miércoles, 31 de julio de 2024

NO PASA NADA IMPORTANTE

                 No pasa nada importante en la vida, solo pasa la vida y es una conclusión a la que se llega si se sabe usar la lupa.

 

                Que hay guerra aquí y allá. De nadie es desconocido. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.

 

                Que nos gobiernan unos incompetentes. De nadie es desconocido. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.

 

                Que las calles siguen inseguras, eso lo sabemos de siempre. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.

 

                Que los políticos, con ayuda de los gobernantes, se roban el erario público. Siempre ha sido así. De nadie es desconocido. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.

 

                Que los pobres siguen siendo pobres. No hay novedad. De nadie es desconocido. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.

 

                Que hay que subir los impuestos. Es lo normal, porque es necesario subir las tajadas, las coimas aquellas. Sin novedad alguna. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.

 

                Que las redes sociales están alborotadas. Y? De nadie es desconocido. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.

 

                Que está subiendo el mercado, el costo de vida, el PIB (creo que este está cayendo), el IPC. Raro no? Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.

 

                Y la lista sigue, pero así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.

 

                Y realmente no pasa nada, nada importante, porque ya estamos acostumbrados al pasado y al futuro, que es igual al hoy y por eso no pasa nada, nada importante, ni en el mundo ni en nuestro mundo, porque ya estamos acostumbrados.

 

                Qué vaina, me digo, no pasa nada, nada importante y eso aburre. Y lo peor de todo es que no pasa nada, nada importante.

 

Nuestras palabras carecen a menudo de significado. Ello ocurre porque las hemos gastado, extenuado, vaciado mediante un uso excesivo y, sobre todo, inconsciente. Las hemos convertido en cascarones vacíos. Para contar algo, tenemos que regenerar nuestras palabras. Tenemos que devolverles su sentido, consistencia, color, sonido, olor. Y, para hacerlo, tenemos que romperlas en pedazos y reconstruirlas después.[1]

Tomado de Facebook
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[1] Gianrico Carofiglio. Dudas razonables.

lunes, 29 de julio de 2024

OLOR A PINTURA

                 Olores que traen recuerdos (lo que me hace recordar que ya en alguna oportunidad había escrito sobre los olores, sonidos y colores del recuerdo). Así es, volvió a mí el recuerdo a través de un olor particular, el olor de la pintura de paredes (el vinilo para mayor precisión). Son olores asociados, tal como acontece cuando se huele a aceite, pintura y el recuerdo me lleva a los tiempos que me los pasaba en un taller mientras arreglaban el carro. O el olor a trementina, a óleo, lo que me lleva a pensar en el deslizamiento del pincel o de la espátula, a la variedad de color, a la cantidad de imaginación que fluye.

                 El olor a pared, iba a decir, pero el recuerdo viene a mí aclarando que debo precisar ese olor, pues hay olor a pared mohosa, a pared de iglesia que es demasiado odiosa, a pared encementada recientemente, a pared mojada, a tantas paredes que me confundo en su descripción. No, me refiero a las paredes que están pintando en las zonas comunes del edificio. Ese olor de vinilo es el que me llevó a la añoranza, al recuerdo, es un olor indescriptible, simplemente huele a pintura vinílica (diferente a la de aceite o lacas), a pesar de que con el tiempo ese olor de pintura se viene desvaneciendo gracias a su fabricación, es decir, están matando la añoranza del recuerdo, pues sin ese olor característico muchas cosas vividas pasan al olvido.

                 Ese olor está en mí asociado a varias situaciones. Una de ellas es el olor de renovación y de estreno. También me lleva al recuerdo de familia o de trabajo, al de niñez, cuando la vieja casa que habitábamos era sometida al trabajo de remozamiento y las palabras de mi mamá al iniciar la tarea, en su natural afán, de pinto ligero por poco precio, era lo que había, me digo ahora. Y recuerdo la ansiedad de la propuesta de pintar, el deseo de iniciar, las primeras labores de revolver la pintura (y hacerla rendir, claro está), comenzar los brochazos (los rodillos aparecieron mucho después) y al cabo de algunas horas de trabajo, ver que no se avanza como se desea, llega el cansancio y con ello la siempre frase: para qué me metí en esta vaina! Situaciones contradictorias, lo sé, pero así sucedía se iniciaba con toda la gana y se terminaba maldiciendo cuando la tarea llevaba varios días, sin pensar en el desorden, el trasteo de acá para allá, las pisadas, las manchas, los chorreos y luego la recogida de basuras, la limpieza, el trasteo de allá para acá, lavado de brochas, porque nada debía desperdiciarse.

