Se comprende siempre después,
puesto que comprender a tiempo
sirve para obstaculizar el destino ya
escrito.
Oriana Fallaci. Un Hombre.
Hay sensaciones que uno no termina de entender.
Ni siquiera se comprende de dónde nacieron, de cuál recóndito mundo surgieron.
Hoy centraré en esas sensaciones que tienen el
dejo de la incomprensión, de la molestia, del acompañamiento indeseado.
Es levantarse, como cualquier día, pero desde antes
de abrir los ojos esa sensación indeseada de acompañamiento impertinente,
transformador del día y si ese día es gris, sirve de perfecto acompañante de
enterrador vestido de negro en espera del traslado del cadáver.
Es sentir una sensación de culpa, por una acción
no realizada, es de acompañamiento de temor infundado, yo no he hecho nada, se
dice uno, pero aún y a pesar del conjuro, la sensación sigue en acompañamiento,
como quien no desea soltar la presa.
Incomodidad injustificada e impensada es lo que
genera y ninguna prueba de inocencia permite deshacerse de ella. Es un cirirí
de conciencia inconsciente, porque no se sabe por qué carajos tiene uno esa
sensación.
Malestar, incomodidad, imposibilidad de rechazarla,
de evaporarla y sólo queda preguntarse, con la misma incomodidad, qué fue lo
que hice? Por qué esta sensación? Preguntas semejantes a las que se hace un
inocente que no sabe por qué lo están culpando, al no haber hecho nada.
El peor de los estados es sentir un algo, que no
se sabe a ciencia cierta qué es, ni por qué, ni para qué, solo sentir ese algo
volando alrededor, quitándole a uno la seguridad del paso bien dado, generando
la inquietud del próximo paso de caída, impidiendo tener certeza de sí mismo,
de uno mismo yendo al abismo.
Sensación intranquilizadora que intranquiliza
hasta el espíritu, lo pone en duda, lo lleva a dudar aún sobre la propia
existencia, sin pudor, sin remilgos, sin rubor.
Y yo qué hice? Es pregunta que inicia el estado
de duda.
Será? Otra pregunta que asalta sin gracia la
tranquilidad de la vida.
Pero qué fue lo que hice? Pregunta que de la mano
lleva a la culpa, porque de antemano y
prejuzgando, la sensación va echando culpas a diestra y siniestra, porque
alguien debe tenerla. Y el yo qué hice queda como confesión de lo no hecho, de
lo no actuado, pero sí de lo sentido, sin razón, sin sentido.
De tanto preguntar, ya hilvanado el sentimiento,
la sensación, sin respuesta, porque no la hay, como proceso kafkiano, termina
preguntándose y yo qué putas hice? Si no hice nada? O fue por algo que no hice?
Esas son sensaciones odiosas, que hace odioso el
día, hasta que así como llegaron se van, luego de hacer estragos, de dejar la
duda, de sembrar la culpa, estrago es estrago, a nadie hay que culpar, pero la
sensación se alarga, no se va, se esfuma sin disculpa, sin vergüenza, sin reparo
y lo deja a uno metido en un lío, del que quisiera salirse, al haber entrado
sin invitación, más bien arrojado sin consentimiento previo, sensaciones
irresponsables, sensaciones provocadoras, sensaciones irremediablemente
insensatas e imprudentes.
Y yo aquí, preguntándome, qué fue lo que hice? (o lo que no hizo, me advierten)
la temida clave de todo verdadero saber
es la pregunta: “¿Por qué?”
Oriana Fallaci. Un Hombre.
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