viernes, 26 de julio de 2024

DESAPARECIDOS

                 Un tema que además de ser incómodo produce picazón, es decir que uno prefiere estar alejado de estas situaciones. El tema aparece porque desde hace cosa de un mes en el Facebook empezaron a aparecer mensajes de búsqueda diaria a razón de cinco diarios, más o menos, niños y gente común, entre ellos viejitos, para no hablar de mascotas, que es caso aparte.

                 Me llamó la atención que empezaran a hacerse sentir en esta época del año, no uno ni dos, diariamente son varios. Pensé en las causas de desaparición (más que pensarlo recordé algunas lecturas policiacas) y entre ellas están: la desaparición voluntaria (de aquellos que se mamaron de todo lo que le rodeaba), de las desapariciones fortuitas (por enfermedad -como el Alzhaimer-, por niños que se pierden por descuido, por accidentes) y las forzadas, que resultan ser las más crueles y respecto de las cuales deberían fusilar a sus causantes (por escopolamina, por un chuzón en un atraco, por secuestro, por venganza, por delincuencia generalizaría uno).

                 Y en medio de tanta noticia cualquier desaparición, sea cualquiera la causa, la angustia es una carga demasiado pesada para soportar. En lo corrido de este año se han presentado 819 desapariciones, número ínfimo si se compara con la totalidad de la población (como a la gente le gustan las estadísticas para demostrar algo). Y la familia… ni qué hablar. Aunque a veces he notado que, supongo, por la angustia solo ponen la foto, la solicitud y otros datos que no resultan trascendentes, olvidando por ejemplo, el lugar en donde se le vio la última vez, a dónde comunicarse y demás datos que creo esenciales.

                 Pero bueno, me desvié suficiente. El asunto de las desapariciones iba dirigido a que, si bien puede ser medio informativo de ayuda, pensé en mí. Me preguntaba cómo carajos puedo reconocer a un desconocido si en el diario caminar ni siquiera reconozco al que resulta ser mi vecino. Es como aquellos mensajes en que informan que tal taxi los atracó, como si uno tuviera a mano un listado de placas de taxis cada vez que sale a la calle. Y mi problema es que para fisonomías soy nulo, si me ponen a describir a un cristiano con el que me haya cruzado resulto describiendo a media población, todos iguales. Y teniendo en cuenta la cantidad de mensajes de desaparecidos diarios cómo recordarlos y cómo poder saber si el que pasa al lado de uno es uno de ellos.

                 Tan mal fisonomista soy que con personas de la vida cotidiana me los encuentro en la calle y me pregunto si es un vecino, si es el que atiende la panadería o la droguería; y a otros, al verles sin uniforme, pasan como total desconocidos. Y eso que los he visto más de una vez, cómo será con un total desconocido. Y es más, uno ni se fija en las personas con las que se tropieza diariamente, tal vez lo vea por algo llamativo (el corte de pelo, el color de camiseta, la cantidad de pañete que algunas se echan en la cara, un buen cuerpo o una mujer con bigote y barba) pero por estar concentrado en el detalle uno ni siquiera puede entrar a detallar a la persona vista, al menos a mí me pasa y lo he intentado como ejercicio, pero definitivamente a duras penas me reconozco a mí mismo, cómo reconocer al prójimo.

                 Ya sé, reflexiones inútiles, pero tenía que hacerlas, como ejercicio de escritura, al menos. 

Sí, muchas veces había pensado que debía tomar cartas en el asunto, pero al final no hacía nada; después de todo, ¿qué podía hacer él?[1]



[1] La sangre de los libros. Santiago Posteguillo.

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