentimiento previo, sensaciones irresponsables, sensaciones provocadoras, sensaciones irremediablemente insensatas e imprudentes.

Y yo aquí, preguntándome, qué fue lo que hice? (o lo que no hizo, me advierten)

la temida clave de todo verdadero saber
es la pregunta: “¿Por qué?”


Oriana Fallaci. Un Hombre.



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