                 Pero es un olor de épocas remotas, de cuando había ímpetu para realizarlas, es olor de un recuerdo muy especial, para qué digo que no, si sí.

 Te haces viejo de verdad casi sin darte cuenta y luego es cuando empiezas a pensar en todo lo que podrías haber hecho y no hiciste. En fin, son cosas que se dicen cuando uno está cansado.[1]

Tomado de Facebook
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[1] La disciplina de Penélope. Gianrico Carofiglio.

viernes, 26 de julio de 2024

DESAPARECIDOS

                 Un tema que además de ser incómodo produce picazón, es decir que uno prefiere estar alejado de estas situaciones. El tema aparece porque desde hace cosa de un mes en el Facebook empezaron a aparecer mensajes de búsqueda diaria a razón de cinco diarios, más o menos, niños y gente común, entre ellos viejitos, para no hablar de mascotas, que es caso aparte.

                 Me llamó la atención que empezaran a hacerse sentir en esta época del año, no uno ni dos, diariamente son varios. Pensé en las causas de desaparición (más que pensarlo recordé algunas lecturas policiacas) y entre ellas están: la desaparición voluntaria (de aquellos que se mamaron de todo lo que le rodeaba), de las desapariciones fortuitas (por enfermedad -como el Alzhaimer-, por niños que se pierden por descuido, por accidentes) y las forzadas, que resultan ser las más crueles y respecto de las cuales deberían fusilar a sus causantes (por escopolamina, por un chuzón en un atraco, por secuestro, por venganza, por delincuencia generalizaría uno).

                 Y en medio de tanta noticia cualquier desaparición, sea cualquiera la causa, la angustia es una carga demasiado pesada para soportar. En lo corrido de este año se han presentado 819 desapariciones, número ínfimo si se compara con la totalidad de la población (como a la gente le gustan las estadísticas para demostrar algo). Y la familia… ni qué hablar. Aunque a veces he notado que, supongo, por la angustia solo ponen la foto, la solicitud y otros datos que no resultan trascendentes, olvidando por ejemplo, el lugar en donde se le vio la última vez, a dónde comunicarse y demás datos que creo esenciales.

                 Pero bueno, me desvié suficiente. El asunto de las desapariciones iba dirigido a que, si bien puede ser medio informativo de ayuda, pensé en mí. Me preguntaba cómo carajos puedo reconocer a un desconocido si en el diario caminar ni siquiera reconozco al que resulta ser mi vecino. Es como aquellos mensajes en que informan que tal taxi los atracó, como si uno tuviera a mano un listado de placas de taxis cada vez que sale a la calle. Y mi problema es que para fisonomías soy nulo, si me ponen a describir a un cristiano con el que me haya cruzado resulto describiendo a media población, todos iguales. Y teniendo en cuenta la cantidad de mensajes de desaparecidos diarios cómo recordarlos y cómo poder saber si el que pasa al lado de uno es uno de ellos.

                 Tan mal fisonomista soy que con personas de la vida cotidiana me los encuentro en la calle y me pregunto si es un vecino, si es el que atiende la panadería o la droguería; y a otros, al verles sin uniforme, pasan como total desconocidos. Y eso que los he visto más de una vez, cómo será con un total desconocido. Y es más, uno ni se fija en las personas con las que se tropieza diariamente, tal vez lo vea por algo llamativo (el corte de pelo, el color de camiseta, la cantidad de pañete que algunas se echan en la cara, un buen cuerpo o una mujer con bigote y barba) pero por estar concentrado en el detalle uno ni siquiera puede entrar a detallar a la persona vista, al menos a mí me pasa y lo he intentado como ejercicio, pero definitivamente a duras penas me reconozco a mí mismo, cómo reconocer al prójimo.

                 Ya sé, reflexiones inútiles, pero tenía que hacerlas, como ejercicio de escritura, al menos. 

Sí, muchas veces había pensado que debía tomar cartas en el asunto, pero al final no hacía nada; después de todo, ¿qué podía hacer él?[1]



[1] La sangre de los libros. Santiago Posteguillo.

miércoles, 24 de julio de 2024

EN EL PASADO

             Pareciera que allá nos quedamos, como si lo pasado se pudiera solucionar. Muchas veces es mejor dejarlo pasar, que se quede en los recónditos escondites de la historia. Y el tema surge a partir de una frase dicha por un español, Santiago Posteguillo, en su libro El séptimo círculo, que dice:

 Aquí, ya saben, vivimos de espaldas a América, como si nunca hubiéramos tenido una dilatada historia común.

