Trato inútilmente de recordar y
es, como dije, poco lo que viene a mi mente. Y estoy hablando de lo que ocurrió
entre 1955 y 1965, que creo que es mi época de niñez, época en la que pasó
históricamente mucho pero era un niño para interesarme por ella y por eso
también debí haberlo olvidarlo, por lo intrascendente que era la historia para
un niño; viene un fogonazo por allá en los años sesenta y pico cuando vi por la
calle 72 bajando unos carros y me dijeron que ahí iba Kennedy o la esposa, Jacqueline,
ya ni lo recuerdo, esos que nos mandaban regalos vía Alianza para el progreso;
es solo un fogonazo de recuerdo y tampoco estoy seguro si así fue realmente, el
recuerdo distorsiona y acomoda.
Y de mi historia personal también son retazos los que vienen a mi mente cuando trato de recordar esa
época.
Por eso, hoy, en mi vejez, me
pregunto cuándo fui niño y, lo peor, cuándo olvidé serlo.
Cuando llegamos a la ancianidad y las arrugas cubren los recuerdos, ya no nos apegamos al tiempo pasado. Sólo cuenta el tiempo por venir, ¿no es cierto? En lo que a mí respecta, esta noción nunca me ha parecido más evidente. Y la razón es simple: voy a morir.[1]
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