Confiad en los sueños, pues en ellos está
oculta la puerta a la eternidad.
Gibrán Jalil
Gibrán. El Profeta.
La felicidad es barata,
muy barata, por no decir gratis, porque hoy cuando se le menciona a alguien que
es gratis un producto, todos desconfían antes de recibirlo.
Abandonarse, aún sin
experiencia, en el vuelo de una cometa; en la profundidad de un buen libro; en
una experiencia amatoria; en un buen sueño, en un exquisito plato de comida, en
sueños e ilusiones, en cosas aparentemente nimias, sencillas, que parecería que
eso no es felicidad, porque son muy fáciles de palpar además de gratuita la
sensación que produce –no en el costo de origen-.
El mejor ejemplo es el de
la cometa. Nada más toma vuelo, las preocupaciones, si las hay, aunque siempre
las hay, comienzan a disolverse como por arte de magia. Todo el pensamiento se
centra en elevarla, direccionarla, darle y soltarle pita, acompasarla con el
viento, estar pendiente de sus vueltas y revueltas, de la distancia que nos
separa, de su huida en el infinito hasta que la podamos perder de vista para de
inmediato redirigirla para mantenerla bajo nuestra vista. Dejarla ir, dejarse
ir. En el placer del vuelo, la danza que ofrece, dejándose llevar, dejándonos
llevar. El pensamiento inicial se desvanece, aparece otro pensamiento, ese que
nos libera de estrés, que nos hace libres, que nos quita la preocupación, que
realmente no es una sino la suma de muchas más preocupaciones agolpadas en un
pensamiento, pero que en el acto del vuelo las envía a lo más recóndito de ese
cerebro que no quiere reconocerlas, que quiere olvidarlas, que por odiosas
quisieran acabarlas.
Es tal el placer que poco
importa el frío o el sol ardiente, no importa el ayer ni lo que será mañana, sólo
el acto de soledad resulta importante, tensando y soltando cuerda, según lo
exija la cometa, soltando pensamientos, deshaciéndose del estrés, de la
preocupación, participando de cielo y viento, de la intimidad del pensamiento.
Son también momentos de disfrute
de la soledad, sin exigencias, sin compromisos, sin requerimientos, sin
remordimientos, sin tiempo y sin espacio. Todo transcurre despacio porque es la
sensación del no tiempo, poco importa el tiempo, así como poco importa el
espacio, porque tiempo y espacio se confunden en la nada, en el placer, en la
sensación de libertad, de claridad, de soledad.
Todo pasa en calma, aun
cuando pareciera que la cometa va a descender, va a caer en picada o va a
escapar, sin ningún aviso, sin ningún permiso. Es un escape, a pesar de la
tensión de la atención, ella tratando de escapar, uno reteniéndola,
manteniéndola, con firmeza, tal vez demostrando que el control está en uno, en
nuestras manos y no es alegoría a la vida ni alusión equívoca.
La felicidad es entrega,
entrega a un abrazo, a un beso, a un saludo, a uno mismo, a los demás y a
nadie. Es uno y está en uno.
Es desconexión de tiempo
y espacio, es solo sensación, de un rato, de un momento, de la suma constante
de ratos y momentos, sin tiempos ni espacios, porque pasa y no importa lo que
pase luego, porque es mantener una sonrisa, interna o externa o ambas dos, si
se permite la expresión.
Es gozo y disfrute,
siempre en soledad, a pesar de ser compartida, porque quien goza es el alma,
aunque comparta con otra alma, pues con otra la dicha se agranda, como alguien
me dijera no es un corazón con otro corazón sino un solo corazón, pero más
grande.
Y si la felicidad nos
quiere evitar, podemos obligarla, -pero qué impertinente, pero qué egoísta,
dirá alguien-, pero es así. En cualquier caso, basta recordar, recordar
viviendo un momento de tranquilidad y si nuestros labios imaginarios avizoran
un gesto de sonrisa placentera, ella estará ahí, gozando con nuestra alma, el
grato momento de una sonrisa que nos brinda paz.
Foto: JHB (D.R,A,)
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