miércoles, 31 de mayo de 2023

INAPRENSIBLE

Dentro de la normalidad se esconde la anormalidad al volverse esta última la primera. Y no nos damos cuenta de lo que sucede, porque todo se vuelve muy normal y a veces es muy tarde.

 

En algún momento la anormalidad vino a mi mente. En el parque en el que tradicionalmente divago, lo normal era ver mariposas de diversa índole, moscas y bastantes abejas, que durante el recorrido iban de allí para allá, se posaban en las flores, revoloteaban, daban espectáculo de su magnificencia. Hablo de no hace más de cinco años. Con el transcurso de los días comencé a notar que ya esos seres no eran tan numerosos como los tenía registrados en mis recuerdos. Sin embargo esa anormalidad pasó a convertirse en mi normalidad y ya no me causaba curiosidad el fenómeno.

 

Recuerdo también que hace muchos años cuando se emprendía un viaje a tierra caliente en el recorrido debía pararse varias veces para limpiar el panorámico del vehículo o constantemente se tenían que poner los parabrisas, como forma de mantener limpio el vidrio y poder de esa manera ver claramente la carretera. Esa era una constante en aquellos años. Curiosamente en los últimos viajes realizados me llamó la atención que el panorámico no se ensuciaba para nada, salvo el polvo que se impregnaba por el largo camino. Pensé inicialmente que la modernidad de las carreteras había variado acomodándose la naturaleza a ellas.

 

Qué equivocado estaba, lo que sucedía era que las especies aquellas se estaban desvaneciendo sin darnos cuenta. No es que sea un ecologista, pero el parque me dio la lección que tenía que ver, de cómo lo anormal se estaba imponiendo volviéndose normal y sutilmente, en este caso, iban desapareciendo las especies tan necesarias.

 

Cómo cambian los tiempos imperceptiblemente y eso me llevó a una lectura de una escritora de mediados del siglo XIX, doña Soledad Acosta, quien para esos años ya notaba los cambios: El lugar que el Virrey Espeleta escogía siempre para los días de solaz y descanso era la villa de Guaduas­ entonces hermosa y próspera población, que se encuentra situada en mitad del camino de Facatativá y Honda, en un hermosísimo y pintoresco valle poblado de huertas y de árboles frutales, regado por tres ríos orillados por juncos y elegantes guaduas (bambús). Cosechaba la población plantaciones de caña de azúcar, trapiches, y productivos arrozales. Se gozaba de clima sano y apacible y sus habitantes eran particularmente hospitalarios, bondadosos y amables. ¡Hoy todo ha cambiado! la población ha disminuido en lugar de crecer, su clima ya no es sano y sus habitantes han perdido la alegría y su vitalidad que les distinguía[1]. Cambiaba la gente, cambiaban las costumbres, el clima, el trabajo, todo cambiaba, pero nadie se daba cuenta, porque todo se volvía normal, lo que desaparece deja de existir y la conciencia lo olvida.

 

Hoy no vi en mi paseo cotidiano ninguna abeja, ninguna mariposa y eso sí que es preocupante.

 

Tenía un nudo enorme en la garganta, una bola difícil de deshacer e imposible de tragar. Le habría encantado contar con el asidero de la religión, con el consuelo del rezo y de la promesa de la vida eterna, pero no era así. Su corazón sólo era una víscera más y sabía que los veintiún gramos que la creencia popular aseguraba que perdía un cuerpo al morir no era el alma iniciando su viaje hacia el más allá, sino el último soplo de aire que le quedaba al desgraciado que acababa de perder la vida. Estaba convencida de que el ser humano necesita tan desesperadamente creerse inmortal, es tan cobarde ante la muerte, que es capaz de dotar al alma de algo tan palpable como un peso concreto. Lo que nadie se pregunta es cuánto pesa la culpa, o el remordimiento. ¿Te liberas de ello al morir? ¿El cadáver se aligera aún más al dejar salir todos los pesares? ¿Y la felicidad? ¿Es medible la alegría? ¿Cuánto peso pierden los restos mortales de un buen tipo? En caso de que existiera, y siguiendo la misma lógica estúpida de la primera afirmación, un alma atormentada debería pesar mucho más que el espíritu de un inocente. En resumen, chorradas, decidió.[2]

Tomado de Facebook
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[1] Biografía del General Antonio Nariño. Soledad Acosta de Samper.

[2] Bajo la piel. Susana Rodríguez Lezaun.

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