Un día de recordaciones sobre todo de recuerdos de los que ya se fueron, de abuelos ya olvidados, de padres no tanto y de tantos otros conocidos que han seguido su tránsito por esta tierra hacia lugares más lejanos, más extraños o a lugares en donde ya no lo son.
Pesares y pasares por la vida, aunque Alguien
lo recordaba, entonces. No fue olvidado por completo. —Siempre hay alguien que
recuerda[1].
Así es, siempre hay alguien que les recuerde, así sea fugazmente.
Y leo sobre, al parecer una
leyenda tailandesa:
—No has llorado
—dijo.
—Ya he llorado
suficiente —dijo.
—No quiero
entristecerle demasiado —dijo —. Le resultaría más difícil llegar al cielo.
Sería más difícil si tuviera que nadar entre mis lágrimas.[2]
Y llega también el recuerdo de
la despedida. Esto es lo que suele decirse cuando alguien muere, que quién
lo iba a imaginar, como si fuera el primer difunto de la historia. Pero se
mueren todos, nos morimos todos, aunque cada muerto parezca el primero.[3]
Y para
culminar el recuerdo, pudiéndose ser el siguiente en la lista, de palabras
ajenas, concluyo: En las primeras ceremonias fúnebres a las que uno asiste se sitúa
en el último banco, y sale incluso a fumar un cigarrillo si la cosa se alarga
demasiado. Pero a medida que los años transcurren vamos avanzando banco a banco
en dirección al muerto hasta ocupar su sitio.[4]
Parece que ya me aproximo al
altar, me dice socarronamente el pensamiento, con descaro, sin sonrojo alguno,
pero con una certeza que me deja pensativo.
[1] La voz. Arnaldur Indriðason.
[2] Arnaldur
Indriðason . Invierno ártico
[3] Cuentos
de adúlteros desorientados. Juan José Millás.
[4] Cuentos
de adúlteros desorientados. Juan José Millás.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario