Dijo
ella.
Y
todo quedó en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido, quedado en suspenso,
ante la ingratitud de la pregunta.
-
Pero qué podría decir de mí, pensó él.
Sí, qué podría decir. Podría hablar de
un pasado, de lo que fue. Podría también hablar de sus sueños, no
necesariamente su futuro, porque la incertidumbre estaba allí y casi nunca se
cumplían, como sabía que sus sueños de ayer hasta el momento no se habían
cumplido, porque ya los había olvidado.
Qué podría contar de sí mismo?
Naturalmente de todas aquellas cosas positivas que tenía, que le habían
sucedido, porque de las negativas había que negarlas, mantenerlas ocultas, a
raya, dentro de los muros negativos o vergonzosos, que solo uno puede conocer,
pero se podían contar algunas minimizándolas o positivizándolas lo más posible,
pues algún lunar hay que demostrar, no somos tan perfectos, pensó.
Tampoco
se podrían contar los secretos más profundos, los que desde antaño se
enterraron en lo más profundo de la oscuridad, precisamente para que no sean
abiertos, para que murieran en el olvido, pero que de pronto carcomen a
latigazos, aunque también podían minimizarse y hasta disfrazarse con aquella
frase tan manida: te puedo contar un secreto? Cuando… sí, cuando… En
cuyo caso, dejaría de ser secreto, así se haya amortiguado, porque de serlo
nunca se contará, como aquellos que nunca se contarán, porque pueden ser
angustiosos y algún día pueden volverse como un bumerán.
Una pregunta que genera un instante de
mutismo mientras se escoge la palabra encantadora, aparentemente, la que debe
reflejar lo mejor de uno mismo, la más positiva y, para no parecer perfecto,
alguna nimiedad negativa, que no afecte la percepción, presentándola lo más
positivo posible.
Y el instante pasó y él respondió
alegremente:
-
Qué te gustaría saber…?
En todos nosotros, reflexionó
tristemente Madeline, conviven dos personas. La que habríamos podido ser, la
que somos.
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