El tipo que desayunaba a mi lado, en el bar, olvidó un teléfono móvil debajo de la barra. Corrí tras de él, pero cuando alcancé la calle había desaparecido. Di un par de vueltas con el aparato en la mano por los alrededores y finalmente lo guardé en el bolsillo y me metí en el autobús. A la altura de la calle Cartagena comenzó a sonar. Por mi gusto no habría descolgado, pero la gente me miraba, así que lo saqué con naturalidad y atendí la llamada. Una voz de mujer, al otro lado, preguntó: «¿Dónde estás?». «En el autobús», dije. «¿En el autobús? ¿Y qué haces en el autobús?». «Voy a la oficina». La mujer se echó a llorar, como si le hubiera dicho algo horrible, y colgó.
Guardé el
aparato en el bolsillo de la chaqueta y perdí la mirada en el vacío. A la
altura de María de Molina con Velázquez volvió a sonar. Era de nuevo la mujer.
Aún lloraba. «Seguirás en el autobús, ¿no?», dijo con voz incrédula. «Sí»,
respondí. Imaginé que hablaba desde una cama con las sábanas negras, de seda, y
que ella vestía un camisón blanco, con encajes. Al enjugarse las lágrimas, se
le deslizó el tirante del hombro derecho, y yo me excité mucho sin que nadie se
diera cuenta. Una mujer tosió a mi lado. «¿Con quién estás?», preguntó
angustiada. «Con nadie», dije. «¿Y esa tos?». «Es de una pasajera del autobús».
Tras unos segundos añadió con voz firme: «Me voy a suicidar; si no me das
alguna esperanza me mato ahora mismo». Hazlo, le dije, pero que esta vez espero que lo hagas bien.
Miré a mi
alrededor; todo el mundo estaba pendiente de mí, así que no sabía qué hacer.
«Te quiero», dije y colgué.
Dos calles
más allá sonó otra vez: «¿Eres tú el imbécil que anda jugando con mi móvil?»,
preguntó una voz masculina. «Sí», dije tragando saliva. «¿Me lo vas a
devolver?». «No», respondí. Entonces,
gracias, concluyó. Al poco, lo dejaron sin línea, pero yo lo llevo siempre
en el bolsillo por si ella volviera a telefonear.[1]
[1] Cuentos de adúlteros
desorientados. El móvil. Juan José Millás. Lo escrito en cursiva es el relato
textual, lo otro un aporte a la sencillez del cuento.
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