La vida se pierde de muchas formas, hijo.
Se pierde cuando quieres vivir la
vida de otros y no la tuya.
Se pierde criticando los errores
de otros y no mejorando los tuyos.
Se pierde cuando te lamentas a
cada momento por haber fracasado y no buscando soluciones para poder avanzar.
Se pierde cuando te la pasas
envidiando a los demás y no superándote a ti mismo.
Se pierde cuando te enfocas sólo
en las cosas negativas, y dejas de disfrutar las cosas positivas de la vida.
La vida NO se pierde cuando dejas
de respirar, sino cuando dejas de intentar ser feliz.
Un escrito que me llegó al
WhatsApp, de algún poeta anónimo, digno de ser reproducido, es cierto, porque
me gustó y porque encierra ciertas verdades, simples, es verdad.
Eso me lleva a pensar que
vivimos una vida de inconformidad que justificamos de diversas maneras para
hacer llevadera la propia humanidad, cada
uno se reconcilia con sus sentimientos de culpa como puede o como sabe. Y una
de mis formas es precisamente esta: durante un rato, me siento mejor persona de
lo que soy en realidad.[1]
…
algo que le había oído a mi abuela cuando yo ya no era una niña y ella estaba
enferma: «Muchas veces intentamos justificar nuestro comportamiento echando las
culpas a los demás, a nuestra naturaleza o a la manera como van, o deberían ir,
inevitablemente las cosas de la vida. Declaramos que ciertas decisiones o
determinados comportamientos son ineludibles. Pero, con frecuencia, tanto estos
como nuestras mil formas de justificarlos no son más que un síntoma de
mediocridad moral». «Mediocridad moral»: dos palabras que siempre me han
obsesionado, como una maldición o una condena[2].
Aquel hombre era ciego.
Es curioso cómo los hombres muchas veces sólo ven lo que han decidido ver y no
lo que hay realmente ante ellos.[3]
De acuerdo
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