viernes, 19 de julio de 2024

LA PRECISIÓN DE LA PALABRA

                 Muchas veces y creo que generalmente utilizamos palabras semejantes con el mismo sentido que aparentemente tienen pero que son en el fondo, si fuéramos estrictos, diferentes[1]. Olvidamos el tiempo aquél en que el profesor de castellano (así se llamaba la materia en mis lejanas épocas de infancia) y luego mi papá, en que hacían énfasis entre la diferencia que había entre ver y mirar, o entre oír y escuchar. Hoy son lo mismo en el cotidiano arte de hablar, a pesar de la diferencia no perceptible y son muchas las palabras que a primera vista resultan iguales pero que, si fuéramos estrictos, resultan que no lo son por alguna connotación de diferencia que las distingue.

                 A esta reflexión me llevó la lectura de una novela[2], que además me hizo pensar que de haber practicado hubiera sido un mal abogado litigante. Y es la sutileza con que se aborda la diferencia de unas palabras las que me llevan a transcribir algo que, de aplicarse a la vida -como en efecto puede suceder- resultan bastante verídicas o al menos verosímiles, lo que, como se verá, no resultan ser semejantes y, menos, iguales. (Al lector que le aburran estos temas puede parar aquí, pues por otro lado es larga la transcripción; queda en sus manos).

 »El fiscal ha dicho —he anotado textualmente la frase—, ha dicho: Es pues muy verosímil que el acusado haya llegado a Bari desde Nápoles, haya proseguido hacia Monopoli, preso de un ataque o habiendo ya elaborado con todos sus detalles su plan criminal, haya llegado a Capitolo, tal vez haya apagado el móvil para no ser molestado y haya raptado al niño…etcétera. De esta gran verosimilitud el fiscal deduce un argumento importante, si no decisivo, para probar la responsabilidad del acusado y solicitar que sea condenado a cadena perpetua.

»Entonces para verificar la consistencia y la credibilidad de la argumentación de la acusación, hemos de verificar qué significa verosimilitud. (…)

—Verosímil, dice el diccionario Zingarelli de la lengua italiana, es lo que parece verdadero y que, por ello, es creíble. Parece verdadero y por ello es creíble. También en el diccionario Zingarelli leemos la definición de verdadero. Verdadero es aquello que se ha verificado realmente, que está en conformidad con la realidad objetiva. En la voz verdadero encontramos, entre otras, la locución parecer verdadero. Zingarelli explica que esta expresión —parecer verdadero— se utiliza a propósito de algo artificial que imita perfectamente la realidad. Lo que parece verdadero es algo artificial, que imita la realidad.

»¿Se acuerdan de la definición de verosímil? ¿La palabra utilizada por el fiscal? Verosímil es aquello que parece verdadero, y lo que parece verdadero es algo que imita la realidad, pero que no corresponde a ella. Es, en sustancia, algo distinto a la realidad. Al utilizar la expresión verosímil, el representante de la acusación admite implícita e inconscientemente que no puede utilizar la expresión verdadero. Fíjense bien cómo en los mismos pliegues del discurso de la acusación se esconde su inevitable debilidad. (…)

—Lo que hemos dicho brevemente sobre el significado de estas palabras clave —verdadero y verosímil— nos ofrece una perspectiva interesante para lectura de los argumentos del fiscal y de las premisas psicológicas de dichos argumentos.

»El juicio, sin embargo, no se realiza sobre la interpretación en clave psicológica de lo que dice el fiscal. Y el juicio no se efectúa, tampoco, analizando lo que ha dicho el fiscal para verificar si su razonamiento es correcto o equivocado. Porque el fiscal podría haber efectuado un razonamiento equivocado y a pesar de todo podría haber llegado a conclusiones correctas. Es decir, que podría ser correcto pronunciar una sentencia de condena. A pesar del razonamiento equivocado del fiscal, y basándonos en un recorrido argumental distinto y más correcto. (…)

Para condenar, ustedes no podrán simplemente afirmar que una determinada versión de los hechos, una cierta hipótesis que reconstruye los hechos es verosímil, o incluso muy verosímil. Deberán decir que esta reconstrucción es verdadera. Si pueden hacerlo, entonces es justo que condenen. (…)

