Muchas veces y creo que generalmente utilizamos palabras semejantes con el mismo sentido que aparentemente tienen pero que son en el fondo, si fuéramos estrictos, diferentes[1]. Olvidamos el tiempo aquél en que el profesor de castellano (así se llamaba la materia en mis lejanas épocas de infancia) y luego mi papá, en que hacían énfasis entre la diferencia que había entre ver y mirar, o entre oír y escuchar. Hoy son lo mismo en el cotidiano arte de hablar, a pesar de la diferencia no perceptible y son muchas las palabras que a primera vista resultan iguales pero que, si fuéramos estrictos, resultan que no lo son por alguna connotación de diferencia que las distingue.
»Entonces para verificar la consistencia y la credibilidad
de la argumentación de la acusación, hemos de verificar qué significa verosimilitud.
(…)
—Verosímil, dice el diccionario Zingarelli de la
lengua italiana, es lo que parece verdadero y que, por ello, es creíble. Parece
verdadero y por ello es creíble. También en el diccionario Zingarelli leemos la
definición de verdadero. Verdadero es aquello que se ha verificado realmente, que
está en conformidad con la realidad objetiva. En la voz verdadero encontramos, entre
otras, la locución parecer verdadero. Zingarelli explica que esta expresión —parecer
verdadero— se utiliza a propósito de algo artificial que imita perfectamente la
realidad. Lo que parece verdadero es algo artificial, que imita la realidad.
»¿Se acuerdan de la definición de verosímil? ¿La
palabra utilizada por el fiscal? Verosímil es aquello que parece verdadero, y lo
que parece verdadero es algo que imita la realidad, pero que no corresponde a ella.
Es, en sustancia, algo distinto a la realidad. Al utilizar la expresión verosímil,
el representante de la acusación admite implícita e inconscientemente que no puede
utilizar la expresión verdadero. Fíjense bien cómo en los mismos pliegues del discurso
de la acusación se esconde su inevitable debilidad. (…)
—Lo que hemos dicho brevemente sobre el significado
de estas palabras clave —verdadero y verosímil— nos ofrece una perspectiva interesante
para lectura de los argumentos del fiscal y de las premisas psicológicas de dichos
argumentos.
»El juicio, sin embargo, no se realiza sobre la
interpretación en clave psicológica de lo que dice el fiscal. Y el juicio no se
efectúa, tampoco, analizando lo que ha dicho el fiscal para verificar si su razonamiento
es correcto o equivocado. Porque el fiscal podría haber efectuado un razonamiento
equivocado y a pesar de todo podría haber llegado a conclusiones correctas. Es decir,
que podría ser correcto pronunciar una sentencia de condena. A pesar del razonamiento
equivocado del fiscal, y basándonos en un recorrido argumental distinto y más correcto.
(…)
Para condenar, ustedes no podrán simplemente afirmar
que una determinada versión de los hechos, una cierta hipótesis que reconstruye
los hechos es verosímil, o incluso muy verosímil. Deberán decir que esta reconstrucción
es verdadera. Si pueden hacerlo, entonces es justo que condenen. (…)
Para evitar cualquier tipo de equívoco quiero decir
enseguida que estoy de acuerdo con el fiscal sobre el hecho de que este testigo
dice la verdad. O para ser más precisos: este testigo no dice mentiras. (…)
—Porque la mentira es una afirmación conscientemente
contraria a la verdad y yo estoy convencido de que el señor Renna no ha efectuado
afirmaciones conscientemente contrarias a la verdad. Al explicar que vio pasar a
Abdou Thiam por delante de su bar, precisamente aquella tarde, a aquella hora, el
señor Renna cree que cuenta la verdad. Y en realidad él no habría de tener ningún
motivo para inculpar falsamente al acusado.
»Pero, prescindiendo de su simpatía —o antipatía—
por los negros, y de su deseo insatisfecho de que las fuerzas del orden hagan algo
contra esos negros, ¿Renna ha dicho cosas objetivamente verdaderas? ¿Podemos afirmar,
más allá de cualquier duda razonable, que la versión ofrecida por este testigo corresponde
a la verdad de los hechos de los que nos ocupamos?
»Un elemento de duda puede desprenderse del pequeño
experimento de las fotografías, que ustedes recordarán. Renna no reconoce en la
fotografía, en dos fotografías —ustedes las tienen en las actas y pueden comprobar
directamente si se trata de reproducciones fieles—, al acusado. El mismo que está
presente en la sala y, fundamentalmente, el mismo que él dice que conoce bien y
a quien vio pasar por delante de su bar, aquella tarde de agosto.
»¿Esto significa que Renna se lo ha inventado todo,
es decir, que dice mentiras? No, ciertamente. El hecho de que los negros no le sean
simpáticos y que haya errado clamorosamente el reconocimiento fotográfico no significa
que nos haya mentido conscientemente.
»Cuando él nos dice que recuerda que aquella tarde
Abdou Thiam pasó por delante de su bar, sin bolsas, a paso veloz y en dirección
al sur, el testigo Renna dice la verdad.
