Somos el reflejo de nuestros padres y a la vez nuestros hijos son el reflejo de lo que somos, con las variaciones que resultan propias por el paso de los años, el cambio de los tiempos. Así no lo queramos, pues el hecho de haber convivido con ellos algo se queda, algo se pega, algo permanece. Por algo son familia.
Las mamás, además
de expertas en remedios tradicionales, también se destacan cuando de dichos se
trata. Recuerdas frases
como: “es mejor prevenir que lamentar”, “usted no se manda solo” y el temido
“no se dice qué, se dice señora”.
Esos dichos
colombianos maternos suelen ser el resultado de la cantaleta, momento ideal en
el que salen a relucir los dotes filosóficos que toda madre tiene y donde nos
dan un memorando, nos comparten reflexiones o nos lanzan una advertencia
disimuladamente. (…) Por ese motivo y
por el día de la madre, traemos una recopilación de los dichos colombianos
maternos más populares, para recordar con alegría esos momentos y asegurarnos
de que no se nos olviden, para decírselos a nuestras futuras generaciones:
1. No me abra los ojos. Esta expresión es lanzada con el fin de calmarnos cuando estamos ofuscados y también cumple otra función, la de recordarnos cuál es nuestro lugar en la casa y que la que manda es ella. Esto último también se resalta con la frase “¿Y desde cuándo los pájaros tirándole a las escopetas?”. Son de esos dichos colombianos maternos que te erizan la piel.
2. Cuento hasta 3 y
…Se nos advierte que debemos seguir una orden de forma inmediata, no siempre se
completa el conteo. Este dicho suele
estar acompañado de: “…y ya empecé” o “…y ya voy en 2”.
3. ¡Mientras usted
viva bajo este techo y estas cuatro paredes, se hace lo que yo diga! Esta es la frase
madre por excelencia cuando el objetivo es, que recordemos nuestro lugar en la
casa y quién es la que manda en ella. (…)
4. ¡A que voy y lo
encuentro! Frase que nos
informa que ella tiene un poder misterioso de encontrar objetos extraviados o
que simplemente no vemos. Debemos
tener cuidado cuando esta frase se dice de la siguiente manera: ¡Ay donde vaya
yo y lo encuentre! Mejor corre tú a buscarlo.
5. Entonces si su
amigo se lanza de un puente ¿usted también? Esta frase es todo
un clásico, nos parecía ilógica pero ahora entendemos que lo único que buscaban
era que tuviéramos la suficiente personalidad para no exponernos a riesgos o
situaciones embarazosas. Y jamás, lee bien, jamás se debía responder a esta
pregunta de manera literal.
Y aquí viene la
ñapa: (…)
6. ¡Estas no son
horas de llegar a una casa decente!
7. Se me está
llenando la taza.
8. Le entra por un
oído y le sale por el otro.
9. ¡Búsqueme que me
va a encontrar!
10. Algún día me lo
va a agradecer.
11. Cuando tengas
hijos, te vas a acordar de mí.
12. Usted cree que
estoy pintada ¿o qué?
13. Usted verá.
14. Yo sé porque se
lo digo.
15. Haga lo que se
le dé la gana.
16. Cuando usted
va, yo ya he ido y vuelto dos veces.
17. ¿Y usted qué
creyó, que esto es un hotel?
18. ¡Ay, me tenía
con el credo en la boca!
19. ¿Usted cree que
yo nací ayer cierto?
20. Un día de estos se van a levantar y no me van a encontrar.
Y, como dije, además de la sonrisa picarona
del recuerdo, el recuerdo mismo habrá venido y nos habrá dejado el recuerdo de
esas palabras maternas que, con segunda intención, podrían ser sabias, pero en
aquellos momentos resultaban molestas, por el veneno que sabíamos tenían
incluido y que no permitían mayor réplica, salvo que uno quisiera enfrentarse a
la chancla voladora, un palazo o un buen juetazo, sicólogos que en esa época
eran los más eficientes para definir la noción de poder, no precisamente
otorgado a través de una democracia, pues en la familia la jerarquía no permite
democracias, creo que sabiamente.
Imágenes
en color y en blanco y negro, algunas incluso con el virado a sepia que se
estilaba a mediados del siglo XX. Gente muy seria y personas sonrientes; niños
alzados sobre los hombros de su padre y manos entrelazadas en las instantáneas
de una boda. El relato de muchas vidas capturado y congelado para el deleite de
quienes, de vez en cuando, se detendrían, sonrientes y soñadores, quizá
conteniendo la emoción y los recuerdos, frente a aquella pared[1].
[1] Deudas del frío. Susana
Rodríguez Lezaun.
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