Para evitar cualquier tipo de equívoco quiero decir enseguida que estoy de acuerdo con el fiscal sobre el hecho de que este testigo dice la verdad. O para ser más precisos: este testigo no dice mentiras. (…)

—Porque la mentira es una afirmación conscientemente contraria a la verdad y yo estoy convencido de que el señor Renna no ha efectuado afirmaciones conscientemente contrarias a la verdad. Al explicar que vio pasar a Abdou Thiam por delante de su bar, precisamente aquella tarde, a aquella hora, el señor Renna cree que cuenta la verdad. Y en realidad él no habría de tener ningún motivo para inculpar falsamente al acusado.

»Pero, prescindiendo de su simpatía —o antipatía— por los negros, y de su deseo insatisfecho de que las fuerzas del orden hagan algo contra esos negros, ¿Renna ha dicho cosas objetivamente verdaderas? ¿Podemos afirmar, más allá de cualquier duda razonable, que la versión ofrecida por este testigo corresponde a la verdad de los hechos de los que nos ocupamos?

»Un elemento de duda puede desprenderse del pequeño experimento de las fotografías, que ustedes recordarán. Renna no reconoce en la fotografía, en dos fotografías —ustedes las tienen en las actas y pueden comprobar directamente si se trata de reproducciones fieles—, al acusado. El mismo que está presente en la sala y, fundamentalmente, el mismo que él dice que conoce bien y a quien vio pasar por delante de su bar, aquella tarde de agosto.

»¿Esto significa que Renna se lo ha inventado todo, es decir, que dice mentiras? No, ciertamente. El hecho de que los negros no le sean simpáticos y que haya errado clamorosamente el reconocimiento fotográfico no significa que nos haya mentido conscientemente.

»Cuando él nos dice que recuerda que aquella tarde Abdou Thiam pasó por delante de su bar, sin bolsas, a paso veloz y en dirección al sur, el testigo Renna dice la verdad.

»En el sentido de que él efectivamente recuerda esta secuencia de hechos y la coloca en aquella tarde. Es decir, que para ser más precisos, él cuenta lo que cree que es la verdad. Lo más interesante —y esto nos introduce en un terreno fascinante, que es el del funcionamiento de la memoria— es que Renna cree que aquella es la verdad, porque recuerda aquellos hechos, aunque éstos no hayan transcurrido. No de la manera en que él nos los cuenta. (…)

»Podemos responder con tranquilidad a esa pregunta: ningún motivo. Y en realidad Renna no ha mentido. Entre mentir —es decir, afirmar conscientemente cosas falsas— y decir la verdad —es decir, relatar los hechos de manera que se ajusten a su realización efectiva— existe una tercera posibilidad. Una posibilidad que el fiscal no ha considerado, pero que ustedes deberán contemplar muy atentamente. La del testigo que refiere una determinada versión de los hechos con la errónea convicción de que sea la verdadera.

»Se trata de lo que podríamos llamar el falso testimonio involuntario. (…)

—Hay muchas maneras de construir un falso testimonio involuntario. Algunas son deliberadas, como en el caso del experimento con los niños del que les he hablado. Otras son involuntarias y, a menudo, están basadas en las mejores intenciones. Como en este caso. (…)

La cuestión es, al mismo tiempo, más sencilla y más compleja, y para explicar lo que intento decir tomaré prestada una famosa frase de Albert Einstein. La frase, si no la recuerdo mal, dice más o menos así: es la teoría la que determina lo que observamos

»¿Qué significa? Significa que si tenemos una teoría —una teoría que nos gusta, que nos satisface, que nos parece buena— tendemos a examinar los hechos a través de esta teoría. En lugar de observar objetivamente todos los hechos disponibles, buscamos sólo confirmaciones de aquella teoría. Nuestra propia percepción está muy influenciada, determinada por la teoría que hayamos escogido. O sea, como decía Einstein —que hablaba de ciencia—, la teoría determina lo que conseguimos observar. En otras palabras: vemos, sentimos, percibimos lo que confirma nuestra teoría y, sencillamente, nos olvidamos de todo lo demás. Hay un proverbio chino que expresa de manera diferente el mismo concepto. Dicen los chinos: “dos terceras partes de lo que vemos está detrás de nuestros ojos”.

