Preguntó
él.
-
En nada, dijo ella.
Como si en nada se pudiera pensar, en
una nada presente, llena de contenido así fuera baladí, como si pensar en nada
fuera posible, salvo que estuviera pensando en la nada, como si se pudiera
acallar el pensamiento de esa manera.
-
En qué piensas, preguntó ella.
-
En la nada, dijo él.
Como si en la nada se pudiera pensar, pensaba ella.
En la
nada en que ellos vivían, pudiera pensarse. El mismo pensamiento le llevó
pensar en otra pregunta que en determinadas circunstancias se hacía: Estás
brava? O Te pasa algo? Y la respuesta infalible, cuando lo estaba: No.
O Nada, según se preguntara. Así, una sola palabra que contenía todo
aquello que le embargaba, es decir, que sí lo estaba o sí le pasaba, pero que
resultaba inconfesable porque de antemano se sabía que la tormenta se
aproximaba.
Son
esos momentos en que es mejor no preguntar, porque la respuesta absurda es el
indicativo del movimiento contrario, pero que es mejor no profundizar, para
evitar la tormenta, es mejor dejar que la nada sea nada, ya se le pasará,
prefiere pensar uno. Ese dejar pasar, muchas veces amaina la tormenta que se
avecina, pero en otras, es el acumular la fuerza suficiente para terminar en
tornado, en el momento menos pensado. Gajes del oficio, me digo.
Por eso me digo, es mejor no pensar en
nada, como si fuera posible no pensar en nada.
Los tiempos cambian,
piensa el viejo, pero al parecer no tanto.
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