Viendo a
diferentes cuidadores que uno se encuentra, de aquellos que pasean bebés o
ancianos o discapacitados, me asaltó la duda de qué tan capacitadas están estas
personas, que lo hacen por necesidad -aunque la palabra no es precisa, pues
todo el que trabaja está necesitado y el que no trabaja no come-. Decía que
muchas de estas personas adoptan este tipo de trabajo porque no tienen otra
alternativa.
Ya la atención
se ha centrado en la buena condición, física y mental, que deben tener los
cuidadores, pues absorben mucha energía adicional a la de su propia vida que
hace necesario que mentalmente estén bien dispuestos.
Pensaba en el
cuidador de un bebé, con sus propios problemas y limitaciones –familiares,
económicos-, con sus acciones provenientes de haber oído en algún lado que el
agua de tal cosa es buena para tal síntoma, que para el dolor de barriga
frotarles tal cremita y así pueden ir contaminando al ser cuidado. Y qué decir
de las taras o limitaciones mentales que puedan tener y que comparten con ese
ser a su cuidado. Sin saber en ningún caso si lo dicho o lo hecho es apropiado,
si es bueno para su entenado, si no se presentan reacciones adversas
precisamente por hacerse sin fundamento adecuado.
No es una profesión
fácil, lo sé. Pero uno debería preguntarse en manos de quién queda una persona
que requiera asistencia, qué tan preparada está, qué tanta experiencia tiene,
cómo maneja su propia vida y si está preparada para compartir conocimiento.
Digo esto último puesto que si una persona encargada de un menor le dice que la
tierra es plana, que el mundo es malo, ese menor se quedará con ese
conocimiento, como verdad rebelada, pues es un adulto quien lo dijo. De allí el
cuidado que se debe tener con el cuidador, pues tiene una responsabilidad
bastante grande.
Un hombre que va por la orilla del mar
agitando enloquecidamente con el brazo extendido un farol, puede ser un
loco. Pero si es de noche y entre las olas hay una barca perdida, ese mismo
hombre es un salvador. La tierra en la que vivimos es un territorio fronterizo
entre el cielo y el infierno. No hay ningún comportamiento que sea en si mismo
bueno o malo. Es su sitio dentro del orden de las cosas el que lo hace bueno o
lo hace malo.(1)
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