»En el sentido de que él efectivamente recuerda
esta secuencia de hechos y la coloca en aquella tarde. Es decir, que para ser más
precisos, él cuenta lo que cree que es la verdad. Lo más interesante —y esto nos
introduce en un terreno fascinante, que es el del funcionamiento de la memoria—
es que Renna cree que aquella es la verdad, porque recuerda aquellos hechos, aunque
éstos no hayan transcurrido. No de la manera en que él nos los cuenta. (…)
»Podemos responder con tranquilidad a esa pregunta:
ningún motivo. Y en realidad Renna no ha mentido. Entre mentir —es decir, afirmar
conscientemente cosas falsas— y decir la verdad —es decir, relatar los hechos de
manera que se ajusten a su realización efectiva— existe una tercera posibilidad.
Una posibilidad que el fiscal no ha considerado, pero que ustedes deberán contemplar
muy atentamente. La del testigo que refiere una determinada versión de los hechos
con la errónea convicción de que sea la verdadera.
»Se trata de lo que podríamos llamar el falso testimonio
involuntario. (…)
—Hay muchas maneras de construir un falso testimonio
involuntario. Algunas son deliberadas, como en el caso del experimento con los niños
del que les he hablado. Otras son involuntarias y, a menudo, están basadas en las
mejores intenciones. Como en este caso. (…)
La cuestión es, al mismo tiempo, más sencilla y
más compleja, y para explicar lo que intento decir tomaré prestada una famosa frase
de Albert Einstein. La frase, si no la recuerdo mal, dice más o menos así: es la
teoría la que determina lo que observamos
»¿Qué significa? Significa que si tenemos una teoría
—una teoría que nos gusta, que nos satisface, que nos parece buena— tendemos a examinar
los hechos a través de esta teoría. En lugar de observar objetivamente todos los
hechos disponibles, buscamos sólo confirmaciones de aquella teoría. Nuestra propia
percepción está muy influenciada, determinada por la teoría que hayamos escogido.
O sea, como decía Einstein —que hablaba de ciencia—, la teoría determina lo que
conseguimos observar. En otras palabras: vemos, sentimos, percibimos lo que confirma
nuestra teoría y, sencillamente, nos olvidamos de todo lo demás. Hay un proverbio
chino que expresa de manera diferente el mismo concepto. Dicen los chinos: “dos
terceras partes de lo que vemos está detrás de nuestros ojos”.
»Todos nosotros hemos experimentado cómo nuestra
propia percepción queda determinada por lo que, por las más variadas razones, está
en nuestra cabeza o, como dirían los chinos, detrás de nuestros ojos.
»¿Han comprado alguna vez un coche nuevo y, de
repente, mientras están conduciendo, ven decenas del mismo modelo por las calles?
¿Dónde estábamos antes?
»Filtros perceptivos, los llaman los psicólogos.
»Parafraseando a Einstein, que supongo se estará
revolviendo en su tumba ante esta intrusión mía, podríamos decir: es la hipótesis
investigadora la que determina lo que los investigadores observan. Pero no sólo
eso. Determina lo que buscan, determina la manera en que actúan con los testigos,
determina las preguntas que hacen. Determina la manera en que se escriben las actas.
Sin que todo ello tenga nada que ver con la mala fe.
»Déjenmelo repetir. Todo aquello sobre lo que estoy
hablando puede producir errores en las investigaciones —y el proceso sirve para
corregirlos—, pero no tiene nada que ver con la mala fe.
»Al contrario, en un caso como éste, nos hallamos
frente a un exceso de buena fe. (…)
»¿Quieren un pequeño ejemplo de cómo puede suceder
esto?
»Yo soy el investigador y me encuentro delante
del que podría ser un testigo importante, tal vez un testigo decisivo. Tengo graves
sospechas sobre un tipo, Abdou Thiam.
»Le pregunto al testigo: “¿Conoce a Abdou Thiam?”.
«El nombre no me dice nada, si me muestran alguna foto». «He aquí la foto, ¿le conoce?».
«Sí, sí. Es uno de aquellos negros que se detienen a menudo delante del bar. Que
crean muchos problemas». «¿Le has visto pasar por delante del bar el día de la desaparición
del niño?».
»Pausa del testigo, que se lo piensa. Los investigadores
sienten que están cerca de la solución.
»“Piénselo bien, la tarde de la desaparición del
niño. Hace una semana”.
»“Me parece que sí. Sí, tuvo que haber pasado.
Me parece que era él”. (…)
—En el acta de la que estamos hablando se encuentran
expresiones de este tipo: «Soy coadyuvado, en el desempeño del mencionado negocio…»,
etcétera. Obviamente no son expresiones del testigo Renna. Obviamente no sabemos
qué preguntas le hicieron a Renna. No lo sabemos porque se utiliza la burocrática,
cómoda fórmula a pregunta responde. ¿Qué pregunta? ¿Qué preguntas se le hicieron
al testigo? ¿Son preguntas que le han influido? ¿Son preguntas que han sugerido
las respuestas? ¿Son preguntas que han construido, involuntariamente, un recuerdo?
»No es necesariamente mala fe. Es suficiente con
disponer de una teoría que confirmar, nuestro cerebro lo hace todo solo, percibiendo,
reelaborando, escribiendo las actas de manera que se adapten los hechos a la teoría.
