lunes, 10 de marzo de 2025

HABÍA UNA VEZ

            Había una vez un parque, con su correspondiente cancha de básquet, había sido remozado hacían unos dos años cuando mucho, estaba en buen estado (salvo los aros de la cancha que se los habían robado, supongo), no tenía filtraciones ni se hacían charcos, estuvo bien hecha la reparación, incluidas las líneas dibujadas para que sirviera de multipropósito, como se dice ahora (básquet, microfútbol, volibol y si se quiere, como lo hacen para los viejitos, con zona de ejercicios). De resto estaba en perfecto estado.

             Y un día apareció el lobo feroz. Es una alegoría, para que se note que es un cuento. Vinieron obreros, maquinaria y en cuestión de dos días abrieron hueco, levantaron piso, rellenaron con arena, apisonaron y volvieron a poner asfalto, pero no a toda la cancha, solo a un cuarto de cancha. Solo a un cuarto de cancha, no a todo ni a la mitad, solo a un cuarto de cancha. No metieron tubería, no hicieron nada más. Eso fue todo. Y se fueron. Listo el pollo.

             Lo único que pude pensar, como buen mal pensante que soy, a quién le debían algún favor, ese contrato fue facilito, no pusieron vallas anunciando la obra, ni dieron tiempo a reaccionar para averiguar sobre el contratico.

           Les faltó volver a pintar las líneas correspondientes. Supongo que ese es objeto de otro contrato, para pagar otro favor, fácil y sin dolor.

 Moraleja, como todo buen cuento, no es un cuento, sí un cuento chino, pero eso fue lo que vi en el parque que queda frente a mi casa. Decía que la moraleja solo demuestra que estamos jodidos. 

el saber que con dinero ni siquiera la muerte es igual para todos, por mucho que se empeñen los jodidos pobretones que sueñan con alguna suerte de justicia. No era verdad eso de que a cada cerdo le llega su san Martín.[1]

El contrato del favor


[1] Un millón de gotas. Víctor del Árbol Romero.


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