lunes, 26 de noviembre de 2018

EL EDÉN



Pasaba por un parque y vi un árbol, parecido a la higuera lo que llevó mi pensamiento al Edén. Recordé el catecismo y mis clases de religión en donde se nos contaba cómo Dios había echado del Edén a Adán y Eva, a quienes nos representaban como seres humanos erectos, ella rubia y sílfide cuerpo; él pelinegro y cuerpo atlético. Y fue sobre esos ancestros que Dios determinó que no se merecían el paraíso y los desalojó a través de un intermediario, angelical, claro está.

Pensando en eso me preguntaba cómo eran físicamente, si efectivamente fueron echados del paraíso aquellos primeros seres, originadores de la humanidad, tal como la conocemos. Lo único que se me ocurrió pensar fue en los antropopitecos y pensé, siguiendo con la fábula religiosa, que Dios fue muy injusto con esa decisión. Supongo que los monjes que decidieron inventarse la historia carecían del conocimiento necesario para poder imaginar al ser humano original diferente a la figura de ellos mismos. Y si lo pienso en la distancia y se hubieran podido imaginar la figura de esos primeros seres, por demás feos –visto desde la perspectiva actual- les tocaba elegir una forma más humanada para ese Adán y Eva primigenios y la usó la iglesia de esa manera para pintarnos el cuento del desalojo forzado.

Fue abusivo Dios porque para aquellas épocas el hombre a duras penas tenía cerebro, su idioma el sonido gutural, se defendía como podía, es decir, ese Dios abusó del desvalido, del limitado mental. Y eso no fue ayer, si se cree en lo que dicen los antropólogos, el homo sapiens data de hace 315.000 años aproximadamente (en Marruecos se encontraron los primeros vestigios(1)) y eso que nuestra historia civilizada de recordación como tal no data de más allá de cuatro mil años.

Qué farsa tan grande, me dije; qué engaño, si al menos hubieran pintado a esos primeros padres expulsados tal como podrían ser hace tanto tiempo, aunque afortunadamente no les pusieron la figura lúgubre de los imaginativos curas a quienes se les ocurrió tal desfachatez.

Ya sé que los apóstoles de la iglesia me dirán que eso es una forma de escribir, para limitados mentales, supongo, que realmente no fueron expulsados, que esa historia sagrada no existió, que era una forma de llegar al populacho para que se sometiera a la iglesia y a su poder eterno. Si no existió ese Edén, ni ese Adán y Eva, deduzco por lógica que tampoco existió Dios ni el arcángel Miguel.

Pero nos dejaron la carga de culpa de un pecado que ni siquiera fue cometido y cargaremos por toda la eternidad la responsabilidad de ese pecado original, que nunca fue nuestro ni por nosotros generado.

(Mis detractores pedirán mi excomunión, pero tranquilos que yo mismo me la he decretado muchas veces, cada vez que me da por escribir de religión).

La Iglesia no inflige ningún dolor. Dios guía los instrumentos; así, el dolor es causado por los instrumentos, no por la sagrada mano de la Iglesia. Cuando se derrama sangre o se inflige dolor, la culpa es de la persona, no de la Iglesia. Las torturas no se infligen como castigo sino para confirmar la autenticidad del testimonio.
  —¿Cómo justifica eso el Santo Oficio?
  —Santo Domingo nos dice que, cuando las palabras fracasan, pueden prevalecer los golpes.(2)

Cuadro al óleo con espátula. JHB (D.R.A)


(1) https://es.wikipedia.org/wiki/Homo_sapiens
(2) Gary Jennings, Robert Gleason y Junius Podrug. Sangre azteca.

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