»Todos nosotros hemos experimentado cómo nuestra propia percepción queda determinada por lo que, por las más variadas razones, está en nuestra cabeza o, como dirían los chinos, detrás de nuestros ojos.

»¿Han comprado alguna vez un coche nuevo y, de repente, mientras están conduciendo, ven decenas del mismo modelo por las calles? ¿Dónde estábamos antes?

»Filtros perceptivos, los llaman los psicólogos.

»Parafraseando a Einstein, que supongo se estará revolviendo en su tumba ante esta intrusión mía, podríamos decir: es la hipótesis investigadora la que determina lo que los investigadores observan. Pero no sólo eso. Determina lo que buscan, determina la manera en que actúan con los testigos, determina las preguntas que hacen. Determina la manera en que se escriben las actas. Sin que todo ello tenga nada que ver con la mala fe.

»Déjenmelo repetir. Todo aquello sobre lo que estoy hablando puede producir errores en las investigaciones —y el proceso sirve para corregirlos—, pero no tiene nada que ver con la mala fe.

»Al contrario, en un caso como éste, nos hallamos frente a un exceso de buena fe. (…)

»¿Quieren un pequeño ejemplo de cómo puede suceder esto?

»Yo soy el investigador y me encuentro delante del que podría ser un testigo importante, tal vez un testigo decisivo. Tengo graves sospechas sobre un tipo, Abdou Thiam.

»Le pregunto al testigo: “¿Conoce a Abdou Thiam?”. «El nombre no me dice nada, si me muestran alguna foto». «He aquí la foto, ¿le conoce?». «Sí, sí. Es uno de aquellos negros que se detienen a menudo delante del bar. Que crean muchos problemas». «¿Le has visto pasar por delante del bar el día de la desaparición del niño?».

»Pausa del testigo, que se lo piensa. Los investigadores sienten que están cerca de la solución.

»“Piénselo bien, la tarde de la desaparición del niño. Hace una semana”.

»“Me parece que sí. Sí, tuvo que haber pasado. Me parece que era él”. (…)

—En el acta de la que estamos hablando se encuentran expresiones de este tipo: «Soy coadyuvado, en el desempeño del mencionado negocio…», etcétera. Obviamente no son expresiones del testigo Renna. Obviamente no sabemos qué preguntas le hicieron a Renna. No lo sabemos porque se utiliza la burocrática, cómoda fórmula a pregunta responde. ¿Qué pregunta? ¿Qué preguntas se le hicieron al testigo? ¿Son preguntas que le han influido? ¿Son preguntas que han sugerido las respuestas? ¿Son preguntas que han construido, involuntariamente, un recuerdo?

»No es necesariamente mala fe. Es suficiente con disponer de una teoría que confirmar, nuestro cerebro lo hace todo solo, percibiendo, reelaborando, escribiendo las actas de manera que se adapten los hechos a la teoría. Creando, más bien diría, encajando el falso recuerdo.

»Digo falso no porque Renna se haya inventado algo o los carabineros le hayan sugerido malévolamente una historia falsa que contar. Simplemente durante el primer interrogatorio los recuerdos de Renna fueron reprogramados de acuerdo con la teoría investigadora que había sido escogida y para la cual no se buscaban verificaciones objetivas, sino sólo confirmaciones. Fueron reprogramados y no podremos saber nunca cómo transcurrieron las cosas. Porque el interrogatorio de este señor no ha sido grabado y sólo se ha puesto por escrito en un acta. De la manera que hemos visto.

