No sé si es una frase de cajón. Tampoco sé si es verdad. Dicen que uno de los secretos de la vida es la de ser feliz. Hay que ser feliz, dicen; hay que buscar la felicidad como el nirvana que, naturalmente, no está a disposición de todo el mundo. Se impone sí como una necesidad biológica.
Intento
comprender todas las formas de pensamiento —explicó el doctor— para tener una
visión más amplia del mundo y del ser humano, pero al final parece que a todos
nos preocupa lo mismo, en cualquier rincón del planeta y a lo largo de todos
los siglos.
—¿Qué
es…?
—Ser
felices, ni más ni menos. Estamos tan seguros de que nuestro objetivo en la
vida, casi diría que nuestro derecho, es conseguir la felicidad, que cualquier
contratiempo nos descoloca, nos lleva a la frustración y al desánimo.
Deberíamos enseñar a los niños que la vida es dura, una carretera llena de
curvas y baches que siempre termina en un profundo barranco. Eso sí, por el
camino, si tenemos suerte, podemos hacer unas cuantas paradas en lugares más o
menos interesantes donde pueden suceder cosas que nos hagan moderadamente
felices.
—Bueno,
creo que es lícito buscar la felicidad.
—Por
supuesto, pero siempre que tengamos claro que no es lo único que nos podemos
encontrar. La vida también conlleva malos momentos, cierta dosis de
sufrimiento, más de una desilusión y, desgraciadamente, bastante dolor, tanto
físico como psicológico. La felicidad consiste en saber exprimir al máximo los
buenos momentos y que su recuerdo nos ayude a superar los malos. No podemos
dedicar la vida a esperar más, tenemos que aprender a ser felices con lo que
somos y con lo que tenemos. Obviamente, es lícito y recomendable intentar
mejorar, pero si no lo conseguimos, no debemos hundirnos en la tristeza. El
problema de la sociedad actual es que no tolera la frustración.
—Es
una gran lección, doctor, la recordaré.[1]
Entonces, me pregunto, ante la imposibilidad de encontrar ese nirvana, casi imposible, lo mejor es buscar la tranquilidad, pues lográndolo, de la mano vendrán los momentos de felicidad, aunque, en últimas, ésta acaso no es lo mismo que la tranquilidad misma? La tranquilidad de vivir, de ser, de andar por este mundo, sin estar preocupados por andar buscando una quimera que no llega de manera constante y definitiva. (En mi interior oigo una vocecita que me dice: hasta que llegue cualquier hijueputa viene a amargarnos el día, que de esos nunca faltan).
Pensamos mucho más de lo que actuamos.
No estaba de acuerdo. Hay gente que se mantiene permanentemente ocupada para no tener que pensar.[2]
[1]
Sin retorno Susana
Rodríguez Lezaun.
[2]
El poeta de Gaza. Yishai Sarid.
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