Por la abundancia de noticias y adicionalmente por repicar tanto una noticia, en alguna noche soñé que tenía algún cargo ministerial y que antes de que me echaran por whatsapp, había hecho llegar mi renuncia al señor presidente, que me había elegido sin yo haberlo pedido.
Y decía algo así:
Presento ante usted mi renuncia
al cargo que me había designado, que como le dije personalmente, ni esperaba ni
deseaba, aunque lo asumí como reto y con el deseo de aportar mi grano de arena
por el mejoramiento de nuestro país.
Hice mis mayores esfuerzos para
ser coherente entre sus objetivos y las necesidades nacionales. Vertebrar todo
ello fue tarea difícil ante las incoherencias mismas del mismo gobierno,
partiendo de instrucciones -veladas, muchas de ellas, incoherentes otras más,
como aquella de modificar los manuales de funciones para que cualquier cargo
fuera ejercido por cualquier persona, bastaba con que tuviere un título de
bachiller-. De igual manera expresé la falta de necesidad de arrasar con todas
aquellas actividades que venían del gobierno anterior, bastaba con continuar
con las que estaban funcionando, estructurar las que fallaban y ahí sí desechar
las que realmente eran innecesarias.
Quise apoyarme en el mejor grupo
de trabajo, sin embargo ello solo fue posible mínimamente, teniendo en cuenta
que de parte de su despacho o de sus órdenes, según fui informado, llegaban
hojas de vida que no cumplían los mínimos requisitos para ocupar cargos de
dirección o de decisión, pero órdenes eran órdenes y por cumplir con los
compromisos políticos, un bachiller bastaba para que asumiera su labor. De esa
manera era imposible cumplir los objetivos, aún los mínimos que se esperaban.
De otra parte, la interferencia
externa era mayúscula, del mismo gobierno o de los políticos con quienes se
había cerrado algún acuerdo. Y la interferencia mayor se hizo patente en la
intervención de la primera dama, quien no sobra recordar no ostenta el cargo de
funcionaria pública, pero que intervenía en la selección de personal, en la escogencia
de contratistas y en entorpecer las tareas diarias dando órdenes no dadas por
quien fungía legalmente el cargo. Tanto es así que personalmente se lo expresé
a la primera dama, quien terminó ofendida al considerar que se le había faltado
al respeto, al señalarle que debía ser ella la que dirigiera los destinos del
ministerio al haberse apersonado con tanta pasión, pero con desatino, en los
nichos del poder.
Entre otras, estas son las
razones que me fuerzan a dejar el cargo, para que sea el señor presidente el
que determine lo pertinente, si pretende llevar a buen éxito su labor.
Me veía en Palacio presentando
mi renuncia, con la frente en alto y a sabiendas de que saldría por la puerta
trasera, por los términos de mi renuncia. Pasaron algunos días y no recibía
ninguna señal de aceptación y lo último que recuerdo del sueño es que en la
cuenta de Tuiter del señor presidente se decía que había decidido prescindir de
mis servicios, así no más.
Me desperté muy tranquilo al ver que fui capaz de presentar mi renuncia en aquellos términos, pero con la debida piedra al ver que el desgraciado ese me había destituido.
… resonaba de nuevo la pregunta que se hacía
el poeta: «¿Dónde se perdió el color de tus días?». Oh, ¿dónde?[1]
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