La noción de tiempo, como he venido
escribiendo, directa e indirectamente, se convierte en un tema surrealista.
Hacia la década de los setenta leí
el famoso libro 1984; faltaban como catorce años si siguiera el orden del
escrito. Para cuando lo leí, catorce años eran catorce años, es decir mucho
tiempo. Cuando llegó el 84 pasó desapercibido, ya iba para la treintena de mi
vida, el tiempo comenzaba a acelerarse y la tecnología se encaminaba a la
popularización. Luego, en los noventa surgió el miedo, ya estando
sistematizados, porque en el 2000 se iba a producir el caos por culpa de una
imprevisión, el cambio de siglo que los computadores no reconocerían y
volveríamos al día uno. Llegó el 2000 y no pasó nada, porque ante la presión
del tiempo llegó la correspondiente solución.
Naturalmente he de mencionar que en
mi niñez y juventud ver el año 2000 era inimaginable, ni siquiera lograba
pensar en la edad en que tendría para ese año. Era lejano, muy lejano y llegó y
no pasó nada, solo envejecí. Hoy pensar en el 2050 es ver el tiempo a la vuelta
de la esquina, naturalmente creo que no llegue a esa fecha, la longevidad de mi
familia no llega a los ochenta años. Visto el 2000 desde la imaginación vendida
por la televisión de la época, sería vivir en la era de la serie Los
Supersónicos; luego del 2000, en donde ya no hay imposibles, el tiempo perdió
sus límites, porque todo es posible, ya no nos asustan los imposibles, tal vez
para el 2050 los viajes se harán estilo Star Treck, tanto en naves como en
teletransportación y el tiempo perderá valor, como le pasó a Colón, en su
primera travesía que duró dos meses y nueve días y hoy se hace en máximo doce
horas.
Estas son disquisiciones de un
viejito que vivió épocas más oscuras, tiempos diferentes aún siendo constantes.
El hombre,
ser levísimo, es soñado por una figura incierta, y el estado del mundo informa
que “más que la creación de un ser superior somos el pasatiempo de uno bastante
defectuoso”.(1)
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