Tuve un sueño, como casi todos los días, me digo. Pero lo curioso es que en el sueño vi a una muchacha que conocí hace muchos años, demasiados, lo que quiere decir que en el sueño puede tener veinte años menos de los que hoy tendría, ella y yo, aclaro.
Traté de recordar su nombre,
aunque dentro del sueño no era necesario, porque allí dentro estaba toda la
información requerida, que a la larga no era necesaria.
Una vez despierto, su imagen de
juventud estaba allí, con las características del recuerdo de vieja data, pero
no vislumbraba en dónde la conocí, pero sabía que era ella. Infructuosos los
esfuerzos por recordar al menos su nombre, hasta el momento sigue anónima,
aunque fresco el recuerdo de su fisonomía, tal vez el recuerdo de su figura la
última vez que la vi.
El recuerdo quedó congelado en
el sueño igualmente congelado. Imágenes que se tienen pero que fuera de esa
imagen congelada no dicen nada más. Es solo una imagen que se quedó congelada allí,
tanto en el recuerdo como en estos momentos en que intento vanamente recordar
algo más de ella, al menos su nombre.
Más me vale dejar la cosa así,
porque veinte años, al menos, han dejado mella, más a mí que a ella, pues en
esa época le llevaba al menos quince años y la diferencia es diferencia. Es
mejor dejar congelada la imagen, me dije.
Me miro
en el espejo y me pregunto si ese de allí soy yo.[1]
[1]
Domenico Modugno. Cómo has hecho.
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