 Tuvimos una historia común, es cierto, para bien o para mal; para bien cuando fuimos bien gobernados, porque los hubo ilustrados, a pesar de su época; para mal, cuando sus gobernantes fueron abusivos, como solía ser en la mayoría de los casos de la época.

 Compartimos muchas cosas. Desde esa época lo hacemos, hablamos el español, y parece que mejor que ellos, a pesar de lo que puedan pensar. Compartimos mañas, dichos y mentares, podría decir algún viejo poeta español.

 Por derecho de sometimiento (según ellos) compartimos, nos mezclamos, y hasta nos sublevados, gracias a sus enseñanzas, pues la madre patria no ha sido símbolo de tranquilidad y hoy nos quejamos el uno del otro, como si no hubiera habido hermandad, no de aquella que suele definirle. Sino de la verdadera y real hermandad, esa que es quisquillosa, afectuosa y hasta grosera, pendiente y hasta dependiente, o hasta independiente o pendenciera, familiar así no se quisiera, la sangre obliga.

 Y dígase lo que se diga, hubo lazos que nos unieron, tanto que hasta las trampas y la animosidad las aprendimos, tanto que lo indio no se nos quitó, porque dicen por ahí que semos unos indios pa vivos.

 Y así no hayamos sido hermanos (o al menos buenos hermanos) algo familiar hemos heredado, porque ellos también se dieron cuenta, en su momento, que no éramos tan brutos como se imaginaban ni tan bobos como pensaban ni tanto como lo pensábamos de ellos.

 Y hoy, acaso vale la pena denigrar los unos de los otros, cuando la historia nos unión de alguna manera, para bien o para mal, o para ambos, claro está, pues es claro que hoy somos lo que la amalgama logró durante todo ese tiempo en que compartimos historia, para bien o para mal. Entonces me digo, para qué levantar ampollas por lo sucedido hace más de doscientos años? Acaso vale la pena? 

Existen ocasiones en las que es mejor hablar y no dar nada por sentado. Pero también existen ocasiones en las que es mejor callarse porque hay algo impalpable y valiosísimo suspendido en el aire y tus palabras podrían dispersarlo en un instante. Son dos conceptos simples. Lo difícil es saber cuándo aplicar una regla y cuándo otra.[1]

Tomado de Facebook
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[1] Las tres de la mañana. Gianrico Carofiglio.

lunes, 22 de julio de 2024

RARA SENSACIÓN

                 Amaneció el día nublado, sin perfilarse por ningún lado la posibilidad de que el sol pudiera cobijarnos al menos; de ese gris inviernoso que solo pronostica lluvias durante el día. Y es así como la sola panorámica del porvenir debilita las sensaciones de esperanza, de luz, de un buen día.

                 Al verle en el transcurrir del día me invadió una sensación extraña, no física ni mental o tal vez la última al verse el cerebro modificado por la esperanza de un grato día. Mentalmente pareciera que el todo se estuviera uniendo al presagio del día gris y gris se iba poniendo el pensamiento, ah! ingrato pensamiento y con ello voy entendiendo a quienes padecen un invierno prolongado, pues los presagios se deben tornar grises como el clima, incrustándose en la pereza, en el tedio, en la desazón.

                 Me invadió un noséqué, una sensación difícil de definir, difícil de explicar. Era como si debiera alguna plata y el cobrador estuviera merodeando por los contornos, pero no podía ser, no tengo deudas, me dije, salvo la del banco que ha sido llevadera; era como si me debieran plata y el deudor, a sabiendas de los dos, se estuviera camuflando en el mismo contorno, pero no podía ser, nadie me debía, salvo el banco en la cuenta de ahorros que algo habría. Pero qué carajos pasa, me dije, no le debo a nadie, nadie me debe nada (salvo el banco pero estamos ambos a buen recaudo), entonces, porqué esa sensación tan extraña de que debo o que me deben, pero que en ambos casos el encuentro entre uno y otro son desalentadores?