Creando, más bien diría, encajando el falso recuerdo.
»Digo falso no porque Renna se haya inventado algo
o los carabineros le hayan sugerido malévolamente una historia falsa que contar.
Simplemente durante el primer interrogatorio los recuerdos de Renna fueron reprogramados
de acuerdo con la teoría investigadora que había sido escogida y para la cual no
se buscaban verificaciones objetivas, sino sólo confirmaciones. Fueron reprogramados
y no podremos saber nunca cómo transcurrieron las cosas. Porque el interrogatorio
de este señor no ha sido grabado y sólo se ha puesto por escrito en un acta. De
la manera que hemos visto.
»¿Quieren saber cómo es posible influir en la respuesta
de un testigo e incluso modificar su recuerdo, sencillamente haciendo la pregunta
de una manera o de otra? Déjenme que les cuente otra investigación, italiana esta
vez. A tres grupos de estudiantes de psicología —no niños, no incautos, sino estudiantes
de psicología que sabían que estaban siendo sometidos a una prueba científica— les
fue mostrada una filmación. En esta filmación se veía a una señora que salía de
un supermercado con un carrito; por detrás de la señora se acercaba un joven que
agarraba una bolsita que estaba en el carrito y luego se iba corriendo. A los tres
grupos de estudiantes, con preguntas distintas, se les pidió que contaran lo que
habían visto. Al primer grupo se le hizo esta pregunta: “¿El ladrón ha tropezado
con la señora?”. Al segundo grupo: «¿De qué manera el agresor ha empujado a la señora?».
A los estudiantes del tercer grupo se les preguntó sencillamente que contaran lo
que habían visto. Huelga decir que en la filmación no había ningún encontronazo
ni ningún empujón.
»Yo creo que ya han intuido cuál fue el resultado
del experimento. Entre los estudiantes del tercer grupo —al que se le había pedido
simplemente que contara los hechos— sólo el diez por ciento, o un poco más, habló
de un encontronazo o de un contacto físico entre la víctima y el agresor. Entre
los estudiantes del segundo grupo —aquellos a quienes se les había planteado la
pregunta más sugestiva— hubo casi un setenta por ciento de respuestas en las que
se hablaba del encontronazo inexistente. Como en el caso del experimento de los
niños, también todos aquellos que hablaban del encontronazo enriquecían la narración
con detalles sobre la manera, la violencia, la dirección del choque inexistente
»¿Hay que añadir algo más? ¿Tenemos que malgastar
más palabras para explicar cómo la manera de llevar a cabo un interrogatorio puede
influir no sólo en las respuestas, sino también en la propia reconstrucción de los
recuerdos del interrogado? No lo creo.
»Hemos comprendido que es vital saber qué preguntas
—y en qué orden, y con qué ritmo, y en qué tono— se plantean a un testigo en su
declaración más importante, o sea, la primera. (…)
—Hemos dicho que si no sabemos cuál es la pregunta
no podemos decir si la respuesta es auténtica o ha sido influida, o incluso manipulada.
No lo podremos decir nunca porque de aquella primera declaración, de aquella primera
declaración del testigo Renna, nos queda sólo esta breve acta resumida. Sólo podemos
establecer conjeturas. Pero al hacerlo no podemos olvidarnos de un hecho. Que se
ha verificado ante nuestros ojos, durante el juicio, en este proceso. Y este hecho
es el contrainterrogatorio de Renna. En el transcurso del cual hemos sabido una
serie de cosas muy importantes para valorar la fiabilidad de este testigo. Lo que
no significa valorar si el testigo miente o dice su verdad subjetiva. Verificar
significa cuál es el grado de correspondencia entre su narración y el desarrollo
real de los hechos.
»Lo resumiré. Al señor Renna no le gustan los extracomunitarios
y querría que las fuerzas del orden se ocuparan de ellos. El señor Renna no conoce
tan bien a Abdou Thiam pues, aun viendo dos fotografías suyas —y hallándose en la
misma sala de la audiencia— no consigue reconocerlo. El señor Renna, por último
y como consecuencia, no es muy fisonomista y no le resulta fácil distinguir entre
un ciudadano extracomunitario y otro. Desde su punto de vista son todos negros,
para utilizar textualmente su respuesta a una pregunta del defensor. (…)
(…) pero hay políticos que torturan a las palabras
hasta hacerles confesar significados que no tienen.[3]
[1]
Para evitar confundirme no voy a precisar si son sinónimos, homófonos,
polisémicas (son aquellas que se escriben igual pero que tienen distinto
significado), ni citaré más, por no ser del caso, por ahora.
[2] Testigo Involuntario. Gianrico
Carofiglio.
[3] La sangre de los libros. Santiago Posteguillo.
He remitido esta laberíntica disquisición a un perito psiquiatra que me suele clarificar los intríngulis del meollo, con lo cual espero retirar neblinas de mi pensamiento preconcebido, y, adicionalmente, espero recuperar la profundidad de mis plácidos sueños en los que encuentro el tesoro de la única verdad verdadera.
ResponderBorrar