»¿Quieren saber cómo es posible influir en la respuesta de un testigo e incluso modificar su recuerdo, sencillamente haciendo la pregunta de una manera o de otra? Déjenme que les cuente otra investigación, italiana esta vez. A tres grupos de estudiantes de psicología —no niños, no incautos, sino estudiantes de psicología que sabían que estaban siendo sometidos a una prueba científica— les fue mostrada una filmación. En esta filmación se veía a una señora que salía de un supermercado con un carrito; por detrás de la señora se acercaba un joven que agarraba una bolsita que estaba en el carrito y luego se iba corriendo. A los tres grupos de estudiantes, con preguntas distintas, se les pidió que contaran lo que habían visto. Al primer grupo se le hizo esta pregunta: “¿El ladrón ha tropezado con la señora?”. Al segundo grupo: «¿De qué manera el agresor ha empujado a la señora?». A los estudiantes del tercer grupo se les preguntó sencillamente que contaran lo que habían visto. Huelga decir que en la filmación no había ningún encontronazo ni ningún empujón.

»Yo creo que ya han intuido cuál fue el resultado del experimento. Entre los estudiantes del tercer grupo —al que se le había pedido simplemente que contara los hechos— sólo el diez por ciento, o un poco más, habló de un encontronazo o de un contacto físico entre la víctima y el agresor. Entre los estudiantes del segundo grupo —aquellos a quienes se les había planteado la pregunta más sugestiva— hubo casi un setenta por ciento de respuestas en las que se hablaba del encontronazo inexistente. Como en el caso del experimento de los niños, también todos aquellos que hablaban del encontronazo enriquecían la narración con detalles sobre la manera, la violencia, la dirección del choque inexistente

»¿Hay que añadir algo más? ¿Tenemos que malgastar más palabras para explicar cómo la manera de llevar a cabo un interrogatorio puede influir no sólo en las respuestas, sino también en la propia reconstrucción de los recuerdos del interrogado? No lo creo.

»Hemos comprendido que es vital saber qué preguntas —y en qué orden, y con qué ritmo, y en qué tono— se plantean a un testigo en su declaración más importante, o sea, la primera. (…)

—Hemos dicho que si no sabemos cuál es la pregunta no podemos decir si la respuesta es auténtica o ha sido influida, o incluso manipulada. No lo podremos decir nunca porque de aquella primera declaración, de aquella primera declaración del testigo Renna, nos queda sólo esta breve acta resumida. Sólo podemos establecer conjeturas. Pero al hacerlo no podemos olvidarnos de un hecho. Que se ha verificado ante nuestros ojos, durante el juicio, en este proceso. Y este hecho es el contrainterrogatorio de Renna. En el transcurso del cual hemos sabido una serie de cosas muy importantes para valorar la fiabilidad de este testigo. Lo que no significa valorar si el testigo miente o dice su verdad subjetiva. Verificar significa cuál es el grado de correspondencia entre su narración y el desarrollo real de los hechos.

»Lo resumiré. Al señor Renna no le gustan los extracomunitarios y querría que las fuerzas del orden se ocuparan de ellos. El señor Renna no conoce tan bien a Abdou Thiam pues, aun viendo dos fotografías suyas —y hallándose en la misma sala de la audiencia— no consigue reconocerlo. El señor Renna, por último y como consecuencia, no es muy fisonomista y no le resulta fácil distinguir entre un ciudadano extracomunitario y otro. Desde su punto de vista son todos negros, para utilizar textualmente su respuesta a una pregunta del defensor. (…)

 Si llegaron hasta aquí creo que pensarán como yo, valió la pena (así no sirva para nada!). 

(…) pero hay políticos que torturan a las palabras hasta hacerles confesar significados que no tienen.[3]

Tomado de Facebook
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[1] Para evitar confundirme no voy a precisar si son sinónimos, homófonos, polisémicas (son aquellas que se escriben igual pero que tienen distinto significado), ni citaré más, por no ser del caso, por ahora.

[2] Testigo Involuntario. Gianrico Carofiglio.

[3] La sangre de los libros. Santiago Posteguillo.

1 comentario:

  1. He remitido esta laberíntica disquisición a un perito psiquiatra que me suele clarificar los intríngulis del meollo, con lo cual espero retirar neblinas de mi pensamiento preconcebido, y, adicionalmente, espero recuperar la profundidad de mis plácidos sueños en los que encuentro el tesoro de la única verdad verdadera.

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