                 Ese noséqué duraba más de lo debido, sensación de querer salir corriendo y mandar todo al carajo, liberarse de ella con prontitud, abandonarla tal como había llegado, sin aviso, sin premonición y si era una premonición, lo mejor era mandarla al carajo, por donde había llegado. Pero es más fácil decirlo que sacudirse, rara sensación que perduró lo que permití, hasta que me cansé de ella y no sé bien si fue porque la mandé al carajo o porque cambié de pensamiento y me concentré en cualquier otra pendejada. Se escondió, lo sé, por ahí debe andar, esperando otro momento para volver a relucir y espero estar preparado para poder mandarla definitivamente al carajo, pues de lo contrario la sensación de culpa (ajena) se hará sentir nuevamente y esas sensaciones es mejor tenerlas atadas y bien escondidas, me dije.

 

A lo que el gusano llama el fin del mundo,
el resto del mundo lo llama mariposa.[1]

Tomada de Facebook
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[1] Lao-Tse, El libro de la Vía y de la Virtud. Ciado en Testigo involuntario. Gianrico Carofiglio.

viernes, 19 de julio de 2024

LA PRECISIÓN DE LA PALABRA

                 Muchas veces y creo que generalmente utilizamos palabras semejantes con el mismo sentido que aparentemente tienen pero que son en el fondo, si fuéramos estrictos, diferentes[1]. Olvidamos el tiempo aquél en que el profesor de castellano (así se llamaba la materia en mis lejanas épocas de infancia) y luego mi papá, en que hacían énfasis entre la diferencia que había entre ver y mirar, o entre oír y escuchar. Hoy son lo mismo en el cotidiano arte de hablar, a pesar de la diferencia no perceptible y son muchas las palabras que a primera vista resultan iguales pero que, si fuéramos estrictos, resultan que no lo son por alguna connotación de diferencia que las distingue.

                 A esta reflexión me llevó la lectura de una novela[2], que además me hizo pensar que de haber practicado hubiera sido un mal abogado litigante. Y es la sutileza con que se aborda la diferencia de unas palabras las que me llevan a transcribir algo que, de aplicarse a la vida -como en efecto puede suceder- resultan bastante verídicas o al menos verosímiles, lo que, como se verá, no resultan ser semejantes y, menos, iguales. (Al lector que le aburran estos temas puede parar aquí, pues por otro lado es larga la transcripción; queda en sus manos).

 »El fiscal ha dicho —he anotado textualmente la frase—, ha dicho: Es pues muy verosímil que el acusado haya llegado a Bari desde Nápoles, haya proseguido hacia Monopoli, preso de un ataque o habiendo ya elaborado con todos sus detalles su plan criminal, haya llegado a Capitolo, tal vez haya apagado el móvil para no ser molestado y haya raptado al niño…etcétera. De esta gran verosimilitud el fiscal deduce un argumento importante, si no decisivo, para probar la responsabilidad del acusado y solicitar que sea condenado a cadena perpetua.

»Entonces para verificar la consistencia y la credibilidad de la argumentación de la acusación, hemos de verificar qué significa verosimilitud. (…)

—Verosímil, dice el diccionario Zingarelli de la lengua italiana, es lo que parece verdadero y que, por ello, es creíble. Parece verdadero y por ello es creíble. También en el diccionario Zingarelli leemos la definición de verdadero. Verdadero es aquello que se ha verificado realmente, que está en conformidad con la realidad objetiva. En la voz verdadero encontramos, entre otras, la locución parecer verdadero. Zingarelli explica que esta expresión —parecer verdadero— se utiliza a propósito de algo artificial que imita perfectamente la realidad. Lo que parece verdadero es algo artificial, que imita la realidad.

»¿Se acuerdan de la definición de verosímil? ¿La palabra utilizada por el fiscal? Verosímil es aquello que parece verdadero, y lo que parece verdadero es algo que imita la realidad, pero que no corresponde a ella. Es, en sustancia, algo distinto a la realidad. Al utilizar la expresión verosímil, el representante de la acusación admite implícita e inconscientemente que no puede utilizar la expresión verdadero. Fíjense bien cómo en los mismos pliegues del discurso de la acusación se esconde su inevitable debilidad. (…)

—Lo que hemos dicho brevemente sobre el significado de estas palabras clave —verdadero y verosímil— nos ofrece una perspectiva interesante para lectura de los argumentos del fiscal y de las premisas psicológicas de dichos argumentos.

