Leyendo a Manuel Drezner en su columna(1) titulada como la de este
blog me llamó la atención lo siguiente:
… en 2007 se había
aprobado una definición, que de puro lógica, parecía perogrullesca. Ella decía
más o menos que el objeto de los museos era adquirir, coleccionar, conservar y
comunicar al público la herencia cultural de la humanidad para que ese público
pudiera educarse, estudiar y gozar las obras coleccionadas.
Pero hoy día como todo debe tener aplicación
social, a algunos museólogos les pareció que esa no era la verdadera labor de
un museo y que el énfasis debía cambiar. Decidieron entonces que un museo no
debía ser para el que el público se educara y gozara del arte e iniciaron una
agria discusión para que la nueva definición dijera que el objeto de esas
instituciones debía ser principalmente fomentar valores democráticos, buscar la
justicia social y la dignidad humana y defender a los pobres de la tierra.
Además, agregan, un museo debe buscar el bienestar del planeta y una sociedad
igualitaria. Claro que no dicen cómo mostrar una obra de Leonardo o de Picasso
puede lograr eso, de manera que hay que sospechar, que ellos o Rubens o
Velásquez son lo de menos y hasta se puede prescindir de los artistas si los
museos logran justicia social.
El contagio de ahora de incluir en toda definición de
objetivos de cualquier empresa todo lo que tiene que ver con ecosistema,
economías limpias, paz social y demás discurso insulso llegó a los museos, como
anota el autor de la columna. Y sí, tiene razón, una perogrullada(2) y un tiempo perdido en
discusión.
Pero bueno, dejemos que los sabios sigan con sus bobadas. La cuestión que pensaba es que
visitar un museo en plan de turista, para mí, aclaro de antemano, resulta
realmente una pérdida de tiempo. Lo digo porque ese sacrificio de hacer una
cola para solo entrar de más de una hora es agotador y una vez dentro es seguir
como borrego a los grupos y tratar de abrirse paso para poder ver en cuestión
de segundos alguna obra y si es posible fotografiar, aunque resulta imposible
una buena toma dado que se atraviesan en el paso o es tal la cantidad de
espectadores tomando fotos que ni siquiera se pueden tomar ni alzando los
brazos. Algún conocido me contaba de su experiencia en la Capilla Sixtina, que
fue un tránsito de empujón en empujón porque la fila no se puede parar y
naturalmente la cúpula es difícil de apreciar por lo lejos que está del
espectador. Por eso creo que de turismo entrar a museos es perder plata y
tiempo. Lo viví entrando a Notre Dame (que no es museo, aclaro, pero valen los
comentarios) y realmente no me sentí a gusto, a pesar de que la espera no llegó
a la hora, porque la oscuridad misma de la iglesia y el gentío impidió que
pudiera disfrutar fotografiando todo lo que habría podido gozar. Desde allí y
todo lo que sea cola de más de una hora para entrar queda desechado de mi
camino y así lo apliqué en Santiago de Compostela, que quería conocer el
botafumeiro tan famoso, pero al saber que eran dos horas de cola, hasta allí
quedó mi ánimo, me contento con haberlo visto en un documental y por el
contrario, disfruté caminando por Santiago y sus alrededores, fue más
fructífero y barato. (Ya oigo voces críticas por esta crítica, pero así es).
Retomando los museos, viene mi crítica nacional. He
ido varias veces al Museo Nacional. Que recuerde, en todas ellas era lo mismo;
pasaban los años y todas las salas eran iguales, hasta la tumba del indígena de
la entrada seguía allí enterrado, sin movimiento, sin vida, como toda tumba. No
sé si haya cambiado algo –al menos la posición del pobre indígena-, pero creo
que todo sigue igual, los mismos cuadros, los mismos próceres. Son visitas que
se hacen una sola vez y pare de contar. Y… sí, es bueno confesarlo, bastante
aburridor. Y qué decir de los museos modernos, con sus artistas modernos. Un
bollo en una esquina y el título de la obra: el mierdero colombiano. Artista
aclamado, Dios mío! Esa es la labor de los museos modernos, digo para mis
adentros.
Y cambiando un poco el tema, recuerdo el comentario
que oí a algún joven recordando sus tiempos de estudiante que todos los años
los llevaban a los mismos museos, una tras otra vez, a ver lo mismo, porque
nada cambiaba y terminaban saciados (incluyendo el museo de los niños, si mal
no recuerdo que se llamaba o Maloka que me resultó lo más decepcionante del
mundo y otra pérdida de tiempo y de platica).
Espero no se tome a mal mi mala leche, pero son
experiencias de mi vida, aunque aclaro que me encanta el arte, el buen arte, en
el mejor sentido del concepto, tomándose el tiempo que uno quiera admirando la
obra de arte que uno quiera, sentado, sin apretujones, en cordial silencio, con
pleno disfrute, pero ésta es la vida, qué le vamos a hacer. Que no quede como
selfie tomada ante un cuadro que nunca se vio.
Y ya sé, el título quedó en eso, en sólo título.
[2]
Afirmación que resulta superflua o simple
por encerrar una verdad muy evidente. (Diccionario de Google). O mejor esta
otra: Afirmación de veracidad y certeza
tan evidente que resulta boba. (https://www.wordreference.com/definicion/perogrullada).
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