miércoles, 1 de marzo de 2023

LOS CEMENTERIOS ESTÁN LLENOS DE GENTE IMPRESCINDIBLE

            Frase de alguna película vista, no recuerdo cuál. Pero debe ser leído con la debida ironía.

 

            Eso me llevó a pensar en los cementerios. Cambios que han venido sufriendo, como todo en esta vida. De la putrefacción del mausoleo a la cremación de hoy, ambos con igual destino, el polvo, con el mismo origen, el polvo.

 

            De parques temáticos -porque hay una variedad variopinta de ellos, como de difuntos- a cenizas que no deberían estar guardadas sino que deberían estar, como dice la biblia -si no la tergiverso-, en el polvo, polvo al polvo.

 

            Hay de todos los estratos, los hay finos, los hay de mediopelo y los hay proletarios y hasta fosas comunes.

 

            A la larga qué importancia tiene para el muerto en dónde lo entierren, si de todos modos ya no le importa la vida. Y a los que les importa, al cabo de unos años deja de importarles al desvanecerse en el recuerdo, pues ya las visitas terminan no haciéndose. Qué hipócritas somos los vivos.

 

            No hay como entrar de visita a un cementerio, cámara en mano, claro está. Se ven las lápidas de quienes duraron más de cien años acompañados por algunos que solo alcanzaron a respirar unas horas, qué ironía.

 

            Pasan desapercibidas las buenas personas, al menos tanto como los que no lo fueron; siempre se ha predicado que no hay muerto malo y eso nos lleva a encontrar en familiar vecindad al hampón con la dulce paloma, qué ironía trae la vida, pero es así.

 

            Y las lápidas de antaño nos enseñan el decurso de la vida. Hasta los nombres delatan la edad del penitente como puede ser el Epaminondas o la María del Rosario del Santísimo, con el posterior y común Juan hasta llegar al hoy Yerson o la Yenifer, por no insultar demasiado la amalgama nominativa actual, acompañada de una muñeca, un carrito o los eternos escudos de Santafé o Millos.

 

            Nombres curiosos, fechas extrañas, grandes mausoleos frente a tumbas venidas a menos. Es el silencio de los olvidados, como todos llegaremos a serlo.

 

            En efecto, el cementerio está lleno de quienes se sintieron imprescindibles, como creemos serlo todos.

 

Créame, la muerte es piadosa porque no deja ver los horrores de la vida, ni los horrores de nuestra propia obra. La inmortalidad es el peor castigo que se nos puede imponer, y me compadezco de Dios porque también la sufre.[1]

Foto JHB (D.R.A.)



[1] La ciudad sin tiempo. Enrique Moriel.

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