»El juicio, sin embargo, no se realiza sobre la interpretación en clave psicológica de lo que dice el fiscal. Y el juicio no se efectúa, tampoco, analizando lo que ha dicho el fiscal para verificar si su razonamiento es correcto o equivocado. Porque el fiscal podría haber efectuado un razonamiento equivocado y a pesar de todo podría haber llegado a conclusiones correctas. Es decir, que podría ser correcto pronunciar una sentencia de condena. A pesar del razonamiento equivocado del fiscal, y basándonos en un recorrido argumental distinto y más correcto. (…)

Para condenar, ustedes no podrán simplemente afirmar que una determinada versión de los hechos, una cierta hipótesis que reconstruye los hechos es verosímil, o incluso muy verosímil. Deberán decir que esta reconstrucción es verdadera. Si pueden hacerlo, entonces es justo que condenen. (…)

Para evitar cualquier tipo de equívoco quiero decir enseguida que estoy de acuerdo con el fiscal sobre el hecho de que este testigo dice la verdad. O para ser más precisos: este testigo no dice mentiras. (…)

—Porque la mentira es una afirmación conscientemente contraria a la verdad y yo estoy convencido de que el señor Renna no ha efectuado afirmaciones conscientemente contrarias a la verdad. Al explicar que vio pasar a Abdou Thiam por delante de su bar, precisamente aquella tarde, a aquella hora, el señor Renna cree que cuenta la verdad. Y en realidad él no habría de tener ningún motivo para inculpar falsamente al acusado.

»Pero, prescindiendo de su simpatía —o antipatía— por los negros, y de su deseo insatisfecho de que las fuerzas del orden hagan algo contra esos negros, ¿Renna ha dicho cosas objetivamente verdaderas? ¿Podemos afirmar, más allá de cualquier duda razonable, que la versión ofrecida por este testigo corresponde a la verdad de los hechos de los que nos ocupamos?

»Un elemento de duda puede desprenderse del pequeño experimento de las fotografías, que ustedes recordarán. Renna no reconoce en la fotografía, en dos fotografías —ustedes las tienen en las actas y pueden comprobar directamente si se trata de reproducciones fieles—, al acusado. El mismo que está presente en la sala y, fundamentalmente, el mismo que él dice que conoce bien y a quien vio pasar por delante de su bar, aquella tarde de agosto.

»¿Esto significa que Renna se lo ha inventado todo, es decir, que dice mentiras? No, ciertamente. El hecho de que los negros no le sean simpáticos y que haya errado clamorosamente el reconocimiento fotográfico no significa que nos haya mentido conscientemente.

»Cuando él nos dice que recuerda que aquella tarde Abdou Thiam pasó por delante de su bar, sin bolsas, a paso veloz y en dirección al sur, el testigo Renna dice la verdad.

»En el sentido de que él efectivamente recuerda esta secuencia de hechos y la coloca en aquella tarde. Es decir, que para ser más precisos, él cuenta lo que cree que es la verdad. Lo más interesante —y esto nos introduce en un terreno fascinante, que es el del funcionamiento de la memoria— es que Renna cree que aquella es la verdad, porque recuerda aquellos hechos, aunque éstos no hayan transcurrido. No de la manera en que él nos los cuenta. (…)

»Podemos responder con tranquilidad a esa pregunta: ningún motivo. Y en realidad Renna no ha mentido. Entre mentir —es decir, afirmar conscientemente cosas falsas— y decir la verdad —es decir, relatar los hechos de manera que se ajusten a su realización efectiva— existe una tercera posibilidad. Una posibilidad que el fiscal no ha considerado, pero que ustedes deberán contemplar muy atentamente. La del testigo que refiere una determinada versión de los hechos con la errónea convicción de que sea la verdadera.

»Se trata de lo que podríamos llamar el falso testimonio involuntario. (…)

—Hay muchas maneras de construir un falso testimonio involuntario. Algunas son deliberadas, como en el caso del experimento con los niños del que les he hablado. Otras son involuntarias y, a menudo, están basadas en las mejores intenciones. Como en este caso. (…)

La cuestión es, al mismo tiempo, más sencilla y más compleja, y para explicar lo que intento decir tomaré prestada una famosa frase de Albert Einstein. La frase, si no la recuerdo mal, dice más o menos así: es la teoría la que determina lo que observamos

»¿Qué significa? Significa que si tenemos una teoría —una teoría que nos gusta, que nos satisface, que nos parece buena— tendemos a examinar los hechos a través de esta teoría. En lugar de observar objetivamente todos los hechos disponibles, buscamos sólo confirmaciones de aquella teoría. Nuestra propia percepción está muy influenciada, determinada por la teoría que hayamos escogido. O sea, como decía Einstein —que hablaba de ciencia—, la teoría determina lo que conseguimos observar. En otras palabras: vemos, sentimos, percibimos lo que confirma nuestra teoría y, sencillamente, nos olvidamos de todo lo demás. Hay un proverbio chino que expresa de manera diferente el mismo concepto. Dicen los chinos: “dos terceras partes de lo que vemos está detrás de nuestros ojos”.

