No pasa nada importante en la vida, solo pasa la vida y es una conclusión a la que se llega si se sabe usar la lupa.
Que hay guerra aquí y allá. De
nadie es desconocido. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá
o más allá. No hay cambio.
Que nos gobiernan unos
incompetentes. De nadie es desconocido. Así fue ayer, así es hoy y mañana
continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.
Que las calles siguen inseguras,
eso lo sabemos de siempre. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí,
allá o más allá. No hay cambio.
Que los políticos, con ayuda de
los gobernantes, se roban el erario público. Siempre ha sido así. De nadie es
desconocido. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más
allá. No hay cambio.
Que los pobres siguen siendo
pobres. No hay novedad. De nadie es desconocido. Así fue ayer, así es hoy y
mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.
Que hay que subir los impuestos.
Es lo normal, porque es necesario subir las tajadas, las coimas aquellas. Sin
novedad alguna. Así fue ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más
allá. No hay cambio.
Que las redes sociales están
alborotadas. Y? De nadie es desconocido. Así fue ayer, así es hoy y mañana
continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.
Que está subiendo el mercado, el
costo de vida, el PIB (creo que este está cayendo), el IPC. Raro no? Así fue
ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.
Y la lista sigue, pero así fue
ayer, así es hoy y mañana continuarán, aquí, allá o más allá. No hay cambio.
Y realmente no pasa nada, nada
importante, porque ya estamos acostumbrados al pasado y al futuro, que es igual
al hoy y por eso no pasa nada, nada importante, ni en el mundo ni en nuestro
mundo, porque ya estamos acostumbrados.
Qué vaina, me digo, no pasa
nada, nada importante y eso aburre. Y lo peor de todo es que no pasa nada, nada
importante.
Nuestras palabras carecen a menudo de
significado. Ello ocurre porque las hemos gastado, extenuado, vaciado mediante
un uso excesivo y, sobre todo, inconsciente. Las hemos convertido en cascarones
vacíos. Para contar algo, tenemos que regenerar nuestras palabras. Tenemos que
devolverles su sentido, consistencia, color, sonido, olor. Y, para hacerlo,
tenemos que romperlas en pedazos y reconstruirlas después.[1]
[1] Gianrico Carofiglio. Dudas razonables.
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