viernes, 5 de julio de 2024

DE MONUMENTOS

             Las curiosidades de la irracionalidad de los seres humanos, cuando va acompañada de estupidez es bastante creciente y la imbecilidad se impone. Sale una ley que prohíbe los toros, está bien, pues no está bien hacer sufrir a los animales. Casi de inmediato el partido de gobierno, como suele acontecer con la izquierda que llega al poder, decide tumbar la escultura de un famoso torero aclamado en su tiempo y literalmente fue tumbar la escultura, se veía sevicia y mala leche de quienes lo hicieron, pudiendo haberla quitado (es decir, con técnica y sin alevosía) y guardado, pues en todo caso ya había pasado a ser un bien público -y si mal no estoy, sería destrucción de bien público sancionado por la ley, pero como los izquierdosos en el poder creen que esas leyes no les cobijan…-.

 

            Como sea, era una escultura, un homenaje, un reconocimiento dado en el momento correspondiente. Que las corridas de toros sean vetadas legalmente qué tiene que ver la escultura como para destruirla (al menos lo intentaron con la venia gubernamental? Ridículos y estúpidos a la vez, pero qué se le va a hacer). Eso me llevó a pensar que en consecuencia, siguiendo la misma lógica de aquellos, que deberían destruirse las plazas de toros, al igual que las corralejas y demás demostraciones en que se someten a los animales a vejámenes innecesarios. Y también las de Laureano, Santander y qué más se yo, por ser lo que eran, me digo. Pero no, para otras cosas no hay como elevar a las alturas el sombrero de Pizarro o la sotana del cura Torres, entonces me pregunto, en qué quedamos?

 

            Irracionalidad, estupidez e imbecilidad juntas, qué más se puede esperar de estos gobiernos?  

 

      Se trataba de un auténtico alegato contra la creciente costumbre de destruir todo tipo de edificaciones, religiosas o civiles, del pasado en aras de una modernidad absurda: como si destruir la historia ayudara a borrar nuestro pasado; como si nada de lo hecho anteriormente mereciera la pena que lo conservaran. Empezaban por las vidrieras de las ventanas, luego eran las fachadas y, al final, el edificio entero. Y empezaban por los edificios, pero ¿qué vendría después? ¿Las ideas o ya directamente las personas? Porque él lo sabía: todo era una cadena.[1] 

Tomada de Google


[1] La sangre de los libros. Santiago Posteguillo.


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