viernes, 12 de julio de 2024

SALUDOS

 

Alargó la mano atravesando el límite invisible de la puerta. Tenía una hermosa mano masculina, grande y fuerte.

Algunas mujeres —y especialmente algunos hombres— estrechan la mano con fuerza, pero enseguida te das cuenta de que se trata de una exhibición. Quieren aparentar que son personas decididas y sinceras, pero la fuerza sólo está en los músculos de la mano y del brazo. Quiero decir: no viene de dentro. Algunos pueden incluso estrujar, pero es como si hicieran culturismo.
Otras personas, pocas, cuando te estrechan la mano revelan que hay algo detrás de los músculos. Aguanté su mano tal vez algún segundo más de lo debido, pero ella siguió sonriendo.[1]

 

            El anterior párrafo me llevó a la reflexión. Hace cuánto tiempo no saludo de mano? Lo digo porque uno de pensionado va perdiendo la sociabilidad, va perdiendo amistades por los devenires de la vida y con los pocos con los que se cruza son tan escasos que no hay tiempo de saludo de manos, así como tampoco ha habido ocasión de conocer nuevas personas a las cuales saludar de mano.

 

            Y hoy la moda se ha impuesto, la de saludar de beso a cualquier desconocido, ya no se puede coger el codo porque ni la mano se da. Y eso me llevó a acordarme de los diferentes saludos que antaño se tenían, de acuerdo con la condición social, a la distancia, a la intimidad entre conocidos y entre amigos. A las mujeres se les saludaba de acuerdo con la ocasión, se esperaba a que tendieran la mano, el contacto no podía superar ciertos segundos, en ocasiones se les saludaba tomándose mutuamente las muñecas o bien con la mano se acogía el codo, pero hoy, como dije, con ellas es de beso aún entre desconocidos, siendo uno un total desconocido. Cosas que se ven.

 

            Y pensando en manos las había de todo tipo, escurridizas, resbaladizas, férreas, fuertes, duras, aguadas (mi mamá decía que era como saludo de babosa), húmedas, ásperas (se reconocía en las de los trabajadores de campo o de actividades fuertes de mano), de todo tipo las había, dentro de mis recuerdos. Y las había hasta odiosas. Yo odiaba tener que saludar de mano a alguna personalidad, me hacía sentir intrascendente, en la medida en que ni siquiera él sabía a quién saludaba, un saludo obligatorio pero intrascendente, uno más en una lista, por lo que generalmente mantenía yo el bajo perfil (es decir, me hacía el pendejo) y así evitaba un contacto personal. Ni siquiera lo miraban a uno a los ojos, odioso saludo obligado. —No soy nadie. Nunca lo he sido para vosotros. ¿Qué importa ahora mi nombre? Nunca lo habéis querido saber antes. ¿Qué importa ahora quién sea yo o lo que haga?[2]

 

 

            Y también había un saludo muy particular, en el que uno dejaba de ser un anónimo así fuera por un instante. El saludo aquél en que la otra persona acogía la mano de uno con sus dos manos, generalmente cálidas, casi siempre obteniendo una sonrisa, lo que hacía del saludo algo especial.

 

                        Saludos de saludos, hasta en eso se ha evolucionado, quién lo creería. Ahora el solo puñito, puñito y dedos, codo con codo, y las maromas que hacen los jóvenes para darse un mero saludo (acompañado de sus consiguientes palabrotas). Quién lo creería.

 

Que quede claro: yo no era mejor que los demás, si bien algunas veces intentaba concederme algo de dignidad.[3]

Tomado de Google


[1] Testigo Involuntario. Gianrico Carofiglio.

[2] Los asesinos del emperador. Santiago Posteguillo.

[3] Testigo Involuntario. Gianrico Carofiglio.


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