»Todos nosotros hemos experimentado cómo nuestra propia percepción queda determinada por lo que, por las más variadas razones, está en nuestra cabeza o, como dirían los chinos, detrás de nuestros ojos.

»¿Han comprado alguna vez un coche nuevo y, de repente, mientras están conduciendo, ven decenas del mismo modelo por las calles? ¿Dónde estábamos antes?

»Filtros perceptivos, los llaman los psicólogos.

»Parafraseando a Einstein, que supongo se estará revolviendo en su tumba ante esta intrusión mía, podríamos decir: es la hipótesis investigadora la que determina lo que los investigadores observan. Pero no sólo eso. Determina lo que buscan, determina la manera en que actúan con los testigos, determina las preguntas que hacen. Determina la manera en que se escriben las actas. Sin que todo ello tenga nada que ver con la mala fe.

»Déjenmelo repetir. Todo aquello sobre lo que estoy hablando puede producir errores en las investigaciones —y el proceso sirve para corregirlos—, pero no tiene nada que ver con la mala fe.

»Al contrario, en un caso como éste, nos hallamos frente a un exceso de buena fe. (…)

»¿Quieren un pequeño ejemplo de cómo puede suceder esto?

»Yo soy el investigador y me encuentro delante del que podría ser un testigo importante, tal vez un testigo decisivo. Tengo graves sospechas sobre un tipo, Abdou Thiam.

»Le pregunto al testigo: “¿Conoce a Abdou Thiam?”. «El nombre no me dice nada, si me muestran alguna foto». «He aquí la foto, ¿le conoce?». «Sí, sí. Es uno de aquellos negros que se detienen a menudo delante del bar. Que crean muchos problemas». «¿Le has visto pasar por delante del bar el día de la desaparición del niño?».

»Pausa del testigo, que se lo piensa. Los investigadores sienten que están cerca de la solución.

»“Piénselo bien, la tarde de la desaparición del niño. Hace una semana”.

»“Me parece que sí. Sí, tuvo que haber pasado. Me parece que era él”. (…)

—En el acta de la que estamos hablando se encuentran expresiones de este tipo: «Soy coadyuvado, en el desempeño del mencionado negocio…», etcétera. Obviamente no son expresiones del testigo Renna. Obviamente no sabemos qué preguntas le hicieron a Renna. No lo sabemos porque se utiliza la burocrática, cómoda fórmula a pregunta responde. ¿Qué pregunta? ¿Qué preguntas se le hicieron al testigo? ¿Son preguntas que le han influido? ¿Son preguntas que han sugerido las respuestas? ¿Son preguntas que han construido, involuntariamente, un recuerdo?

»No es necesariamente mala fe. Es suficiente con disponer de una teoría que confirmar, nuestro cerebro lo hace todo solo, percibiendo, reelaborando, escribiendo las actas de manera que se adapten los hechos a la teoría. Creando, más bien diría, encajando el falso recuerdo.

»Digo falso no porque Renna se haya inventado algo o los carabineros le hayan sugerido malévolamente una historia falsa que contar. Simplemente durante el primer interrogatorio los recuerdos de Renna fueron reprogramados de acuerdo con la teoría investigadora que había sido escogida y para la cual no se buscaban verificaciones objetivas, sino sólo confirmaciones. Fueron reprogramados y no podremos saber nunca cómo transcurrieron las cosas. Porque el interrogatorio de este señor no ha sido grabado y sólo se ha puesto por escrito en un acta. De la manera que hemos visto.

»¿Quieren saber cómo es posible influir en la respuesta de un testigo e incluso modificar su recuerdo, sencillamente haciendo la pregunta de una manera o de otra? Déjenme que les cuente otra investigación, italiana esta vez. A tres grupos de estudiantes de psicología —no niños, no incautos, sino estudiantes de psicología que sabían que estaban siendo sometidos a una prueba científica— les fue mostrada una filmación. En esta filmación se veía a una señora que salía de un supermercado con un carrito; por detrás de la señora se acercaba un joven que agarraba una bolsita que estaba en el carrito y luego se iba corriendo. A los tres grupos de estudiantes, con preguntas distintas, se les pidió que contaran lo que habían visto. Al primer grupo se le hizo esta pregunta: “¿El ladrón ha tropezado con la señora?”. Al segundo grupo: «¿De qué manera el agresor ha empujado a la señora?». A los estudiantes del tercer grupo se les preguntó sencillamente que contaran lo que habían visto. Huelga decir que en la filmación no había ningún encontronazo ni ningún empujón.

