Durante el proceso de paz me abstuve de
escribir sobre el tema, para no caer en aquello de ser ave de mal augurio. No
soy politólogo –aunque el diploma creo que dice que sí?-, ni entiendo de esos
temas y a la larga me ha tenido sin cuidado, en la medida en que por naturaleza
desconfío de políticos y otros seres semejantes, como los guerrilleros.
No creía en que se hubieran entregado
armas, despejado todas las zonas y rutas cocaleras de guerrilleros. Soy mal
pensante por naturaleza. Lo único que se logró fue un respiro para esa
guerrilla, aprovecharse de unos beneficios –no muy cristianamente- y deshacerse
de un armamento que ya estaba viejo, que para lo único que sirve es para la tal
escultura de la paz, como fue cacareado. El Nobel se ganó de carambola y de
forma precipitada fue decidido, en este caso, lo que fue, fue.
Estamos en la era de los negociadores,
expertos de todo tipo y hasta sicólogos de comportamiento, es decir, se tienen
todas las herramientas, pero el proceso dejó mucho qué desear y a pesar de ello
me dije: algo es algo. Menciono a los sicólogos de comportamiento pues, al
menos en películas, ellos pueden determinar el tipo de persona con la que se
negocia y la sinceridad de sus actos. Sin serlo, desde el principio vi al tal
Sandrich como un espécimen del que no se podía confiar, nada más ver su
sonrisita socarrona y el abuso de su propia enfermedad en beneficio propio. Al
Márquez se le veía medio honrado, pero, siguiendo mi misma línea de
desconfianza, cómo creerle a unos guerrilleros que no daban puntada sin dedal?
Y el gobierno se abrió de patas, porque quería la paz a toda costa y los
militares… son militares y es otro tema del cual desahogarse, en otra oportunidad,
si me atrevo.
En su momento pensé como guerrillero:
entregar las armas más dañadas e inútiles, mantener una reserva de armamento,
plata y laboratorios, ni más pendejo que fuera. Pero el gobierno como que no lo
hizo, no fue exigente, no tuvo los pantalones bien puestos cuando se empezó a
resquebrajar esa paz tan anhelada. Y ahora, los resultados se ven. No había tal
paz sincera, sólo un respiro que necesitaba la guerrilla.
Y hoy, la indecisión del gobierno que sí
pero no. Los militares haciéndose los pendejos y la guerrilla: cagada de la
risa. Y hoy pienso como gobierno. Con tanto adelanto tecnológico desde hace
décadas las guerrillas están bien localizadas y así me lo han comentado algunos
que lo conocen (alguno de ellos me contaba que con los recursos del Agustín
Codazzi se podía ver desde el satélite a una persona orinando y qué decir de
los que pueden tener los servicios de espionaje y contraespionaje del
ejército). Pero no, tenemos un ejército sin ganas, dedicado a expoliar sus
propios recursos en beneficio propio, un gobierno que no tiene un norte
definido y un horizonte aún más indefinido.
Como digo, si fuera gobierno no lo
pensaba mucho. El ejército a trabajar, como decía en mi juventud: a echar
chumbimba ventiada. Saben en dónde están y cuántos son, pues como ellos
renegaron del proceso de paz, pues que lleven las consecuencias de sus propios
actos. Ya es hora de dejarse de pendejadas y de someterlos, ya que no fue a las
buenas, pues a la brava. Sigo opinando que ante situaciones críticas, la
solución es la más extrema, pues no valen pañitos de agua tibia, porque el
enano se crece y volvemos a los problemas de antes. No hay como la paz, pero al
parecer tiene un precio, bastante alto.
Lo que más se desea es lo que (más) se aleja
de uno. [1]
Tomado de Facebook. |
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