Hay sensaciones que resultan indescriptibles. Se sienten en un momento, al rato han desaparecido. Sensación de tristeza, por ejemplo; de pérdida; de culpa, por citar algunas, las principales, negativas. De igual manera de recuerdo, de nostalgia, de añoranza y disfrute, de buenos momentos.
Sensaciones agradables, no tan
agradables y desagradables, que van y vienen sin sentido, sin advertencia, sin
anuncio y de la misma manera desaparecen, escapándose cual vil rastrera, aunque
las negativas son más duraderas, son insidiosas, mezquinas y depresivas y más
renuentes a evaporarse. Al contrario de las buenas sensaciones, esas
desaparecen en un suspiro, muchas veces sin dejarnos volver a disfrutarlas,
como debería.
Y las sensaciones deben tener su
secreto. Aparecen como por arte de magia y uno queda sin explicación lógica,
cuando hacen su aparición y uno no acaba de entender cómo y para qué
aparecieron, dejando la sensación correspondiente, buena o mala.
Las que conducen a la depresión
son las más corrientes, es como si estuvieran pendientes de los buenos momentos
para aparecer y deshacerlos, pura envidia (me digo). Y cuando se van, sin
explicación, queda uno petrificado al no saber para qué carajos tenían que
aparecer, en un día que podía ser corriente, al menos sin el estrés de una
visita no anunciada, no querida, no deseada.
Sensaciones fugases que nos
sacan una sonrisa o nos dañan el resto del día.
El
diablo nunca fue viejo y piadoso.[1]
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