»Yo creo que ya han intuido cuál fue el resultado del experimento. Entre los estudiantes del tercer grupo —al que se le había pedido simplemente que contara los hechos— sólo el diez por ciento, o un poco más, habló de un encontronazo o de un contacto físico entre la víctima y el agresor. Entre los estudiantes del segundo grupo —aquellos a quienes se les había planteado la pregunta más sugestiva— hubo casi un setenta por ciento de respuestas en las que se hablaba del encontronazo inexistente. Como en el caso del experimento de los niños, también todos aquellos que hablaban del encontronazo enriquecían la narración con detalles sobre la manera, la violencia, la dirección del choque inexistente

»¿Hay que añadir algo más? ¿Tenemos que malgastar más palabras para explicar cómo la manera de llevar a cabo un interrogatorio puede influir no sólo en las respuestas, sino también en la propia reconstrucción de los recuerdos del interrogado? No lo creo.

»Hemos comprendido que es vital saber qué preguntas —y en qué orden, y con qué ritmo, y en qué tono— se plantean a un testigo en su declaración más importante, o sea, la primera. (…)

—Hemos dicho que si no sabemos cuál es la pregunta no podemos decir si la respuesta es auténtica o ha sido influida, o incluso manipulada. No lo podremos decir nunca porque de aquella primera declaración, de aquella primera declaración del testigo Renna, nos queda sólo esta breve acta resumida. Sólo podemos establecer conjeturas. Pero al hacerlo no podemos olvidarnos de un hecho. Que se ha verificado ante nuestros ojos, durante el juicio, en este proceso. Y este hecho es el contrainterrogatorio de Renna. En el transcurso del cual hemos sabido una serie de cosas muy importantes para valorar la fiabilidad de este testigo. Lo que no significa valorar si el testigo miente o dice su verdad subjetiva. Verificar significa cuál es el grado de correspondencia entre su narración y el desarrollo real de los hechos.

»Lo resumiré. Al señor Renna no le gustan los extracomunitarios y querría que las fuerzas del orden se ocuparan de ellos. El señor Renna no conoce tan bien a Abdou Thiam pues, aun viendo dos fotografías suyas —y hallándose en la misma sala de la audiencia— no consigue reconocerlo. El señor Renna, por último y como consecuencia, no es muy fisonomista y no le resulta fácil distinguir entre un ciudadano extracomunitario y otro. Desde su punto de vista son todos negros, para utilizar textualmente su respuesta a una pregunta del defensor. (…)

 Si llegaron hasta aquí creo que pensarán como yo, valió la pena (así no sirva para nada!). 

(…) pero hay políticos que torturan a las palabras hasta hacerles confesar significados que no tienen.[3]

Tomado de Facebook
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[1] Para evitar confundirme no voy a precisar si son sinónimos, homófonos, polisémicas (son aquellas que se escriben igual pero que tienen distinto significado), ni citaré más, por no ser del caso, por ahora.

[2] Testigo Involuntario. Gianrico Carofiglio.

[3] La sangre de los libros. Santiago Posteguillo.

miércoles, 17 de julio de 2024

DESINFORMACIÓN

                 La desinformación, la mala información o la información recibida de un tercero no apto para transmitirla (es decir el chisme del tendero de la tienda de la esquina), resultan ser muy mal consejeros dejando que uno se integre a ese corrillo y termine diciendo unas cuantas barbaridades, como las que diré a continuación.

                 Me refiero al tema de la prohibición del uso de plásticos.

                 La primera imagen que se me vino a la cabeza fue: y ahora cómo voy a cargar diez huevos en la mano (o será que los guardo en el bolsillo, con los otros dos?); y si voy a comprar pan tajado que viene en bolsa plástica, cómo las llevaré y cómo sé que el número de tajadas corresponde a la cantidad vendida? Y los embutidos (salchichas, morcillas, jamón que vienen envasados en plástico) me los venderán sin empaque? Y cómo los llevaré sin embadurnarme? Y si para colmo tengo que hacer en una sola compra todos esos productos y no cargo bolsa especial? No me veo atajando tajadas de pan, salchichas resbalosas y tocándome los huevos, quedaría, digo yo. Equilibrista a estas alturas no me creo capaz.

