viernes, 19 de julio de 2019

DUDAS RESURGIDAS


 —Pero, Gertrude —protestó—, ¡no puede haber pruebas contra la evolución! ¡Es ridículo, por favor!
  —Lo que no hay, Marta —dije yo—, son pruebas de la evolución. Si la teoría de Darwin hubiera sido demostrada ya —y recordé que le había dicho lo mismo a mi cuñada Ona no hacía demasiado tiempo—, no sería una teoría, sería una ley, la Ley de Darwin, y no es así.
  —Hombre… —murmuró Marc, mordisqueando una hierbecilla—, a mí nunca terminó de convencerme eso de que viniéramos del mono, por muy lógico que parezca.
  —No hay ninguna prueba que demuestre que venimos del mono, Marc —le dije—. Ninguna. ¿O qué te crees que es eso del eslabón perdido? ¿Un cuento…? Si hacemos caso a lo que nos contaron (…), el eslabón perdido seguirá perdido para siempre porque nunca existió. Supuestamente los mamíferos venimos de los reptiles, pero de los innumerables seres intermedios y malformados que debieron existir durante miles de millones de años para dar el salto de una criatura perfecta a otra también perfecta, no se ha encontrado ningún fósil. Y pasa lo mismo con cualquier otra especie de las que hay sobre el planeta.
  —¡No puedo creer lo que estoy oyendo! —me reprochó Lola—. ¡Ahora va a resultar que tú, una mente racional y analítica como pocas, eres un zopenco ignorante!
  —Me da igual lo que digas —repuse—. Cada uno puede pensar lo que quiera y plantearse las dudas que le dé la gana, ¿o no? A mí nadie puede prohibirme que pida pruebas de la evolución. Y, de momento, no me las dan. Estoy harto de oír decir en la televisión que los neandertales son nuestros antepasados cuando, genéticamente, tenemos menos que ver con ellos que con los monos.
  —Pero eran seres humanos, ¿no? —se extrañó Marc.
  —Sí, pero otro tipo de seres humanos muy diferentes a nosotros —puntualicé.
  —¿Y qué pruebas eran esas que encontraron los fundamentalistas de tu país, Gertrude? —preguntó Lola con curiosidad.
  —Oh, bueno, no las recuerdo todas de memoria ahorita mismo. Lo lamento. El que estemos hablando sobre lo que nos contaron los yatiris me ha hecho refrescar viejas lecturas de los últimos años. Pero, en fin, a ver… —Y se recogió con las manos el pelo ondulado y sucio, sujetándoselo sobre la cabeza—. Una de ellas era que en muchos lugares del mundo se han encontrado. restos de esqueletos fosilizados de mamíferos y de dinosaurios en los mismos estratos geológicos, cosa imposible según la Teoría de la Evolución, o huellas de dinosaurios y seres humanos en el mismo lugar, como en el lecho del río Paluxy, en Texas. Y otra cosa que recuerdo también es que, según los experimentos científicos, las mutaciones genéticas resultan siempre perjudiciales, cuando no mortales. Es lo que decía antes Arnau sobre los millones de seres malformados que harían falta para pasar de una especie bien adaptada a otra. La mayor parte de los animales mutados genéticamente no permanecen con vida el tiempo suficiente para transmitir esas alteraciones a sus descendientes y, además, en la evolución, harían falta dos animales de distinto género con la misma mutación aparecida en sus genes por azar para asegurar la continuación del cambio, lo que es estadísticamente imposible. Ellos admiten que existe la microevolución, es decir, que cualquier ser vivo puede evolucionar en pequeñas características: los ojos azules en lugares de poca luz o la piel negra para las zonas de sol muy fuerte, o que se tenga mayor estatura por una mejor alimentación, etc. Lo que no aceptan de ninguna manera es la macroevolución, es decir, que un pez pueda convertirse en mono o un ave en reptil o, simplemente, que una planta dé lugar a un animal(1).

            Una lectura, desprevenida y las dudas que se generan pensando uno que lo aprendido en alguna oportunidad era la verdad revelada, dado que así lo decían los libros –respetados y respetables-, aunque he de confesar que desde hacía mucho tiempo me preguntaba cómo diablos, en un momento histórico, lugar determinado y preciso, teniendo en cuenta la ley de las probabilidades, habían surgido evolucionados un hombre y una mujer que se encontraron por casualidad a la vuelta de la esquina y habían generado la especie denominada humana; no tenía explicación racional para mis ignorantes preguntas, pero influido por la fe, católicamente adquirida, pensaba que si los sabios lo decían, así era. Pero no, vueltas que da la vida y la pregunta de antaño resurgió y me hizo dudar de lo aprendido.

            Dentro de mis pensamientos se refrescaron, como digo, dudas pasadas y sigo creyendo que la teoría de la evolución tiene muchos huecos, pues no veo en qué momento hubo salto genético, en el mismo sitio, en la misma fecha, generándose una nueva especie desconocida hasta el momento y un hombre y una mujer se encontraron por casualidad y se dieron cuenta que con requeñeque podían poblar todo un planeta, siempre que tuvieran parejas, aunque dicen los que saben que cuando hay requeñeque entre familiares la especie se degenera (o pregúnteles a los Romanov). Y si no me cabe en la cabeza ese momento, mucho menos que la misma situación se presentó al mismo tiempo en otro lugar del planeta tierra –bastante amplio por demás y sin transporte para completar- como para que los hijos de unos se encontraran con los de otros y así indefinidamente. Para concluir, me pregunto si no se hubieran extinguido los dinosaurios habrían generado evolutivamente gigantes?

            Sí, ya sé, preguntas bobas de un completo ignorante como yo, pero qué le vamos a hacer, ese sigo siendo yo!

Cuando a mediados del siglo XVIII, Jorge Luis Leclerc, conde de Bufón, unió dos ramas aparentemente distintas, la historia natural y la historia cultural, el estudio del hombre cambió por completo. Hasta ese momento habíamos sido la especie elegida y teológicamente éramos más parecidos a Dios que al chimpancé. Leclerc demostró a los sabios de su tiempo que el hombre era un animal más. Ahora hemos dado un paso hacia delante, el hombre es un virus mutado que está destruyendo el único planeta en el que se han detectado formas de vida complejas.(2)


Óleo sobre papel, espátula. JHB (D.R.A.)


(1) Matilde Asensi. El origen perdido.
(2) Mario Escobar. El papa ario.

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