miércoles, 3 de mayo de 2023

CEMENTERIOS

 

La luz del crepúsculo de la ciudad, y el rumor del tráfico se filtraba en el cementerio a través de los muros y las enormes ramas que se alzaban sobre aquellas tumbas olvidadas. La paz de la muerte lo rodeaba por todos lados.

Allí el tiempo se detenía.

Allí el tiempo no tenía nada que hacer.[1]

 

                Mi proclividad ha sido la de visitar cementerios, buscar curiosidades, fotografiar la soledad, sentir ese silencio frío propio de los cementerios, pensando en todos los que allí están, sin estarlo ya; pensando en el olvido que en su mayoría hoy son. Sus lápidas les delata cuando el abandono es patente.

 

Pronto quedarían en el olvido sus vidas y sus destinos, sus alegrías y sus penas. Todo terminaría diluyéndose en el silencio eterno, enterrado bajo un montículo en el cementerio, en un lugar que jamás visitaría nadie, salvo el soplido del viento sobre la hierba.[2]

 

Pensando también en los conocidos que pueden estar allí, esperando que su nombre sea mencionado para revivir al menos durante esos momentos en que el recuerdo aflora, al saberse olvidados luego de cruzar el umbral que dirigió los pasos a ellos con ese adiós transeúnte. Los adioses a los amigos siempre son terribles. Mientras pasan los años son cada vez más los amigos a los que hemos visto partir hacia la oscuridad de la muerte y muchas veces, al morir gente cercana, uno se pregunta por qué el destino los escogió a ellos y no a otros, culpables de tantos desmanes, prepotencias y maldades. Pero la lotería de la vida tiene ese signo irracional, contra el cual es imposible apostar.[3]

 

                Los cementerios siempre me han llevado a la reflexión que terminan concluyendo con el eterno: y todo para qué. … estaba al lado de la fosa, aguantando aquel horrible frío, intentando encontrar el sentido de todo aquello, de la vida y de la muerte. Como siempre, no encontraba respuesta. No existían respuestas definitivas para la soledad de la vida entera que ahora yacía en aquella urna. (...) La vida era un amasijo de casualidades sin propósito, y esas casualidades regían los destinos de los hombres, igual que una tempestad que se desata de repente y causa destrucción y muerte. (…) pensó en Marion Briem y en su historia común, que ahora había terminado. Sintió nostalgia y remordimientos. Hasta aquel momento, mientras sostenía la urna entre las manos, no se había dado cuenta de que ya había terminado. Pensó en su relación y en sus experiencias compartidas, en una historia que era parte de él y a la que no quería ni podía renunciar. Esa historia era él mismo.[4]

 

                Y sin respuestas, el silencio se va conjugando con el silencio mismo del cementerio y solo me queda una pregunta que me inquieta: Y yo, ahora, no sé qué hacer con el futuro que me queda.[5] 

 

—¿Acaso no tenemos todos miedo a morir? —preguntó Erlendur.[6]


Foto JHB (d.r.a.)

[1] En el abismo. Arnaldur Indriðason.

[2] Arnaldur Indriðason. Naturaleza hostil.

[3] La memoria y el olvido. Leonardo Padura.

[4] Invierno ártico. Arnaldur Indriðason.

[5] Los hombres mojados no temen la lluvia. Juan Madrid.

[6] Hipotermia. Arnaldur Indriðason.

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