                 Sí, pero al fin qué dijo la ley y me remití a leerla pero dentro de mi propia ignorancia no entendí mayor cosa (aunque sí entendí que debía capacitarse al pueblo, desde hace dos años, pero parece que como toda ley, es sorda y manipulable, claro está). Nada más leer Envase o empaque primario. Envoltura que protege, sostiene y conserva la mercancía. Está en contacto directo con el producto y puede ser rígido o flexible. Es la mínima unidad de empaque que se conserva desde la fabricación hasta el último eslabón de la cadena de comercialización, es decir, el consumidor final. Nada más leerlo pensé en los calzoncillos, como envoltorio que protege, sostiene y conserva la mercancía y entonces concluí que en la moderna forma de expresarse actualmente ya no se debería decir calzoncillos sino envase o empaque primario (por aquello de todes y demás barbaridades).

                 Me dirán: vos si sos ignorante, y tienen razón, pero el tema me daba para pensar en el punto culminante de mi raciocinio: cómo voy a recoger las cagadas de mis perros? Con copitos, con pitillos, no, porque también están prohibidos. Embadurnarme? Ni puel…

                 Y ya terminando, me acordé del empaque primario y de la mercancía, es decir de los calzoncillos y me preguntaba, acaso el condón no es un tipo de plástico, de único uso? (Hay quien aclarará que son de látex y que no es plástico y les responderé pero vienen envueltos en plástico o no?) 

Pero ahora la ley es diferente. Es más gris. Los ideales hace tiempo que han quedado degradados a nociones. Las nociones son opcionales.[1]

Tomado de Facebook



[1] El inocente. Michael Connelly.


lunes, 15 de julio de 2024

EN BLANCO

                 Hay días en que sin proponérselo o aún proponiéndoselo el cerebro no da para escribir, es como si entrara en letargo o en mera pereza porque no fluye la escritura a pesar de que el pensamiento no haya dejado de hacer lo que sabe hacer: pensar pendejadas, casi siempre, como generalmente acontece, como es su rutina.

 

                Pero hay mucho que escribir. De religión, por ejemplo, pero pienso: Dios me libre, para que me meto en honduras y el tema da para escribir dos biblias más. Desechado. De política y de corrupción, que resultan ser lo mismo. Tampoco, es tema vetado, se me hinchan las venas, la bilis se me revuelve y se me sale el hampón que también tengo, aunque sosegado para no terminar en honduras. Desechado. De guerras. Tampoco, las hay por todos lados y la guerra es simple injusticia o mero negocio, lo que resulta en lo mismo; tengo guerras cercanas, en el sur del país; en países adyacentes, en otros más allá de los mares y es lo mismo y si he de ser sincero, entre más alejadito esté yo, mejor, la cosa no es conmigo[1]. De filosofía, ni modo, demasiado intrincado para meterse en líos. De sexo, menos, demasiados susceptibles. De culinaria? Quién puede estar interesado en cuántas formas de hacer un huevo hay (y me consta por experiencia que hay muchísimas o no habrán probado unos huevos revueltos con cilantro, por ejemplo?), además de que es aburridor leer sobre culinaria si no se practica, por lo tanto, desechado.

 

                Y, en efecto, puede haber mucho por escribir, pero cuando se está en blanco lo mejor es seguir escribiendo pendejadas, una forma pasar el tiempo (Para que el tiempo pase. Qué tontería de frase. El tiempo se las arregla por sí solo para pasar, no necesita ayuda.[2]), si es que las pendejadas vienen solas.

 

Me acordé de una película que había visto hacía un par de años. Espíritus en las tinieblas, una bellísima historia de cazadores y leones.
Val Kilmer le pregunta a Michael Douglas: «¿Has fracasado alguna vez?». Respuesta: «Sólo en la vida».[3]

Tomado de Facebook
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[1] «Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

ya que no era comunista,

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

ya que no era socialdemócrata,

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

ya que no era sindicalista,

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

ya que no era judío,

Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar».  Poema escrito por el pastor luterano alemán Martin Niemöller

[2] Las tres de la mañana. Gianrico Carofiglio.

[3] Testigo Involuntario. Gianrico Carofiglio.