viernes, 23 de noviembre de 2018

ANTAÑO


Una columna de El Espectador, por su título, me llamó la atención: El bocadillo y la tradición de tirarse la comida(1). Critica a quienes modificaron el pandebono valluno original al agregarle bocadillo o arequipe: Pero toda creación sagrada invita al sacrilegio y, por eso, no falta quien le pone bocadillo al pandebono. Terminan por desconocer a toda una tradición gastronómica y degenerar la cultura. Y reitera: Está bien que uno puede hacer de todo lo que se le dé la gana: desde echarle piña a la pizza hasta ponerle Nutella a una arepa. Pero no se puede negar que dichas transformaciones, en ciertos casos y cuando se aplican a comidas tradicionales, terminan por deformar las culturas degenerando sus productos. Concluye: ¿Le echaría mantequilla de ajo a un jamón serrano? ¿Comería sushi con salsa de tomate? Si su respuesta fue afirmativa, déjeme decirle, primero, que es muy osado, pero ante todo su gusto es pésimo. El gusto es bueno o malo con referencia a una cultura…

 

En mi caso, recuerdo hoy el ajiaco santafereño, que tenía su fórmula sacramental, en porciones y proporciones (papa criolla, para sabanera, papa tocana y papa pastusa; el caldo, el del pollo cocinado y sus respectivas osamentas, que son las que dan la sazón necesaria; y el truco, guascas, guascas y mucha guasca. No voy a seguir con la receta de preparación, porque me alargo demasiado. Naturalmente estaban los aditivos de crema de leche y alcaparras). El sacrilegio en la preparación actual del ajiaco, ya preparado a nivel nacional y en Bogotá por todos los que de otros lados llegaron, comenzó con su distorsión. Unos echando mucha agua, poca papa o no todas las calidades de papa y escasa guasca; otros, añadiendo zanahoria y alverja (como decimos por acá a la arveja, cuya pronunciación terminamos rechazando); otros más echan ahuyama y hasta arracacha y en cualquiera de sus formas, terminó denominándose ajiaco. Tanto que en algunos lados cuando se busca se pregunta si hay ajiaco ajiaco.

 

Y lo mismo pasó con la tradicional bandeja paisa, si contenía morcilla, si pata, si chicharrón o bastaba tocino cocho o sudado, si con carne molida o asada, etcétera.

 

En una palabra, la comida de antaño no es lo que fue, lo que subsiste es su nombre. Si me hubieran preguntado hace quince años mi opinión, habría pensado en el sacrilegio culinario y que las cosas sólo deberían presentarse como lo hacían las abuelas y punto. Hoy, tal vez con vergüenza o con nostalgia, al ver cómo se diluyen las recetas, como se diluyó la música colombiana, por ejemplo, me hace pensar que la modernidad se fue comiendo la nacionalidad o su orgullo y lo peor del cuento, no pasó nada, nos dejamos imbuir del cambio, dejando el leve sabor de que lo pasado fue mejor, pero sin ninguna fuerza para retornar a él, siendo algo que valía la pena recuperar. En una palabra, la modernidad y la globalización ya nos absorbieron y supongo que ya también nos absolvieron de cualquier culpa. Somos hijos de su tiempo.

 

Viendo esos cambios y cómo ha cambiado el tiempo y sus costumbres, en muchos casos de añoranza, recuerdo con triste dejo aquellos tiempos de sabor a ajiaco de abuela, acompañado en el fondo por la vieja música colombiana, hoy todos ellos difuntos, de la abuela a la música.

 

Supongo que a eso se le llama nostalgia, de esa que no volverá.

 

Ya descansarás cuando estés muerto. (2)



Foto JHB (D.R.A.)

(1) Juan Sebastián Solís. https://www.elespectador.com/opinion/el-bocadillo-y-la-tradicion-de-tirarse-la-comida-columna-821943
(2) Arturo Pérez Reverte. Falcó.

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